domingo, 7 de marzo de 2021

Academia de St. Henry para niños: un prólogo

Academia de St. Henry para niños: un prólogo

por David Russet


Me encanta el escenario del juego de rol de un colegial británico. Me encantan las historias ambientadas en internados británicos. Y he disfrutado de una buena cantidad de videos sobre estos mismos temas. El swoosh del bastón, la dinámica de poder, los directores sádicos que exigen que los niños usen pantalones cortos, todo eso encaja conmigo de una manera que lucho por poner en palabras. Últimamente, he comenzado a imaginar y crear mi propio pequeño mundo de fantasía donde se establecen muchos de estos escenarios. Esta historia trata sobre ese pequeño mundo de fantasía, uno en el que los colegiales no son adolescentes, sino jóvenes nuevos a la edad adulta de alrededor de 18 años o más. Me encanta la idea de un bonito trasero encapsulado en pantalones cortos ajustados para la escuela, pero no puedo hacer las paces con un escenario en el que los que reciben azotes no son adultos legalmente.

 

Vamos a preparar el escenario. Esta historia se desarrolla en un período vagamente definido, de principios del siglo XX, en la campiña inglesa. Estamos ubicados en una escuela, la St. Henry Anderson Boy Academy. Es una especie de reformatorio / escuela para terminar, para niños con problemas cuyo comportamiento los llevó a abandonar la escuela adecuada o cuyo desempeño fue tan pobre que no pudieron solicitar la universidad. A estos chicos se les ha dado la oportunidad de una nueva vida, bajo la tutela de mi personaje principal, David Russet, un joven director de unos 30 años. Es el primer año de la Academia, sin embargo, hay chicos de todas las edades presentes. desde los primeros 18 años hasta los cuartos 22 años. Russet está decidido a inculcar disciplina en estos chicos, y tiene una emoción erótica mientras lo hace, algo que todo el personal experimenta y, a veces, también los estudiantes. Azotaina,

St. Henry no es la única escuela de este tipo, hay muchas como esta en este pequeño mundo de fantasía mío. Hay muchos que sienten una emoción sádica cuando se trata de dar nalgadas y castigar a los jóvenes, y son una salida útil para los jóvenes. este deseo, que conduce a una mejora genuina en la vida de los niños que asisten. Conoceremos a los chicos de esas otras escuelas más adelante en la historia, así como a sus directores. Y, a veces, habrá sexo. Entre los profesores y, cuando un alumno lo desee, también entre ellos y el personal. Después de todo, esto es una fantasía.

 

Las reglas, que se enumeran a continuación, son solo algunas de las importantes que debe recordar, ya que son las que todos los estudiantes de St. Henry deben obedecer. Prepararán las cosas para el futuro de la historia.

 

1: Todos los niños que ingresan a esta escuela deben tener entre 8 y 14 años. Esta es una institución destinada a ayudar a moldear aún más a los niños en un entorno de internado tradicional cuando otras opciones les han fallado. Una vez ingresados, pasarán varios años aprendiendo bajo la guía de nuestro personal y se les permitirá continuar estudiando en cualquier universidad que elijan.

 

2: es la firme creencia de que el castigo corporal y la humillación son herramientas que construyen inherentemente a un niño. Los moldeará, los animará a crecer. Como tal, está dentro de la jurisdicción del jefe de casa, los maestros de los niños y, por supuesto, el director, disciplinarlos cuando lo consideren necesario.

 

3: el vello facial no está permitido bajo ninguna circunstancia y si un niño no está afeitado, se le dará un seis muy sólido de los mejores y un afeitado personal de su jefe de casa.

 

4: Tan estricto como es el código de vestimenta exterior, es un poco más flexible cuando se trata de la ropa interior de los estudiantes. Los bóxers, calzoncillos tipo bóxer y calzoncillos están estrictamente prohibidos, pero los calzoncillos, suspensorios y tangas sí lo están. Se permiten los frentes en Y blancos clásicos, pero se desaconsejan mucho. Esto es para fomentar la individualidad y permitir cierto nivel de autoexpresión para los estudiantes.

 

5: La heterosexualidad está extremadamente desalentada entre las filas. Una fuerte conexión sexual entre los niños aumenta los sentimientos de camaradería y fomenta el desarrollo que aprobamos.

 

Con estas reglas básicas en su lugar, que comience la historia ...


Los derechos de autor del texto de esta historia pertenecen en todo momento únicamente al autor original, ya sea que se indique explícitamente en el texto o no. La fecha original de publicación en el MMSA fue: 06 de marzo de 2021




Mi beca para estudiar en Inglaterra

Mi Beca Para Estudiar en Inglaterra


Autora: Victoria

Tenía 19 años, y estaba finalizando mi primer curso de universidad. Estudiaba filología inglesa y me presenté a unas pruebas para obtener una beca de estudios en Inglaterra. No tenía muchas esperanzas a pesar de que mi nivel de inglés era muy alto, pues lo había estudiado desde muy pequeña y además mis padres pagaban a profesores nativos para mantener conversaciones.

La beca consistía en estudiar durante cuatro meses en uno de los colegios más prestigiosos y elitistas de Inglaterra con todos los gastos pagados y vivir de acogida con una familia.

Mi sorpresa fue enorme cuando a las dos semanas de realizar las pruebas sacaron la lista de doce aprobados, y era la segunda de la lista con un 9,25 de nota.

Durante todo el verano deseé que finalizasen mis vacaciones para marcharme a Londres. Me informaron que en el colegio universitario había alumnos de muy alta sociedad inglesa como hijos de políticos, banqueros, aristócratas... me parecía un sueño. También me advirtieron que a pesar de ser mixto los chicos y las chicas nunca coincidían, estaban en distintas alas del colegio.

En cuanto a la familia de acogida se me informó que eran familias acomodadas de funcionarios del gobierno británico como mandos militares, profesores, administrativos, médicos... En mi caso me indicaron que me había tocado una familia en la que el señor era ex-diplomático.

Llegó mediado de agosto y llegó con él la despedida, me marchaba hasta Navidades sin volver en los cuatro meses. Hubo lágrimas pero en cuanto el avión despegó todo se transformó en entusiasmo.

Al llegar a Londres me esperaban en el aeropuerto mi “nueva familia”. Un señor de unos cincuenta y cinco años, alto y robusto, contraje oscuro y rostro severo, una señora de unos cincuenta años con cara de bonachona y ojos tristes y un señor de unos cuarenta años que por su indumentaria deduje que era un chofer.

Me recibieron gratamente y lo que me sorprendió, hablando un correcto español, se debía a su trabajo como diplomático, pues hablaba cinco idiomas, aunque pronto el señor me dijo que eran las ultimas palabras que escuchaba allí en español pues ya que iba a pulir mi inglés sólo me hablarían en inglés.

Nos subimos en un lujoso coche y ya todo en inglés me dijeron sus nombres Sir Eduard y Lady Suzanne.

Me fueron explicando las normas de la casa por el camino, pues vivían en las afueras de Londres y el camino era largo.

Por todas las normas que me explicaban deduje que Sir Eduard era un hombre estricto y dominante, y su mujer quería ser amable, pero le tenía respeto, es más diría que temor.

También deduje que iba a estudiar mucho y divertirme poco, pues me informo de mi horario de clases y me organizó mi tiempo en su casa.

Al llegar a casa me presentaron al servicio. Marie, una vieja criada gorda, era la jefa del servicio y dos sirvientas jóvenes, de mi edad más o menos, Julia y Elizabet.

Llevaron el equipaje a mi habitación y me mostraron la casa. Era preciosa, muy lujosa, con jardín, biblioteca, amplias habitaciones.

También me mostraron los uniformes con los que debía acudir al colegio. En días normales consistía en una camisa blanca con corbata azul oscura, falda roja con cuadros escoceses por encima de la rodilla, chaqueta azul oscura y calcetines blancos hasta la rodilla. El pelo debía llevarlo con coletas. Me sentía ridícula, una mujer con 19 años vestida así. Para días especiales y fiestas el uniforme consistía en la misma chaqueta, camisa y corbata, una falda gris más larga y en vez de calcetines medias. Me tenían todo preparado aunque tuve que pedir que me proporcionasen algún liguero, pues allí en Inglaterra no se usan casi los pantys, sino que eran medias.

En casa se me prohibía también ciertas prendas como eran las modernas y sexis, las vaqueras y los pantalones. Debía vestir más o menos elegante y con falda.

Mi habitación era enorme, con una cama muy grande, una mesa de estudio amplia y unas vistas al jardín preciosas.

Comimos a las 12 y tras esto subí a mi cuarto a colocar la ropa y los libros. Sir Eduard me advirtió que a las 5 en punto de la tarde se servía el té, que se exigía máxima puntualidad.

Me puse a colocar la ropa y con el cansancio del viaje me quedé dormida cuando desperté eran las cinco y cinco. Corriendo me puse el chándal con zapatillas de estar en casa y bajé al té.

Al bajar estaban esperándome sentados el matrimonio y sir Eduard mirando el reloj. Las sirvientas estaban de pie con bandejas en las manos. Me disculpé y sir Eduard no me permitió seguir dando explicaciones, tan sólo me dijo que tomásemos el té y después ya hablaríamos, sin embargó insistí en disculparme y él me dijo que callase muy enfadado.

Sirvieron el té y lo tomamos sin que nadie dijese una palabra, tras esto sir Eduard comenzó a hablarme: -Victoria, en España los jóvenes recibís una educación blanda, faltáis a los principios básicos del respeto porque no hay nada que os infunda respeto, sin embargó aquí en Inglaterra todo es distinto, aquí las faltas conllevan un castigo, pero no cualquiera, sino uno que te haga recapacitar para no volver a caer en la misma falta. Por ser tu primer día aquí podría haberte perdonado alguna falta cometida, pero es que has cometido tres. Has llegado tarde al té, vienes vestida en contra de las normas y has desobedecido una orden mía de silencio, así pues deberé castigarte. Te perdono hoy lo de la ropa, pero la falta de puntualidad y la desobediencia de mis órdenes no debo.

Imaginé entonces que me encerrarían en mi cuarto o me dejarían sin cenar o ver la televisión, pero nunca pude imaginar lo que se me venía encima.

Sir Eduard se levantó y me pidió que le acompañase a la biblioteca. Una vez allí se acercó a una puerta de un armario estrecho y alto. – Al llegar a la casa no te explique las normas de disciplina porque pensé que no sería necesario o no lo sería tan pronto, pero bueno te las explicaré rápidamente. Cada vez que cometas una falta te mandaré que visites este armario lo abras y cojas algo de lo que hay dentro-. Al Abrirlo me entró un sudor frió y me temblaron las piernas pues comprendí lo que me esperaba. Había varios instrumentos de castigo de esos que yo creía que sólo existían en la literatura de la Inglaterra victoriana y creía que hoy en día los castigos corporales eran una leyenda negra, pero vi y pronto comprobaría que no. Había una correa de cuero que se dividía en dos por un extremo, el tawse. Había también varias varas de bambú muy flexibles (y finalmente una paleta de mimbre fabricada para quitar el polvo de las alfombras, pero en este caso me parece que ese no era su uso).

Tras mostrarme aquel armario volvió a acompañarme a la sala donde tomamos el té. Una vez allí me dijo: - Cada vez que incumplas una norma te mandaré al armario para que me traigas uno o varios utensilios, y recibirás una severa azotaina con ellos.

Yo estaba temblando, llorando, muerta de miedo, pues nunca me habían azotado. Bueno sí, tenía once o doce años y en casa de mis tíos hice una travesura con mis primas, y mi tío tenía por costumbre zurrar a mis primas con el cinturón. Ellas recibieron una buena paliza nos fue haciendo tumbarnos de una en una en la cama boca abajo y nos pegó con el cinturón. Mis primas salieron mal paradas, pues a ellas las hizo desnudarse de cintura para abajo y les pegó muchísimos correazos y muy fuertes, yo no era su hija así que solo recibí cinco azotes, no muy fuertes y sin quitarme el pantalón, pero a pesar de todo no fue agradable, pero bueno, aquello tampoco fue recibir una azotaina de verdad.

- No tiembles, te va a doler, pero no vas a morir. Mira las sirvientas y mi esposa han probado en varias ocasiones la correa y la vara y ahí las tienes, siguen vivas, eso si, más educadas. Por ejemplo, Julia recibió anoche veinte azotes, ¿Tú lo has notado? Insisto, no tiembles porque mientras estés en Inglaterra educándote tendrás que acostumbrarte a los azotes, y además con el tiempo agradecerás haberlos recibido, pues son dolorosos al recibirlos pero satisfactorios en el modo en que educan. Por cierto Marie es mi brazo derecho y es la encargada de la disciplina de las sirvientas, y también le encargaré la tuya, así que si considera que debe castigarte podrá también hacerlo al igual que mi esposa, aunque puedes estar tranquila que su carácter y personalidad no le permiten hacerle daño ni a una mosca, por eso es tan débil moralmente.

Sir Eduard tendría toda la razón del mundo pero yo estaba muerta de miedo. – Bueno Marta, ahora sube a tu cuarto y vosotras dos acompañadla. Tu Marie, ve al armario y coge el tawse y una vara y la llevas a su cuarto.

El camino a mi cuarto se me hizo eterno. Una vez allí llegó Marie portando los dos terribles instrumentos. Me parecía mentira que a mis diecinueve años fuese a ser castigada igual que a una niña mala, aunque por lo que comprobé aquí no solo son castigadas las niñas, sino que las señoras también son azotadas, incluso las de clase alta, y si no que se lo digan a Lady Suzanne, que según comprobaría en mi estancia, también probaba la vara con frecuencia, pero bueno, volviendo al presente, se abrió la puerta y entró Sir Eduard y me preguntó que si estaba preparada, yo entre llantos le dije que no y le pedí clemencia, pero fue inútil. – Julia y Elizabet, como la señorita Marta me parece que no quiere colaborar, necesitaré vuestra ayuda, poned la almohada doblada en el borde de la cama, usted Marta se tumbará colocando el vientre sobre la almohada y estirará los brazos sobre la cama dejando fuera las piernas y levantando el culo. Vosotras le sujetareis un brazo cada una, pues seguro que la señorita no mantiene la posición sin ayuda. Muy bien señorita Marta, adopte la posición.

Fui a colocarme como me dijo pero entonces me dijo -¿No olvida usted algo?... debe quitarse el pantalón y bajarse las braguitas hasta las rodillas.- Con eso no contaba, le pedí que por ser la primera vez que me azotase vestida, pero como siempre hizo caso omiso. – Señorita, una azotaina es inconcebible sin las nalgas desnudas, no me haga esperar porque me enfadaré y será peor para usted.

Me bajé despacio el pantalón y me desprendí de él, pero con las braguitas me bloqueé, no era capaz de mostrar mi culo y mi pubis ante un señor. –Marie, bájele usted las braguitas y recuérdeme darle cinco azotes extra en los muslos por no colaborar.

Marie se acercó y de un tirón me bajo las braguitas. Me puse colorada, pues como estaba un poco llenita quedó al descubierto mi carnoso trasero. –Señorita Marta, por favor inclínese sobre la almohada.

En ese momento pensé en su consejo y me dije que no tenía escapatoria y por mucho que me doliese saldría de aquello al igual que aquellas otras mujeres. Adopté la posición. Sir Eduard se desprendió del batín quedando en camisa, se arremangó las mangas de esta y se desabrochó el botón superior del pecho para ponerse cómodo.

Se acercó a mi comenzó a palparme las nalgas. – Marta, va a ser un placer desvirgarte este hermoso culo y te aseguro que si sigues siendo tan osada conmigo, le robaré la ternura y te lo encallaré a base de azotes.

Comenzó a azotarme con la mano primero suavemente y cada vez un poco más fuerte, hasta producirme dolor, pero un resistible. Me palmeaba fuere y me dolía. – Esto era solo para calentarte un poco, ahora comienza el castigo, Marie entrégueme el cuero.

Sir Eduard cogió el tawse y lo hizo chasquear un par de veces en su mano hasta que de repente ZASSS.... Ah, mi cuerpo dio una embestida contra la cama y las sirvientas tuvieron que sujetar fuerte para que no me moviese en demasía. Era horrible, ¡qué dolor! – Señorita Marta, puede usted gritar lo que desee, no la escuchará nadie, y aun si la escucharan pensarían que si está siendo azotada será por algún motivo.-

ZASSS.... Ah, no podía soportarlo, y sólo iban dos. ZASSS.... Ah, ZASSS.... Ah, ZASSS.... Ah........, lloraba, gritaba, pedía que parase, que no me pegase más pero era inútil, no paró hasta darme doce azotes.

Era horrible, me dolía el culo una barbaridad, no soportaba el escozor. Entonces Sir Eduard me dijo que me incorporase y me pusiese de rodillas con los brazos en la nuca en un rincón con las braguitas bajadas.

- Bueno jovencita, has pagado tu primera deuda, ahora te queda la segunda. Los siguientes azotes te los daré con la vara, y te advierto que será más dolorosa que el tawse. Mandó marcharse a las tres sirvientas. – Ya has recibido tu primer castigo con ayuda, pero ahora ya que has sido osada para incumplir las normas, deberás ser valiente para enfrentarte al castigo y por ello te enfrentarás tu sola, asumiendo tu culpabilidad y el merecimiento de cada azote, por ello te vas a inclinar sobre tu pupitre y a cada azote que recibas lo contarás en voz alta y me darás las gracias. Si te mueves o intentas evitar un golpe, recibirás dos extras, ponte de pie, coge de la cama la vara y entrégamela y colócate en el pupitre como te he dicho.

Sin mediar palabra y sin dejar de lloriquear me incorporé le entregué la vara y me incliné sobre el pupitre. Sir Eduard se colocó detrás de mi y Rasss.... Uno Señor, Gracias señor, Rasss.... Dos señor....gracias señor.

Sentía como si la vara me cortase el culo a tiras. Era mucho peor que la correa.

En el séptimo azote no pude aguantar y me lleve la mano a las nalgas. Fue un error, porque recibí dos fuertes azotes rápidos y terribles y tras ellos tuve que volver a contar el número siete.

Rasss....doce señor, gracias señor. Me hizo ponerme de pie pero al hacerlo me flojearon las piernas y caí desplomada al suelo.

Al despertar estaba en la cama y Sir Eduard estaba a mi lado. Me preguntó que cómo estaba y le dije que bien, entonces me dijo: -Pues si mal no recuerdo tenemos pendientes cinco azotes en los muslos. Le supliqué que estaba muy floja y que no soportaría más, pero tumbada en la cama boca arriba como estaba, me levantó las piernas hacia arriba y con el tawse comenzó a azotarme la parte trasera de los muslos, que dolían mucho más que el culo. Recibí no cinco, sino ocho azotes. Tras esto me bajó las piernas, me hizo ponerme de pie y me advirtió que ya sabía lo que me aguardaba si volvía a caer en un error.

Se marchó del cuarto y me dejé caer a la cama y me puse a llorar tanto por el horrible dolor que tenía en mi culo y muslos, como por la desolación que tenía, una chica con casi veinte años, lejos de su familia y azotada y maltratada sin piedad. Me sentí más sola que nunca y deseé morirme, aunque me planteé hacerme fuerte, pues sabía que no era la única azotaina que iba a recibir en mis cuatro meses en Inglaterra.

A los cinco minutos apareció Lady Suzanne, que cariñosamente me dio ánimos, me tranquilizó acariciándome el pelo y me aplico una crema en mis lastimadas posaderas. Me animó para soportar a su cruel marido y como consuelo me dijo que ella recibía una o dos azotainas a la semana y las dos jóvenes criadas casi a diario. Además me dijo que aunque hubiese caído en otra familia me hubiese sucedido igual, que allí aquello era algo normal.

Me quedé dormida y pronto desperté asustada pues me pareció escuchar el chasquido de la vara. Lo que creí que era una pesadilla pude comprobar que era real. El sonido venía del cuarto de los señores. Sir Eduard estaba castigando a su mujer con la vara por ponerme la crema sin su permiso. Comprendí el por qué de la tristeza de sus ojos y la cara de miedo de las criadas.

Sobrinita

Sobrinita


Autor: Jano

Cuando abrió la puerta de la habitación,su sobrina Circe, sin más ropa que una exigua camiseta que apenas le cubría la cintura y dejando a la vista su culo, moreno por el sol, amplio y respingón que mostraba sin tener conciencia de su presencia. Le sorprendió lo que estaba haciendo: montada a horcajadas sobre el brazo del sillón , se movía adelante y atrás frotándose sobre él, con un movimiento que no dejaba lugar a dudas sobre su intención.

Excitado por el espectáculo y a la vez irritado por tan desvergonzada actitud, airadamente se dirigió a la jovencísima Circe exigiéndole que parara. Ella pareció no oírle y siguió con el vaivén. En vista de que no le hacía caso,
él, bruscamente, sacó rápidamente su cinturón que chasqueó en el aire y, sin explicaciones ni avisos, lo abatió sobre las expuestas nalgas, dejando rojas señales alargadas sobre ellas.

Ella, al primer cintazo, trató de eludir el castigo sin éxito. La mano de su tío la sujetó fuertemente al sillón; mientras, no cesaba de descargar un latigazo tras otro sobre aquel corazón de sandía en que se estaba convirtiendo el culo de
la joven.

El cinturón cruzaba el aire con un silbido amenazador antes de estrellarse ora sobre un lado, ora sobre el otro, alternando.

Las protestas y gritos de Adela fueron dando lugar a suaves gemidos cada vez que el cinturón hacía impacto en sus carnes.

Aparentemente, con la intención de evadirse del castigo,su cuerpo volvió a moverse de forma convulsiva de atrás hacia adelante frotando su entrepierna contra el brazo del sillón. Al observar aquella maniobra, su tío aumentó la fuerza y frecuencia de los azotes, ante lo cual, ella, por toda respuesta, incrementó la velocidad de sus movimientos.

La escena pareció quedar suspendida en el tiempo.

El tío, más excitado que enfadado con ella, sin embargo, no paraba de descargar golpes sobre aquél culo al que no dejaba de mirar como hipnotizado.

En tanto, Circe se aferraba al brazo del sillón, incluso con las uñas clavadas en él sin dejar de frotarse. El resto del cuerpo subía y bajaba al ritmo de los azotes.

Ninguno de los dos parecía prestar atención al tiempo transcurrido desde que empezara el castigo.

Repentinamente, ella cayó desplomada sobre el sillón. Asustado, su tío dejó de golpear pensando que se habría desmayado; cuando intentó levantarla, Adela se le abrazó con fuera al cuello mientras le besaba apasionadamente en los labios.

Lo que sucedió a continuación, pertenece a la intimidad de sobrina y tío.

Del lustrado de zapatos

Del lustrado de zapatos

Tenía 14 años. Estaba en segundo grado de secundaria, justo en esa época de la vida cuando crees que ya eres mayor, sientes que te puedes comer al mundo y no hay nada, o casi nada, a lo que le tengas miedo.

Una mañana apenas había empezado el día escolar, cuando la prefecta de mi grupo –la señora Lupita – entró a nuestro salón a hacer revisión de uniformes. El colegio de monjas en el que yo estaba era bastante estricto, debíamos llevar el uniforme completo y en perfectas condiciones, de otra manera había sanciones y notas a los padres. La señora Lupita nos hizo ponernos de pie y pasó fila por fila a revisar el estado de nuestros uniformes y nuestra apariencia en general. A algunas de mis compañeras las hacía pasar al frente después de reprenderlas por alguna omisión o desperfecto en su apariencia. Había quien había olvidado el suéter, quien llevaba una blusa que no era la del uniforme, alguna que se había presentado con las uñas barnizadas y algunas a quienes se acusó de no haber lustrado sus zapatos. Yo fui una de las últimas en pasar la inspección casi militar. Estaba tranquila, pues mi uniforme estaba en perfectas condiciones, no usaba las uñas largas ni me las barnizaba, llevaba los colores reglamentarios en mis adornos del cabello y mis zapatos, aunque algo gastados, estaban limpios. Eso creía yo al menos, porque cuando la prefecta me revisó, inmediatamente señaló mis zapatos.

-No lustraste los zapatos, jovencita. Pasa al frente, serás castigada y no podrás entrar a clase hasta que hayas lustrado los zapatos.
-¡Pero claro que los lustré! – exclamé en mi defensa, molesta por la exhibición ante mis compañeras
- Pues en todo caso no lo has sabido hacer. En la dirección te prestarán grasa para que lo hagas.
- No voy a hacerlo. Yo lustré hoy mis zapatos y no pienso volver a hacerlo sólo porque a usted le parece que no lo hice. – respondí muy molesta y en un clásico acto de rebeldía adolescente.
- ¡Me estás faltando al respeto, María Teresa!
- Usted también lo está haciendo conmigo. Si le digo que lustré mis zapatos es porque así fue, lo que sucede es que usted no pierde oportunidad de molestarme – dije convencida de que la maestra tenía algo personal en contra mía, ya que continuamente estaba afeando mi conducta, fuera ésta buena o mala.
- Me parece que vas a tener que ir a ver a la directora a explicarle todo esto, señorita, tienes una pésima actitud, estás siendo rebelde y grosera
- No es cierto. Me estoy defendiendo de sus injusticias – respondí francamente furiosa
- Vamos a la dirección
- Pues vamos – dije encogiéndome de hombros para hacer patente que no me atemorizaba
La prefecta me tomó del brazo y yo lo retiré violentamente, adelantándome para salir del salón. Ya en la dirección, la maestra entró antes que yo al despacho de la directora y después me llamaron. Como era de esperarse, la directora me dio un largo sermón sobre la disciplina, el respeto y todas esas cosas. Yo escuché en actitud displicente, como quien tolera el discurso de un necio.
- Si sigues en esa actitud, María Teresa, me veré precisada a llamar a tus padres. Haz el favor de obedecer: sal al pasillo y ponte a lustrar tus zapatos como lo están haciendo tus compañeras
- No voy a hacerlo – respondí cada vez más molesta, envalentonada y rebelde, convencida de que no habría forma de obligarme. Por supuesto, mi orgullo de adolescente rebelde, me hacía olvidar que las consecuencias por mi actitud podrían ser muy graves.
- Muy bien, entonces serás suspendida del colegio por quince días, para que reflexiones y aprendas a respetar y a obedecer a tus maestros. – Guarde silencio sin bajar la mirada, aunque internamente sentí que el alma me caía a los pies, si me suspendían, mi padre me daría una azotaina de las más severas, pero ya me había metido en aquello y no daría un paso atrás.
- ¿Eso quieres? ¿Quieres ser suspendida?
- No voy a lustrar mis zapatos porque ya lo hice. Usted tiene el poder para suspenderme, yo no tengo ningún poder más que el de no hacer lo que no quiero hacer. – Noté que mi voz temblaba y que mis lágrimas luchaban por salir, pero aún así decidí mantenerme en rebeldía.
- Muy bien, señorita, ya que persistes en esa actitud soberbia, llamaré a tus padres para que vengan a hablar conmigo y avisarles que serás suspendida por quince días.
- Llámelos – respondí indiferente encogiendo mis hombros, obviamente, en mi interior, sentía que el corazón se me detenía. Lo único que me consolaba un poco era que mi padre estaba de viaje y llegaría hasta esa tarde, por lo que no sería él, sino mi mamá, quién acudiría al llamado de la directora. Eso era un atenuante, ¡mi padre era capaz de azotarme ahí mismo, enfrente de las dos brujas!
- Sal al pasillo y espera ahí hasta que te llame.
Sin responder nada, salí del despacho y me senté en una banca del pasillo. En efecto, algunas de mis compañeras estaban ahí lustrando sus zapatos. Enseguida me preguntaron que qué había pasado, y yo, con una sonrisa de triunfo, les expliqué que no lustraría mis zapatos y que le había dicho algunas cuantas verdades a la directora.
- Dice que me va a suspender por quince días, pero a mí no me importa. No voy a hacer lo que ellas quieran, nada más porque sí.
- ¿Y tus papás? ¿Qué van a decir?
- Nada, nunca dicen nada.- Mentí, no iba a contarles que en casa tendría que bajar mis calzones, levantar mi falda y presentarle a mi padre el trasero para que me diera unos azotes. ¡Eso era humillante y acabaría con mi imagen de líder, independiente, rebelde y todo lo que yo había construido!
Mis compañeras me miraron con una mezcla de admiración y compasión y al poco rato se marcharon. Me quedé ahí sola y me senté con las piernas cruzadas sobre la banca a mirar a otros grupos que hacían deportes en el patio. Algo me hizo volver la mirada hacia la dirección justo cuando un hombre muy alto entraba al despacho de la directora, dándome la espalda. Aquel hombre había tenido que pasar a escasos metros de donde yo me encontraba, quizá no me había visto pues iría buscando la dirección. Era mi padre.
Toda mi soberbia y seguridad en mí misma se me fue hasta el suelo y tuve que controlar un temblor involuntario que me recorrió la espalda. Inconscientemente me senté de manera correcta. Ahora sí tenía problemas. Nunca esperé que las cosas tuvieran este desenlace. Al parecer, papá había vuelto anticipadamente de su viaje. Pasé una media hora terrible, con los ojos que se me llenaban de lágrimas, sintiendo temblores involuntarios, dolor de estómago, mordiéndome las uñas y los labios...
Me escapé un minuto con el pretexto de ir al baño y desahogué mi miedo, no quería que nadie me viera llorar, pero ahí, en el baño solitario, solté el llanto y las lágrimas que se me agolpaban en los ojos. Cuando me recompuse, volví a la banca del pasillo y esperé.


Papá era un hombre muy estricto, aunque cariñoso, tenía una idea muy rígida de la disciplina y el orden. No toleraba faltas de respeto, desobediencias ni groserías, justo todo lo que yo había hecho, al menos a los ojos de aquellas maestras (brujas, pensaba yo en aquel momento), que seguramente le estaban diciendo las peores cosas de mí. Mi única esperanza era que mi edad me salvara de la tunda, hacía casi un año –quizá seis meses- que papito no me pegaba, y yo había atribuido esto a que él me veía muy grande y que consideraba que las nalgadas ya no eran un castigo adecuado para mí.

Después de cuarenta minutos de angustia, la secretaria de la directora me llamó y me indicó que pasara al despacho. Necesité un fuerte suspiro y todo mi golpeado valor, para tocar la puerta.
- Adelante – se escuchó la voz de la directora. Tragué saliva y abrí
- Pasa, María Teresa. – me ordenó. Entré lentamente, esquivando la mirada de las maestras y me dirigí a mi padre que estaba sentado ante el escritorio.
- Papito… - murmuré aterrada, la simulación había terminado, no podía continuar con mi escena de rebeldía y orgullo en frente de mi padre
- ¿Me puedes explicar qué sucede contigo jovencita?
- Papito, yo… lo… lo siento… no creí que…
- ¿Qué ya hubiera regresado? – me interrumpió duramente. – Lo que estoy viendo es que te comportas de manera vergonzosa creyendo que saldrás airosa y no habrá repercusiones ¿No es así?
- No, no, papito, es que…
- Es que nada, María Teresa, te has comportado como una niña malcriada y majadera. ¿Crees que vas a seguir engañándome con tu actitud modesta? ¡Mientras yo estoy vigilándote tienes un comportamiento intachable, pero apenas me doy la vuelta tu conducta es vergonzosa!
- Perdóname, papito – murmuré llorando
- ¿Perdonarte? Primero tienes que ofrecer una disculpa a la señora Lupita y a la señora directora, a quienes has faltado al respeto.
- Sí, papá – murmuré, pero permanecí callada, muerta de vergüenza y rabiando de coraje por lo que yo tomaba como un fracaso ante las brujas aquellas.
- Ahora, María Teresa – ordenó en un tono que siempre me había causado escalofríos. Ni modo, tuve que tragarme todo mi orgullo y mi rabia y ofrecer una disculpa a las brujas, lo hice correcta pero poco sincera.

Sólo esperaba que mi padre no comenzara a describirme, enfrente de aquellas brujas, los detalles de mi castigo. Si ellas se enteraban de que mi padre iba a darme una tunda, no podría volver a mirarlas jamás y hubiera preferido escupirlas en ese momento para lograr la expulsión definitiva de la escuela. Afortunadamente, papito no dijo más.

Salimos del despacho y yo sólo me separé de papá para tomar mi mochila que había dejado en la banca del pasillo, después corrí para alcanzarlo en la escalera. Para mi vergüenza, él me tomó de la mano como a una niña pequeña y yo no pude resistirme, aunque recé por que nadie nos viera.

Me abrió la puerta de la camioneta y me subí en la parte de atrás. Durante todo el camino no me dirigió la palabra. Noté que íbamos hacia la escuela de mis hermanos, pues ya era tarde y había que recogerlos. Cuando llegamos, aún no salían los alumnos, por lo que estuvimos un rato estacionados en la calle. Papá seguía sin hablarme pero me armé de valor y rompí aquel angustiante silencio.
- ¿Me vas a pegar, papito? – pregunté muerta de miedo de escuchar un sí.
- ¿Tú qué crees jovencita? ¿Te mereces la tunda? – Guardé silencio
- Te hice una pregunta, María Teresa, estoy esperando tu respuesta
- Sí…yo… no… no sé, señor. Creo que… - iba a decir que creía ser muy grande para recibir una tunda, pero lo pensé mejor, aquello conllevaría a un reproche del tipo “si ya eres grande porqué te comportas como niña” y todo eso. Decidí ahorrármelo.
- Creo que… sólo tú puedes decidir si merezco la tunda, papito
- Yo ya lo he decidido. Te estoy preguntando si tú crees merecerla.
La situación era bastante incómoda: si decía que no, podría parecer una cínica, pero si decía que sí y papito no pensaba dármela casi lo obligaría a hacerlo. Quedarme callada nunca había sido una opción con papito, así es que debía decir algo.
- Papito, es que… yo no… yo sí había lustrado mis zapatos esta mañana y…
- No he preguntado eso, jovencita y además no importa. Si lustraste los zapatos, bastaba con decir a la maestra que lo habías hecho pero que si ella consideraba que no estaban bien lustrados lo volverías a hacer con todo gusto. Eso hubiera terminado con el problema, tu limpieza y veracidad no hubiera quedado en entredicho y te habrías comportado como debe hacerlo una niña bien educada. En cambio provocaste todo un teatro tragicómico, con berrinches de mocosa malcriada, faltas de respeto y actitudes poco adecuadas para una hija mía. – comencé a llorar, la reprimenda era mucho más dura de lo que yo estaba en ánimo de aguantar - ¿Quieres saber si te voy a pegar? ¡Pues claro que voy a hacerlo! ¡Parece ser que toda la mañana te afanaste en conseguirlo, no te voy a defraudar mandándote a tu cuarto sin cenar! ¡Tendrás una tunda en toda regla!
- ¡No seas muy duro, por favor, papito!
- No intentes regatear conmigo jovencita, se hará como yo digo y tú, si quieres evitarte problemas mayores, obedecerás. ¿Me has comprendido?
- Sí, papá – murmuré con la garganta anudada imaginando la zurra que me tenía preparada. Sólo esperaba que no me hiciera pasar por la vergüenza del rincón, yo que me sentía tan mayor, ¡castigada como una niña pequeña! Pero conocía tan bien a papá como él a mí y podía haber apostado que el rincón estaba entre sus planes, pues él sabía cómo me avergonzaba semejante castigo.



Ya en casa, al terminar la comida, papito se puso de pie y se dirigió a mí con un tono severo en su voz.
- María Teresa, hazme favor de subir a lavarte los dientes y bajas después a mi despacho. No olvides traer contigo el cepillo de madera, jovencita, lo vamos a necesitar.
- Sí papá – respondí temblando, al ver cumplidos mis temores
Toqué la puerta del despacho con un temblor en las manos y un escalofrío recorriéndome la espina.
- ¿Puedo pasar, papito? – pregunté en un murmullo
- ¿Trajiste el cepillo?
- Sí papá, aquí está – respondí entrando y extendiéndole el aterrador instrumento que nunca había servido para cepillar el cabello de nadie, sino sólo para azotar los traseros de mis tres hermanos y el mío, y aún así solía estar en el tocador del baño de mamá
- Creo que ya no hay nada que agregar a lo que hemos hablado, jovencita. ¿O me equivoco?
- No, papá… yo sólo… quería decirte que nunca he intentado engañarte – murmuré temblando y pasando saliva para tratar de deshacer el nudo de garganta que me impedía hablar con claridad. – No es cierto que cuando te das la vuelta yo me comporto mal, papito. Yo... bueno... es que...
- ¡Es que, nada, María Teresa! ¡Dime ahora que si además de la directora hubiera estado yo presente te hubieras comportado de la misma manera! – bajé la cabeza avergonzada. Papá tenía razón, cuando él no me miraba o cuando yo creía que él no tenía manera de saber lo que yo estaba haciendo, me transformaba en otra persona, actuaba con soberbia, con rebeldía y orgullo, actitudes que ni de broma exhibía ante mi padre. Si él hubiera estado presente, aun cuando no hubiera sido él quien me lo ordenara, sino la misma maestra bruja, yo hubiera lustrado mis zapatos sin chistar. No podía alegar nada a mi favor, así es que mejor guardé silencio.
- ¡Contéstame! ¿Te hubieras portado así?
- No, papá – respondí llorando
- ¿Y crees que te he educado sólo para que te portes bien cuando yo estoy vigilándote? ¿No se supone que si eres educada lo debes ser siempre? ¿Qué debes actuar bien porque estás convencida que así debe ser? ¿O acaso me he equivocado tanto en tu educación que lo único que te importa es evitar el castigo?
- No, no papito, claro que no… es que… yo… - Callé ¿qué podía decir? No tenía justificación ni escapatoria, el llorar y suplicar no servirían de nada, bien lo sabía yo, así es que más valía someterme y recibir el castigo. El se dio cuenta de que yo no diría nada más, así es que tomó la silla de su escritorio y la puso en el centro del despacho.

- Acércate- me ordenó. Yo obedecí lentamente, ya había empezado a llorar por la vergüenza y el temor. Me tomó del brazo y suavemente me hizo tumbarme sobre sus rodillas. Lo dejé hacer, tenía mucho miedo, yo bien sabía que los azotes con el cepillo de madera eran de por sí muy dolorosos, pero hacía ya seis meses o más que yo no recibía una sola nalgada, pensé que quizá estaría desacostumbrada y me dolería más.

Me levantó la falda hasta la cintura y enseguida me escalofrió sentir su mano tibia que se introducía por debajo de mis bragas y las deslizaba hasta mis rodillas. Cerré los ojos. Me puso su fuerte mano sobre la cintura para sostenerme y comenzó el castigo. Con el primer golpe solté el sollozo y me estremecí de dolor. Aquello sí que dolía, ya no me acordaba cuánto, era un ardor como de quemada e inmediatamente un hormigueo en la piel que se ponía caliente y muy sensible. Al décimo golpe empecé a gritar, a patalear y a suplicar que se detuviera, aunque yo bien sabía que era. Me agitaba retorciéndome de dolor y en un vano intento de liberarme y salir corriendo, aunque debo confesar que si hubiera logrado soltarme no hubiera tenido el valor para huir, sino que quizá me hubiera enderezado, sólo para suplicar una disculpa y me hubiera vuelto a poner en posición para que mi castigo continuara, con el riesgo de recibir algunos azotes extra por el atrevimiento.
- ¡Ya no, papito! ¡Ya no! ¡Te lo ruego, papito! ¡Ya no me pegues, por favor! ¡No volveré a hacerlo! ¡Me portaré muy bien! ¡Por favor! ¡Ay! ¡Por favor! ¡No tan fuerte, papito! ¡Por favor!

Papá continuaba regañándome duramente, repitiendo una y otra vez lo que ya me había dicho antes y asegurándome que volvería a azotarme tantas veces como fuera necesario hasta que yo aprendiera a comportarme.
Cuando por fin papá terminó de castigarme, yo me quedé aún inclinada sobre sus rodillas, sollozando y sobándome el trasero, pero el roce de mi mano me causaba más dolor que alivio, por lo que dejé de hacerlo. Deseaba echarme a correr y poner mi ardiente trasero en agua fría, pero obviamente no me atrevía a moverme hasta no recibir la autorización de mi padre. El mismo me ayudó a levantarme me extendió un pañuelo desechable y yo lo agradecí en un murmullo y me sequé lágrimas y mocos.

-Ahora párate en ese rincón – me ordenó señalando la esquina de su despacho que mi hermanos y yo llamábamos “el paredón” – Estarás ahí castigada con el trasero desnudo, a ver si así reflexionas y sientes algo de vergüenza por tu comportamiento.
- Si, papá – respondí obedeciendo muy avergonzada y llorando sin parar.
- No te muevas de ahí hasta que yo venga por ti.
- Sí, papito.

No sé cuánto tiempo estuve ahí, me pareció una eternidad. Pero cuando papá volvió a buscarme, me tomó de los hombros, me hizo dar la vuelta y me acunó en sus brazos cariñosamente. Yo solté todo el llanto y lo besé mimosa mientras prometía portarme bien en adelante. Y juro que era sincera, bueno.... ¡al menos hasta la otra!

La peor paliza de mi vida

LA PEOR PALIZA DE MI VIDA

Autor: Carlos Inchauspe 
Desde muy niño, mi madre me azotaba en las nalgas como castigo a mi mal comportamiento, éste se daba por períodos, eran épocas en las que yo me portaba especialmente mal, y entonces ella procuraba poner remedio a mi mala conducta con esos correctivos.
Cuando consideraba que yo merecía un escarmiento, me llevaba a la habitación y me tendía boca abajo sobre sus rodillas, parecía ser su posición preferida y, he de confesar que también para mí era una buena postura. Entonces me bajaba los pantalones, mientras yo simulaba algo de resistencia, y en seguida empezaba a azotar mis nalgas con la palma de su mano. La fuerza de aquellas palmadas iba en aumento y cuando parecía que ya no podía ser más terrible, mi madre se detenía, sólo para bajarme los calzones y dejar al aire mis ya coloradas nalgas. Los azotes entonces empezaban de nuevo, pero con mayor fuerza, sobre mi cola totalmente desnuda. Sus nalgadas eran realmente duras, de verdad dolían, y siempre seguía, más o menos, el mismo ritual. Me regañaba mientras me azotaba, me decía que era un malcriado, que si era necesario, me seguiría azotando hasta que ya fuera un hombre y que no era posible que fuera tan revoltoso y “sabandija”.
Recuerdo una de las peores palizas que recibí, tendría algo así como trece años. Un martes, en lugar de ir al colegio, me escapé con unos amigos y fuimos a pasear al centro de la ciudad, luego al cine y terminamos en el zoológico. No era la primera vez que lo hacíamos, pero para mí, y sobre todo para mi trasero, esa ocasión tuvo consecuencias terribles. Sin que yo pudiera saberlo, mi tía Natalia me vio paseándome por ahí, pero no me dijo nada sino hasta el jueves siguiente, que fui a visitarla a su casa, como hacía al menos una vez a la semana para pasar la tarde con ella y jugar con mis primos.
Aquella ocasión, mi tía estaba sola en casa, según me dijo, mis primos se habían ido a la plaza con la abuela y yo quise ir a buscarlos, pero tía Natalia me detuvo.
-          No, Carlos. Quédate acá que tengo que hablar seriamente con vos – La verdad es que no me preocupé, ni siquiera por aquello de “hablar seriamente”. Me senté a su lado en el sillón del living y esperé a que hablara.
-          ¿El martes fuiste a la escuela? – me preguntó. Procuré no mostrarme nervioso y, fingiendo seguridad, respondí:
-          Sí, tía ¿por qué lo preguntas?
-          ¿Estás seguro? – Su insistencia me hizo ver que seguramente ella me había visto por ahí, no tenía caso seguir mintiendo y podría resultar peor, así que le confesé la verdad.
-          Sabes que eso no se hace – comenzó a reñirme – Eso está muy mal, sabes lo que opina tu madre al respecto, y yo pienso igual – A estas alturas yo ya imaginaba la que me esperaba – Así que, como podrás imaginarte, Carlitos, no me queda más remedio que tomar alguna medida. – Yo ya estaba realmente asustado. No dije nada – Tenemos dos opciones y no son negociables – me dijo – Una es decirle a tu madre lo ocurrido… sabes que no le va a gustar nada y también sabes lo que va a hacer…
¡Claro que lo sabía! Si mi madre se enteraba me iba a dar la paliza de mi vida. Las cosas de por sí no andaban muy bien, pues era una de aquellas épocas en las que yo no paraba de hacer macana tras macana.
-          La segunda opción – continuó mi tía – es que no le digamos nada a tu madre pero, como los chicos y la abuela no van a venir hasta dentro de un largo rato, te pongas ya mismo sobre mis rodillas para darte tu merecido, porque de alguna manera tienes que entender, Carlitos
¡Uy, uy, uy! Ya antes, en aquel mismo sillón, mi tía me había dado un par de palizas, por orden de mi madre. A causa de mi mal comportamiento, mi tía me había puesto sobre sus rodillas y me había dado unas nalgadas en la cola desnuda. Pero, para ser franco, aquellas palizas habían sido más bien livianitas, bueno… no tanto, pero peor opción era que mi madre se enterara. Al menos, si mi tía me castigaba, podía tener la esperanza de que me diera unos cuantos azotes, más o menos fuertes, que me quedara el culito un poquito adolorido, y ya está, se acabó el problema. Fue un grave error de cálculo, pero respondí que aceptaba la segunda opción, a cambio de que mi madre no se enterara de nada. Mi tía aceptó el trato, o al menos me hizo creer que lo aceptaba.
Por lo general, la tía Natalia era una mujer tranquila, le gustaba hablar antes de aplicar cualquier castigo y a mí me tenía un cariño especial, así que supuse que todo saldría bien. Me pidió con toda calma que me bajara los pantalones y yo, como había aceptado el trato, obedecí. Me puso en sus rodillas y me hizo levantar la cola, entonces me dio un pequeño pero firme discurso sobre la disciplina. Después, comenzó a nalguearme con una fuerza que yo no le conocía. La verdad es que no me esperaba aquellos azotes, pero estaba dispuesto a aguantarme la tunda con dignidad, sabía que me la merecía, sobre todo por ser tan estúpido de haberme dejado ver, paseando en día de colegio.
Las nalgadas proseguían, yo las sentía cada vez más fuertes, mi pobre culo me dolía, lo imaginaba colorado y lo sentía ardiendo. La paliza no estaba resultando, ni de lejos, la tunda suavecita y amable que yo había imaginado. Empecé a dar algunos gritos de dolor y a pedirle a mi tía que no me pegara más, a decirle que había aprendido la lección y esas cosas.
-          ¿Te duele, malcriado? – Me dijo enfadada sin dejar de azotarme - ¡Me alegro que así sea! ¡Y no sueñes con que ya voy a parar porque recién voy comenzando! Y además – agregó – te tengo una sorpresa. Esta vez sí vas a aprender la lección.
Yo no estaba para sorpresas, no las que parecían poder aparecer en aquel momento en que mis nalgas me picaban y sentía los azotes cada vez más fuertes. Pero entonces mi tía se detuvo. Suspiré aliviado, creyendo, inocente de mí, que la paliza había terminado. Mi tía, sin dejarme levantar, buscó algo bajo los cojines del sillón y sacó una raqueta de ping pong, nuevecita.
-          Te dije que te voy a dar la paliza de tu vida, te aseguro que no la vas a olvidar jamás – me dijo y empezó a azotarme con la raqueta.         
No podía creer lo que dolía aquello, pero además me sentía tan avergonzado que ni siquiera era capaz de reaccionar. El dolor ya era tan terrible que me puse a llorar, al principio de manera discreta, pero después como niño pequeño en total desconsuelo.
Sentía la paleta estrellándose una y otra vez en mis nalgas y no atinaba a hacer nada, ni siquiera resistirme o agitarme, para evitar aquella lluvia de azotes sobre mi cola que, a esas alturas, empezaría a amoratarse.
Cuando por fin mi tía se detuvo, no me atreví a moverme, no sabía si iba a continuar, pero parecía que no. Me dolía terriblemente, nunca en mi vida me habían dado una paliza semejante, había durado como media hora y naturalmente yo estaba bañado en lágrimas. Empecé a frotarme las nalgas para aliviar un poco el dolor, pero entonces mi tía habló.
- Bueno, Carlitos, ahora la sorpresa que te prometí: ¿a que no sabes quién está aquí?
¡Noooo! Lo supe en cuanto mi tía preguntó aquello, pero no pude responder, pues entonces oí la voz de mi madre. Entre las dos me explicaron que apenas mi tía me había visto paseando en lugar de ir al colegio, había ido a contárselo a mi madre, quien se puso furiosa y decidió que era tiempo de detenerme a cualquier costo, pues mi mal comportamiento no podía seguir. Mi tía, sabiendo que todos los jueves yo iba a visitarla, propuso que esperaran hasta ese día y entonces me dieran una soberana paliza, de esas que no te permiten sentarte en cuatro días. Mi madre ideó que mi tía iniciara el castigo para “ablandarme” un poco y luego ella misma lo remataría. Yo escuché todo aquello temblando, pues de por sí ya no aguantaba el dolor en la cola y entonces, mi madre se sentó en el sillón, se arremangó la falda y  tomándome del brazo me hizo colocarme en sus rodillas.
-          Te está quedando colorado, como tomate bien maduro – comentó mientras me acomodaba el trasero para castigarme – Te puedo asegurar que esto te va a doler más a vos que a mí – me dijo. ¡Vaya frase célebre! La llevaré siempre en el corazón.
Empezó a nalguearme y lo siguió haciendo por un largo tiempo, que a mí me pareció una eternidad. Yo sabía que me lo merecía y pensaba que estaba bien que me castigaran así, creo que trataba de convencerme de ello para poder seguir soportándolo. Lloraba desconsolado, aullaba de dolor, gritaba que por favor parara, le decía a mi madre que de verdad ya no aguantaba… pero no había caso, mi madre estaba decidida a dejar las cosas en su sitio, a que mi cola terminara ardiendo y que yo no me pudiera sentar en varios días. ¡Y además me lo decía!
-          ¡Te puedo asegurar, Carlitos, que no te vas a poder sentar por largo rato!
Cuando se detuvo por fin, yo sentía que, además de mi culito, mi cara también estaba afiebrada por tanto llanto, por la vergüenza, el dolor, por la situación… me habían atrapado y no había escapatoria, debía ser valiente y seguir sometiéndome al peor castigo de mi vida.
Mi madre aún no terminaba, me hizo colocarme de rodillas en el sillón y entonces, mi tía me sostuvo con fuerza ambos brazos, obligándome a inclinarme hacia delante sobre el respaldo.
-          A ver, Carlitos, levanta la cola – me ordenó. Otra andanada de paletazos cayó sobre mis maltrechas nalgas que ya estaban como adormecidas, aunque no tanto como para no sentir un terrible dolor.
-          Así que faltando al colegio ¿eh? ¡Yo te voy a dar a vos! ¿Qué te crees? ¿Que soy estúpida? ¿Qué podés hacer lo que querés?
-          ¡Por favor! ¡No me pegues más, te lo pido! – le rogaba llorando -¡Me voy a portar bien!
-          ¡De eso no me cabe duda, malcriado de porquería! ¡Ya me tenés cansada! – Me reñía mientras los azotes caían sobre mi cola, uno tras otro con rapidez, sin darme tiempo siquiera a respirar entre uno y otro. Siguió y siguió hasta dejarme el culo totalmente morado y caliente… ¡ardiendo!
Cuando terminó, me dijo que esperaba que hubiera aprendido la lección y me advirtió que si me veía haciendo otra macana, la próxima paliza sería aún peor. ¡¿Peor?! ¿Pero es que puede haber algo peor? Pensé. No sólo me habían pegado una tremenda paliza, sino que además lo habían planeado todo perfectamente: desde la raqueta oculta en el sillón, la sesión de “ablandamiento” con mi tía, el que ella me sostuviera de los brazos… hasta la humillación. Esto terminó por convertirme en el más sumiso de los hijos.
Volví a casa solo, me costó muchísimo porque no podía ni caminar sin que me doliera. Me fui a mi habitación, me puse hielo en las nalgas y me quedé allí reflexionando, tumbado boca abajo. Estaba abatido, pero no me sentía deprimido, todo lo contrario: para mi propia sorpresa, me encontraba en un estado de excitación total, comencé a parar la cola y a recordar con detalle cada momento del castigo.... ¡GUUUAAAUUU! ¡Qué bueno había estado...!
Había nacido un nuevo amante de las nalgadas.

El Doctor Satiuglan Sajor

El Doctor Satiuglan Sajor

Autor: Mauricio Zamora 

Está historia tuvo lugar en un colegio, que tenia el despacho médico en su interior...
En este colegio no había uniforme para las alumnas así que podían vestir como quisieran, pero de una manera decente...sin coquetería, eso si, no estaba permitido el maquillaje ni las uñas largas.
Todo empezó un día viernes, ese día tenían examen de matemáticas, las chicas del sexto curso.....En ese curso estudiaba Jessica una niña (señorita) muy guapa media 1m65cm,era de piel blanca pelo rubio, y tenía unos ojos verdes muy grandes y bonitos...su cuerpo era espectacular tenia unos pechos bien duritos y de un buen tamaño, una cintura pequeña y un trasero descomunal, redondo y respingón ..en fin era la más guapa del colegio.
Jessica no era muy buena alumna descuidaba constantemente sus estudios, razón por la cuál el día del examen decidió fingir estar enferma para no realizar el examen y de esta manera evitar un castigo de sus padres que eran muy estrictos....
Pero ella no contaba con lo que le podía costar la bromita, sucedió así :  
A los 11 de la mañana Jessica luego de fingir estar enferma fue enviada al despacho médico, por el profesor de matemáticas, al llegar allí toco la puerta y una voz muy varonil la dijo pase, al entrar el Dr Satiuglan quedo impresionado, era Jessica vestía un pantalón vaquero azul que le quedaba apretado, como les gusta vestir a las chicas, parecía que su trasero quería salirse de el, una camisa sport de color negro y una chaqueta que era conjunto del pantalón vaquero.......Luego de un momento el Dr. reaccionó y la invitó a sentarse...que es lo que te pasa preguntó el Dr.?....Jessica contestó me encuentro muy mal me duele la garganta y tengo fiebre....
Pasa acá le dijo el Dr. quítate la chaqueta y siéntate sobre la camilla te voy a revisar....Jessica obedeció...entonces luego de revisarle la garganta, el pecho y el corazón el Dr. Dijo, no pareces tener nada, ahora acuéstate boca abajo y bájate los pantalones te voy a tomar la temperatura.....Jessica  dijo per....o     no me la toma por la boca.....No dijo el Dr.   aquí solo tenemos el termómetro rectal....Date prisa, le ordenó con voz autoritaria mientras tomaba el termómetro y una cajita con vaselina...Jessica muy nerviosa y con la cara roja de la vergüenza, obedeció.... Entonces se acerco el Dr. y luego de bajarle las braguitas hasta las rodillas, con los dedos de su mano izquierda separo las nalguitas de Jessica e introdujo suavemente el termómetro unos tres centímetros, sólo se escuchó un leve quejido de Jessy  AHhhh....no sufras le dijo el Dr. serán sólo  un par de minutos,,,,pasados los 2 minutos el Dr. saco el instrumento del culito de Jessy de un sólo tirón y nuevamente Ohhhh  se quejo Jessy y llevo su mano al trasero, ya está le dijo el Dr. puedes vestirte, Jessy aun avergonzada se puso de pie subió sus braguitas y luego el pantalón...El Dr. miro el termómetro y comprobó que todo era normal...En ese momento le dijo mira Jessica tú no tienes nada ,,todo esto a sido otra de tus trampas para evitar el examen....Jessica dijo NO..NO....me duele mucho...Silencio gritó el Dr. voy a mandarles una nota a tus padres para que tomen medidas,,ven aquí siéntate y espera....Rápidamente Jessica suplico No por favor Dr. no les avise a mis padres....Lo que has hecho esta muy mal le dijo el Dr. Satiuglan,y mereces un castigo, así que aviso a tus padres o ahora mismo te castigo yo......
Jessica agacho la cabeza y sabiendo con la severidad que la castigarían sus padres, además de prohibirle salir durante un buen tiempo.......con voz temblorosa y sin mirarle a la cara dijo,,,mis padres no por favor, Castígueme usted Dr...............Muy bien dijo el  Dr. y tomando su silla la colocó en medio del despacho, se dirigió a la puerta y echó el cerrojo, se dirigió a la silla, se sentó y le dijo Jessica, vas a recibir un castigo que no vas a olvidar durante mucho tiempo, pues tus nalgas te lo van a recordar a diario cada vez que te sientes.....Túmbate sobre mis rodillas le ordenó. Ante esto Jessica se exaltó y advirtiendo lo que se le venía encima le dijo, no por favor no!!!!!!! entonces el Dr. le tiro con fuerza del brazo y la situó sobre sus rodillas, ahí estaba el culo más perfecto del colegio a su entera disposición para ser castigado...Coloco su mano derecha sobre su cintura e inmediatamente pasó a azotarla, una a una caían las nalgadas con fuerza pero no muy seguidas alternando,1 derecha y 1 izquierda....al principio Jessica estaba quieta sorprendida talvez por lo que le estaba sucediendo, pero según aumentaban las nalgadas empezaba a quejarse ,plass ...AUhhhh plashhhh Auhhhh,y asi durante unos 5 minutos, no más por favor decía la chiquilla, en ese momento la levanto......y rápidamente Jessica empezó a frotarse el trasero que ya le dolía, ella pensó que eso era todo,,,pero no fue así ...El Dr. le dijo que esto era sólo un calentamiento y le dijo que se desnudara de cintura para abajo que su castigo aún no había terminado,.....y mientras más tardes en obedecer va a ser peor.....Ante esto Jessy pensó que lo mejor era obedecer así que se quito el pantalón y luego las bragas quedando totalmente al aire su culito que ya había perdido su color natural, ahora era de un color rojizo pero no muy intenso....Nuevamente la tumbo sobre sus rodillas y empezó de nuevo la descarga de nalgadas que ahora hacían más daño ya que nada protegía las nalguitas de Jessy,El DR SATIUGLAN estaba disfrutando, con el castigo le daba 6 nalgadas seguidas,3 en la derecha,3 en la izquierda y luego la masajeaba el trasero, así siguió durante otros 5 minutos, durante este tiempo Jessica ya lloraba y suplicaba que parara, pues ya sentía el calor en su trasero que ya tenía un color mas rojizo .....En ese momento el Dr. le ordenó que se pusiera de pie y que se frotara el trasero para aliviarlo un poco,,Jessica se puso de pie y según se masajeaba su trasero empezó a sentir una extraña sensación de placer, que no se lo explicaba pues el dolor de su culito decía lo contrario....
Luego de dejarla descansar 2 minutos, el Dr. se quito la bata y luego empezó a sacar su cinturón lentamente ,lo doblo por la mitad y ordeno a Jessica colocarse acostada sobre la camilla con un cojín bajo su vientre para tener una mejor vista de su trasero,,,como es de suponerse esto no le gusto nada a Jessy,y le dijo que ya había recibido suficiente castigo, negándose a obedecerle,,,pero en ese momento el Dr. le recordó que le iría peor y si no obedecía cumpliría su amenaza de comunicar su falta a sus padres. Entonces Jessica obedeció, en medio de lloros y lamentos se tumbo en la camilla....Se acerco el cruel Dr. se colocó a 1m de ella agito su cinturón en el aire y empezó a azotarla, luego de cada correazo PLAFFFF,AYYYY gritaba Jessy y llevaba las manos a su trasero, así siguió el castigo hasta llegar a 20 golpes con el cinturón luego de los cuales Jessica permaneció acostada, frotandose su dolorido trasero que ya tenía un color rojo carmesí,..No paraba de llorar,,,hasta que un raro sonido llamo su atención era el silbido de la cane que su cruel castigador agitaba en el aire......De pie ordeno el cruel Dr. vas a recibir 12 varazos para finalizar tu merecido castigo,,,,nuevamente no sin antes rechistar Jessica obedeció Se levanto de la camilla y caminó hasta el escritorio del Dr. ,túmbate aquí y coloca tus manos en el otro extremo, por cada vez que te sueltes para tocarte el trasero te daré 2 más entendido?....S...i   SNifff   Y se colocó, es indescriptible relatar lo hermoso que se veía su culo en esa posición....
Jessica vas a contar uno por uno los varazos....
Levanto su mano y con Fuerza dejo caer el primer azote. Splashhh ...AYYYY 1,,Splashhhh 2  ...............Splashhh11.....y   Splashhh12  Gracias Dr. dijo Jessica ,,para sorpresa de este¡¡¡¡¡¡.....Había resistido los 12 golpes sin desobedecer ...
Ya hemos terminado dijo el Dr. ,ayudo a incorporarse a Jessica. Miró detenidamente su trasero era rojo intenso y tenía 12 delgadas líneas que le habían dejado los golpes de la cane......le dio una palmadita en el centro del trasero y le dijo ..ya te puedes vestir,,,,Así lo hizo Jessy se coloco las bragas y el pantalón con mucha dificultad....el la miraba satisfecho de su obra,,,a la vez que le decía, talvez tú olvides este castigo al cruzar la puerta...Pero como te dije TUS NALGUITAS TE LO RECORDARAN DURANTE MUCHO TIEMPO.......Te puedes ir.....Según salía caminando muy despacio y aún sobándose el culito, miró a su cruel Dr....que lo miraba con una morbosa sonrisa..... Cerro la puerta y se marcho....
NOTA.....Han pasado ya quince días del castigo que JESSICA recibió del
DR. SATIUGLAN  SAJOR......y ella ya esta pensando en qué hacer para volver a su  Despacho...........................FIN...

Los azotes de Bennett 5

Bennett, ¿por qué sigues jugando X-Box? Te dije que abandonaras el juego hace 30 minutos.  Le dije a Bennett. Estoy furioso. Le dije a Benne...