domingo, 15 de septiembre de 2024

UN CASTIGO SEMANAL DE MAMÁ


Una vez a la semana, mamá le daba nalgadas a su hijo. Después de tomar su ducha matutina, el niño se ponía un par de calzoncillos transparentes de bikini. Usar los calzoncillos transparentes le recordaba los fuertes azotes que mamá le daba.

Aunque siempre lo castigaban el día de la nalgada, el momento dependía de la lista de cosas por hacer de mamá. Por lo general, era un elemento de la lista mental de cosas que tenía que hacer, pero si era un día particularmente ajetreado, ella escribía la lista. En esos días, el niño la observaba aprensivamente mientras ella marcaba los elementos de la lista hasta que llegaba el momento de "darle la nalgada".

Habían salido de compras ese mismo día. Después de que mamá guardó las cosas, le dijo que fuera a su habitación y se preparara para recibir los azotes.

"Subiré en un rato y quiero que pienses en lo travieso que has sido esta semana mientras me esperas", le dijo mamá.

Subió las escaleras hasta su habitación y se desnudó, quedando sólo con la braguita de bikini transparente.

Después de colocar la regla, la paleta y la caña de ratán, apiló dos almohadas en el medio de la cama.

El niño odiaba tener que esperar su azote, mirando la paleta y el bastón, pensando en lo mucho que le dolerían cuando mamá los usara para castigar su trasero desnudo.

El niño se sintió aliviado cuando mamá finalmente entró en la habitación, contento de poder dejar de temer su castigo y terminar con él de una vez. O al menos se sintió así hasta que mamá lo puso sobre sus rodillas para azotarlo, con los calzoncillos bajados hasta las rodillas.

Mamá golpeó el trasero desnudo del niño con la paleta de la regla, bajándola con fuerza sobre sus nalgas hasta que su trasero se puso rojo y cada golpe hizo que el niño gritara.

Cuando mamá terminó de azotarlo, le dijo al niño que se levantara y se acostara sobre las almohadas. Los calzoncillos del niño se le habían bajado hasta los tobillos mientras pateaba con las piernas mientras ella lo azotaba y se los quitó, poniéndolos sobre la mesita de noche. Se tumbó sobre las almohadas, con el trasero levantado, listo para recibir la vara.

Mamá le dio golpecitos en el trasero con el bastón y el niño arqueó el trasero hacia arriba, ofreciendo la parte inferior de las nalgas para el castigo. Ella le dio unos cuantos golpes suaves haciéndole esperar un momento para el primer golpe, que le quemó las nalgas. Le dio golpes fuertes con el bastón, usando todo el movimiento del brazo, esperando cuatro o cinco segundos entre cada golpe para permitir que el niño sintiera cada uno.

Mamá le dio fuertes golpes con la vara en las nalgas y la parte superior de los muslos. Cuando terminó de darle la primera serie de quince golpes, el niño lloró como un niño pequeño al que le hubieran dado una paliza. Luego, cambió de lado para darle otros quince, de modo que sus nalgas y la parte superior de los muslos recibieran el castigo de manera uniforme.

"Te voy a dar los últimos diez extra duros. Levanta tu trasero para mí, cariño", le ordenó al chico que lloraba.

Arqueó la espalda y empujó el trasero hacia arriba. Mamá le puso el bastón suavemente sobre las nalgas que le ofrecía dos veces antes de golpearle con fuerza las mejillas. Le dio los golpes lentamente y, como había prometido, con mucha fuerza, dejando que cada marca del bastón le hiciera una marca en las nalgas antes de darle el siguiente golpe. El niño intentó mantener el trasero hacia arriba y se presentó para el castigo, pero unas cuantas veces se presionó contra las almohadas cuando el bastón le dio en las mejillas desnudas. Entonces mamá esperaba a que se arqueara y le ofreciera las nalgas antes de darle el siguiente golpe.

El chico sollozaba cuando ella le dio la última caricia, y la roncha le subió por las nalgas, justo por encima de los muslos. Su trasero permaneció arqueado, dispuesto a recibir otra caricia.

Mamá dejó el bastón en el suelo y acarició el trasero lleno de verdugones del niño. "Ya se acabó la paliza, cariño".

Mamá se acostó a su lado, tomó al niño que lloraba en sus brazos, acunó su cabeza contra sus pechos y le acarició el cabello. Lo abrazó hasta que dejó de llorar.

"Te voy a dar una paliza ahora, cariño", le dijo al chico. Él apretó la cara contra sus pechos. Los azotes habían sido muy dolorosos y temía que le pegaran sobre las ronchas.

Mamá se levantó, fue hasta el tocador y sacó la paleta de castigo. El niño se levantó y se puso de pie a su lado derecho. Podía ver la parte superior de sus pechos, al descubierto por su blusa escotada. Deseaba poder acariciarlos de nuevo, enterrando la cara en su escote.

"Sobre mi rodilla, cariño", le dijo mamá mientras se subía la falda y dejaba al descubierto sus muslos. Él pudo ver que llevaba puestas unas bragas negras transparentes. El niño yacía sobre su rodilla izquierda, con los pies apoyados en el suelo y la parte superior del cuerpo apoyada en la cama.

Mamá le acarició el trasero, pasando la mano sobre la piel caliente y arrastrando los dedos sobre las líneas rojas de las marcas de caña que cubrían sus nalgas y la parte superior de los muslos.

Su mano se sentía fría sobre su piel castigada y caliente mientras lo acariciaba. El trasero del chico estaba muy dolorido y él sabía que el placer de las caricias de mamá pronto sería reemplazado por el golpe de la paleta en sus nalgas llenas de verdugones.

Mamá cogió la paleta de castigo, envolviendo firmemente su brazo izquierdo alrededor de su cintura. Bajó la paleta con fuerza sobre su nalga izquierda, alternando las mejillas mientras lo azotaba y él gritaba con cada golpe. Después de darle diez golpes en cada mejilla, mamá le dio la oportunidad de recuperar el aliento mientras lo acariciaba. Después de unos minutos, el crujido de la paleta y sus gritos llenaron nuevamente la habitación. Después de darle otros diez golpes en cada lado, bajó la paleta.

Mamá soltó al niño y le dijo que podía levantarse. Tomó las almohadas del medio de la cama y las colocó al final de la misma.

—Inclínate hacia el final de la cama, por favor, cariño —ordenó.

Cuando el niño se inclinó sobre el borde de la cama, mamá volvió a colocar la paleta de castigo en la cómoda y sacó un látigo, un consolador, un arnés para consolador y una botella de lubricante. Después de colocar los elementos sobre la cama, se desnudó hasta quedar en sujetador y bragas.

Se sentó al lado del chico y le acarició el trasero, pasando el dedo índice entre sus mejillas. "¿De quién es este trasero?", le preguntó.

-Es tuyo, mami-le dijo.

"Así es, cariño. Eres mía. Quiero que le pidas a mami que te dé una buena follada anal para terminar tu castigo".

-No, por favor no me hagas pedirlo mami.

"Está bien, cariño, te daré una opción. Puedes recibir cuarenta latigazos en el trasero con el látigo o puedes pedirme que te folle duro por el culo".

El chico miró el consolador que estaba sobre la cama. Mamá había dejado el consolador de castigo. Sabía que le dolería cuando lo penetrara por primera vez.

"Aceptaré mis azotes", dijo el muchacho suavemente.

Mamá tomó el látigo de una sola cola y se colocó detrás de él. Dejó que el látigo trenzado negro recorriera sus mejillas. Él empujó su trasero hacia arriba.

"Te daré tu castigo en tandas de diez, mi amor", le dijo mamá. "Después de cada tanda te daré la oportunidad de pedirme que te folle por el culo antes de darte los siguientes diez".

Mamá le dio un fuerte látigo en el trasero al chico, que volvió a llorar cuando ella le dio los primeros diez azotes.

"¿Hay algo que quieras pedirme, cariño?", preguntó mamá al niño llorando.

"Por favor, señora, azóteme", respondió el niño suavemente.

La mamá le dio al niño otros diez latigazos. Entre sollozos, él le pidió que lo azotara cuando ella se lo pidió de nuevo.

Cuando mamá golpeó con el látigo las nalgas del niño, él sollozó y le rogó que dejara de azotarlo, prometiéndole ser un buen niño si paraba.

Cuando terminó de darle al niño su tercera tanda de latigazos, él yacía inerte sobre la cama, sollozando.

—¿Hay algo que quieras pedirme ahora, cariño? —preguntó mamá—. ¿Quieres pedirme que te azote?

"Por favor, mami, no me pegues. Seré un buen chico", dijo mientras lloraba.

—Si no quieres que te dé una paliza ya sabes lo que tienes que pedir —dijo mamá.

"Por favor, no me pegues, mami. No aguanto más", repitió el chico. Luego, más suavemente: "Por favor, dame una buena cogida por el culo".

Ella le dio una palmadita en el trasero. "Buen chico. Ahora quiero que me abras las nalgas", le dijo.

El niño se estiró hacia atrás y abrió las nalgas. Su trasero estaba muy dolorido y caliente bajo sus manos.

Mientras esperaba, inclinado sobre el borde de la cama, con las nalgas abiertas y el ano al descubierto, observó cómo mamá se quitaba las bragas. Se puso el arnés del consolador y se metió el consolador. Mientras la observaba prepararse, pensó en que pronto le daría un castigo follándole el culo. El consolador parecía muy grueso. Pero sería mejor soportar el dolor de la penetración con el consolador de castigo que otros diez azotes con el látigo en el trasero.

Ella se movió detrás de él y él escuchó el crujido del lubricante mientras ella preparaba el consolador de castigo. Ella presionó la punta del consolador contra su ano. El consolador le dolió cuando lo presionó.

"Relájate, cariño, y acepta tu castigo", le dijo mamá mientras presionaba la punta del consolador en su ano.

-Me duele, mami. Es muy grande.

"Relájate y métete una buena follada, cariño. O tendré que azotarte".

El chico se concentró en relajar su esfínter, presionando hacia afuera mientras ella presionaba el consolador dentro de él. Él gritó cuando ella lo penetró, empujando el consolador hasta el fondo de él.

El chico movió las manos hacia adelante, agarrando la colcha de la cama, preparándose mientras ella comenzaba a moverse contra él, embistiendo con fuerza, golpeando su dolorido trasero. Ella se corrió mientras lo follaba, el consolador presionando contra su clítoris.


Caso Wintermute

LA VISITA DEL SR SPENCER 2

  El sonido del timbre resonó por la gran casa suburbana, y se pudo escuchar el ruido de pequeños pies descalzos mientras el niño más cercan...