domingo, 24 de enero de 2021

Mi madrastra Clara 2

Después de seguir saliendo con Clara durante dos o tres meses más, Papá y ella acabaron casándose. Es un poco raro asistir a la boda de tu propio padre. Mis hermanos pequeños participaron como pajes de honor o algo así, pero yo me negué en redondo. Papá no insistió, pero me dejó bien claro que más me valía portarme bien en la boda, porque no iba a tolerar que echara a perder una ocasión tan especial. Después de la ceremonia los dos se fueron una semana a Italia de luna de miel, y nosotros nos quedamos con los abuelos.
Cuando volvieron se me hizo un poco raro vivir en la misma casa que Clara. Desde el principio ella se dedicó a todas esas tareas de la casa que solía hacer yo y, aunque eso me dejaba más tiempo libre, me fastidiaba tener que reconocer que ella las hacía mejor que yo. También a mi padre se le notaba muy feliz, y mis hermanos, especialmente la chica, estaban encantados de tener una madre otra vez. Yo era el único que no la llamaba Mamá, y al menos ella respetaba mi necesidad de distancia y no intentaba tratarme como si fuera mi madre, lo cual me parecía muy bien.
Sin embargo, poco a poco empecé a mostrarme menos frío con ella. He de reconocer que era divertida y simpática, y nunca albergaba rencor por nada, así que se hacía difícil mantenerse enfadado con ella. Acabó por llegar el momento en que, aunque seguía llamándole Clara, nuestra relación había mejorado mucho, y ya no la veía como una intrusa sino como un miembro más de la familia.
Lo que voy a contaros a continuación fue un incidente que, aunque pudo haber significado el final de nuestro acercamiento, no sólo no lo hizo, sino que sirvió para unirnos más.
Todo ocurrió un día en el que salimos una hora temprano del colegio porque un profesor estaba enfermo. En vez de ir a casa, unos amigos y yo decidimos ir a un centro comercial. Estábamos riendo y contando historias, casi todas ellas inventadas, para impresionar a los demás. Entonces uno de nosotros contó que tenía un amigo que siempre que quería un juego de ordenador nuevo no tenía que esperar a que sus padres se lo compraran, sino que se lo metía bajo el jersey y salía de la tienda sin pagarlo. Algunos dijimos que no le creíamos, empezamos a discutir y una cosa condujo a la otra hasta que decidimos que lo íbamos a intentar por nosotros mismos. Lo echamos a suertes y me tocó a mí cometer el robo. A mí no me hacía ninguna gracia y estaba bastante nervioso, pero no podía echarme atrás sin quedar como un gallina delante de todos mis amigos, así que no tuve más remedio que aceptar.
Mientras todos los demás me miraban desde una distancia prudencial yo me puse a examinar los juegos. Me encontraba tan nervioso que estaba temblando como un flan, pero no podía acobardarme ahora, así que cuando me pareció que ningún adulto estaba mirando hacia mí, me metí un juego cualquiera debajo del abrigo y comencé a caminar hacia la salida.
Por desgracia, justo cuando estaba a punto de salir se me acercó un guardia de seguridad y me preguntó qué llevaba bajo el brazo.
Yo por poco no me muero allí mismo. Miré a la salida tratando de calcular si tenía alguna posibilidad de escapar, pero me di cuenta de que el guardia me estaba vigilando atentamente y no me atreví a intentarlo. Así que no tuve más remedio que darle el juego e ir con él hasta el despacho de seguridad.
Al entrar allí me di cuenta de cómo me habían pillado. El despacho estaba lleno de pantallas de televisión que mostraban distintas perspectivas de la tiendo. No había tenido ninguna posibilidad de éxito.
Me pidieron que dijera mi nombre y mi número de teléfono y yo se lo di. Me encontraba tan asustado que ni siquiera me paré a considerar la posibilidad de mentir. Estaba seguro de que iban a llamar a la policía y me iban a llevar a la cárcel.
Pero en vez de llamar a la policía llamaron a casa. Papá no estaba, claro, (esa mañana había salido para Madrid para asistir a un congreso de historiadores y no volvería en un par de días). La que respondió fue Clara y dijo que vendría enseguida.
Mientras esperábamos los de seguridad trataron de hablar conmigo, quizá para meterme miedo y que no lo volviera a hacer más, pero yo ya estaba tan asustado que casi no los oía, y al cabo de un rato se convencieron de que ya estaba tan aterrorizado como se podía estar, así que me dejaron en paz.
Al cabo de unos minutos llegó Clara y se puso a hablar con el encargado. Éste insinuó que estaban pensando presentar cargos contra mí, pero ella le rogó que no lo hiciera y le aseguró que sería castigado con severidad y que nunca me plantearía volver a hacer algo así. Finalmente el encargado se dejó convencer y nos dejó ir, no sin antes advertirme de que si me volvían a coger robando no tendría tanta suerte.
En el trayecto hacia casa no intercambiamos ni una palabra. Yo estaba destrozado y las pocas veces que la miré me di cuenta de que ella también estaba bastante humillada.
Cuando por fin llegamos a casa Clara me dijo que no esperaba de mí una cosa así, y me dio a elegir entre ocuparse ella misma de castigarme o esperar a que mi padre volviera. Yo lo último que quería era que mi padre se enterase de esto, porque sabía lo mucho que valoraba la honradez y que se sentiría totalmente decepcionado conmigo si supiese lo que había hecho.
Si me castigas tú, ¿se lo contarás a Papá? le pregunté.
No, por lo que a mí respecta, una vez que hayas sido castigado ese es el fin del asunto. Pero no creas que si eliges que te castigue yo vas a salir de rositas, me dijo mirándome a los ojos. Te mereces unos buenos azotes y eso es exactamente lo que recibirías.
Yo tragué saliva. Eso no sonaba nada bien, pero ¿cómo de fuerte podía azotarme Clara? Al fin y al cabo era sólo una mujer, no podía tener tanta fuerza como Papá. Además, si Clara cumplía con su palabra todo quedaría entre nosotros, y hasta ahora no me había dado la sensación de ser una mentirosa. Así que le dije que prefería que fuera ella la que me castigara.
Clara asintió y me dijo que la esperase en el rincón de la salita, de cara a la pared. Que ella me llamaría en cuanto se pusiese algo más cómodo. A mí me resultaba un poco ridículo eso de ponerme de cara a la pared como si fuera un niño pequeño, pero era mejor no enfadarla más, así que hice lo que me decía. Entre el calor que hacía y la preocupación por los azotes que iba a recibir estaba empezando a sudar.
Unos minutos después se volvió a abrir la puerta de su habitación y oí que me llamaba. Al entrar vi que estaba sentada sobre su cama, y ella me indicó que me acercara.
Creo que tú sabes que robar está muy mal, Jorge. Es muy poco honrado e incluso te puede meter en líos con la policía. Tu padre y yo esperamos mucho más de ti.
Diciendo esto, Clara me desabrochó el cinturón y me lo bajó hasta las rodillas. A mí me daba vergüenza porque solía ser muy modesto con ella, y no dejaba que me viera cuando no estaba totalmente vestido, pero comprendía que no estaba en posición de protestar, y que tendría que aceptar el castigo que ella quisiera imponerme. Seguidamente, me tendió sobre su regazo.
Yo me sentía extraño. Estar sobre las rodillas de Clara era muy distinto a estar sobre las de Papá. Me recordaba a las veces que mi madre me había dado unos azotes cuando yo era pequeño.
Casi me sentí aliviado cuando la azotaina comenzó, aunque pronto cambié de idea. Puede que Clara no fuera muy fuerte, pero nadie lo diría a juzgar por el modo en que azotaba. Los azotes cubrían todas mis nalgas, concentrándose más en la zona inferior, donde nos sentamos y donde la piel, según empezaba a darme cuenta, es especialmente delicada.
Estaba siendo azotado enérgicamente y el escozor comenzaba a hacerse insoportable. A pesar de que estaba decidido a no llorar, comencé a sentir que se me llenaban los ojos de lágrimas y empecé a moverme a un lado y a otro, tratando de evitar que los azotes cayesen en el mismo sitio varias veces seguidas.
De pronto, tan bruscamente como habían comenzado, los azotes cesaron.
Menos mal, pensé lleno de alivio. Ya no podía aguantar más. Traté de levantarme, pero ella no me dejó.
Tu azotaina acaba de empezar, muchachito. Ponte cómodo porque te vas a quedar justamente donde estás un rato más.
Mientras me decía esto, sentí cómo Clara agarraba el elástico de mis calzoncillos.
No, por favor... protesté débilmente, pero ella hizo caso omiso de mis súplicas y me los bajó lo suficiente para dejarme con el culo al aire.
La azotaina se reanudó con fuerza renovada. No podía creer que la diferencia fuese tan grande una vez que no tenía ninguna protección. Su técnica consistía en golpear tres o cuatro veces la misma zona con golpes rápidos y fuertes y pasar a otra. Con su mano libre me sujetaba para que no pudiese escapar.
Ella no decía ni una palabra, parecía como si toda su mente estuviese concentrada en su tarea. Yo por otra parte sí que emitía sonidos. Primero fueron unos gemidos como de cachorrillo apaleado y luego no pude aguantar más y empecé a llorar como un bebé y a suplicarle que parara y prometerle que sería bueno, que no lo volvería a hacer, cualquier cosa con tal de que ella parase.
Por fin pareció apiadarse de mí y los azotes se fueron haciendo más infrecuentes, hasta detenerse totalmente. Yo permanecí sobre sus rodillas, llorando.
¿Vas ¡PLAS! a ¡PLAS! volver ¡PLAS! a ¡PLAS! robar ¡PLAS! alguna ¡PLAS! vez ¡PLAS! en ¡PLAS! tu ¡PLAS! vida ¡¡PLAS!!?, me preguntó, puntuando cada palabra con un sonoro azote.
No, no, por favor, no sigas más, sollocé.
¿Me lo prometes?
¡¡Síiii!!
Está bien, te creo. Tu castigo ha terminado.
Me ayudó a incorporarme y me subió los calzoncillos, mientras yo no podía evitar frotarme vigorosamente la zona castigada. Entonces abrió los brazos y yo la abracé instintivamente, llorando en su regazo y diciendo que lo sentía.
Ella me estuvo consolando y acariciando la espalda un buen rato, hasta que dejé de llorar. Entonces me dejó que fuera a lavarme la cara, mientras ella iba a recoger a mis hermanos al colegio de al lado de casa.
En el cuerto de baño me miré el trasero y estaba rojo como un tomate.


Esa tarde yo estaba bastante callado y abatido, hasta que Clara me llevó aparte y me preguntó que qué me pasaba, que ya había pasado todo y yo estaba perdonado.
Es que ahora pensarás que soy un ladrón, le dije, mirando al suelo.
Pues claro que no, tonto, me dijo, dándome un abrazo. No pienso que seas un ladrón. Pienso que eres un chico muy valiente, que cuando su familia lo necesitaba ha cuidado de sus hermanos y ha llevado la casa adelante. Todos cometemos errores, especialmente cuando somos pequeños, y porque hayas cometido uno eso no te convierte en un ladrón. Tú has tenido demasiadas responsabilidades, pero todavía eres un niño y necesitas que te dejen seguir siéndolo y jugar y hacer tonterías como todos los demás niños. Eso no quiere decir, añadió con una sonrisa, que no vayas a ser castigado cuando te pases de la raya. Pero después del castigo serás perdonado y no se volverá a hablar del tema. Si tú me dejas yo cuidaré de ti.

 
Y Clara cumplió su promesa. No volvió a hablar del tema ni le comentó a mi padre lo que había pasado. Por mi parte, yo nunca volví a robar, aunque aún recibiría durante mi infancia varias azotainas más por diversos motivos, tanto de mi padre como de Clara.
En justicia tengo que decir que ella siempre se portó muy bien con mis hermanos y conmigo, y que yo acabé por quererla mucho, hasta el punto de que ahora me cuesta trabajo entender cómo pude tratarla tan mal al principio. Incluso me acostumbré a llamarla Mamá, lo cual no quiere decir que haya olvidado a mi otra madre, ni que vaya a hacerlo nunca. Cuando pienso en ella me da mucha pena saber que no voy a volver a verla nunca más. Espero que desde dondequiera que esté pueda vernos crecer y piense en nosotros. También me hubiera gustado que conociese a Clara. Creo que las dos habrían sido buenas amigas.

Los azotes de Bennett 5

Bennett, ¿por qué sigues jugando X-Box? Te dije que abandonaras el juego hace 30 minutos.  Le dije a Bennett. Estoy furioso. Le dije a Benne...