sábado, 23 de enero de 2021

Adrià con su mami

  


El despertador sonó sin piedad, como todas las mañanas. Muy amodorrada, mamá se incorporó para apagarlo. Se desperezó mientras se levantaba de la cama que compartía con su hijo Adrià, para abrir la persiana. La luz del nuevo día dañó los ojos de su pupilo.

“Vamos, Adri, hay que levantarse”

La mamá intentó que su voz sonara fuerte, pero el cansancio de la mañana pudo más que su buena voluntad. Adri, como respuesta, se giró tapándose de la luz y envolviéndose más en las sábanas. Pero su mamá conocía muy bien el mejor modo de quitarle el sueño a un jovencito dormilón. Se inclinó sobre la cama y tiró fuerte de la ropa; el cuerpo desnudito de Adri apareció ante su vista. Mamá lo giró con la mano izquierda para poner el culete al alcance de su diestra, con la cual descargó una rápida ráfaga de azotes sobre las nalgas desnudas de Adri. El pequeño se incorporó en la cama sobresaltado y con cara compungida. La mamá sonrió.

“Es hora de levantarse, jovencito. Me voy a la ducha y cuando venga quiero verte totalmente vestido y preparado para desayunar. ¿Lo tengo que decir dos veces?”

“No, mami”

El pequeño despegó de la cama su culete levemente sonrosado por los azotes, y se levantó. Satisfecha, su mamá cogió toallas y ropa limpia, dirigiendose hacia el cuarto de baño. Una vez allí, mientras se quitaba el camisón, tenía la sensación de tener algo que hacer ese día, aunque no podía recordar que era.

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La mamá entró en la habitación ya vestida. Muchos días al volver a entrar se encontraba a Adrià todavía en la cama, por lo que llevaba la zapatilla especial de castigo preparada en su mano derecha por si había que zurrar al pequeño para que acabase de despejarse. Sin embargo, le dio una agradable sorpresa aquella mañana: esperaba completamente vestido, muy guapo con su jersey, su corbata y sus pantaloncitos cortos que apenas le cubrían la mitad del muslo, hasta se había perfumado con colonia y aguardaba por su mami en actitud sumisa, con las manos en la espalda y una encantadora sonrisa de niño bueno. Mamá dejó descansar la zapatilla sobre la cómoda, rodeó a su pupilo con un fuerte abrazo y lo besó.

“Buenos días, Adri . Estás muy guapo”

“Tú también, mami”

“A desayunar” La mamá dirigió al niño fuera de la habitación con un par de palmadas cariñosas en el trasero.

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Adri no dio problemas ni molestó con preguntas pesadas durante el desayuno, ni hizo perder tiempo a la hora de salir de casa, ni intentó despegar su mano de la de su mami mientras caminaban hasta la casa de la profesora particular del muchacho. Aunque se sentía muy agradecido por esa inusual mañana de paz, su mamá solía inquietarse ante un comportamiento tan perfecto, porque solía ser señal de que había llevado a cabo alguna travesura, o estaba planeando alguna. Y luego esa sensación de que estaba olvidando algún trabajo pendiente para ese día ..... Intentó quitarse esas ideas de la cabeza; era una hermosa mañana y ella y su niño paseaban felices por la calle.

Al doblar una esquina, se encontraron ante una escena de disciplina materna protagonizada por una de los compañeras de clase. La mami de la niña le tiraba con energía de las orejas mientras le reñía en voz no muy alta, por lo que Adrià y su mami no supieron exactamente en qué había consistido el mal comportamiento de la joven. El caso es que su mami debió considerar que la niña merecía un castigo más contundente, por lo que lo atrajo hacia sí y le hizo inclinarse para calentar con una buena zurra la parte posterior de sus braguitas. Mamá sonrió, ya que entre ella y Adrià solía tener lugar una escena similar la mayor parte de las mañanas en el trayecto hacia el “cole”, como los chicos llamaban a la casa de su maestra.

Al pasar al lado de la enfadada mami, ésta interrumpió durante un momento los azotes para saludar a Adrià y su mamá, que respondieron con cortesía. La niña azotada, probablemente por vergüenza, no intentó averiguar quien estaba presenciando su castigo. Una vez los hubieron adelantado, el sonido de la azotaina, los quejidos de la chica traviesa, y las regañinas de la mami, llegaron a los oídos de mamá y su peque todavía durante un tiempo, hasta que se despidieron a la entrada del cole.

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El trabajo aquella mañana también pareció transcurrir fluido y sin problemas, a pesar de lo cual a su mamá seguía sin abandonarle esa sensación de estar olvidando un asunto pendiente. La ausencia de problemas le posibilitó salir de la oficina un poco antes, por lo que podría pasar por el cole y recoger a Adrià. Así hablaría con su maestra y se enteraría de qué tal se estaba portando el chico en clase, algo que el trabajo le impedía hacer la mayor parte de las mañanas.

Adrià asistía a clases particulares donde repasaban todo lo aprendido en el año escolar. Pero lo que había motivado la elección de aquella maestra era su compromiso con la disciplina y el castigo tradicional en la educación de los pequeños. La mamá sabía que dejaba a Adrià en buenas manos todas las mañanas, en un lugar donde se le trataría con todo el rigor que necesitaba.

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El propio Adrià abrió la puerta de la casa de la maestra. Muy complacida, su mamá le acarició el pelo mientras se dirigían a la sala donde tenían lugar las clases. Desde allí llegaba el sonido de una azotaina; y efectivamente, la escena que esperaba a la mamá de Adri en el aula era la de una niña desnuda de cintura para abajo inclinada sobre la falda de la profesora, recibiendo muchos azotes con un cepillo de madera. 

La maestra golpeaba con pulso firme las nalgas ya bien coloradas de la niña, cuya ropa interior descansaba en el suelo, acompañada de otros pantaloncitos y calzoncillos. A un lado, cara a la pared, se encontraban los dueños del resto de la ropa, otros dos niños vestidos sólo con un chaleco y una camisa anudada de forma que sus nalgas quedaban perfectamente visibles. Ambos culitos, que los chicos acariciaban de vez en cuando con expresión dolorida, mostraban un tono rojo intenso; habían sido azotados recientemente, y las marcas de las nalgas parecían tener su origen en el mismo cepillo que ahora estaba castigando un nuevo trasero.

La mamá se sentó en uno de los pupitres y ordenó a Adrià que hiciera lo mismo. Mientras esperaba para hablar con la maestra, presenció con gran deleite el castigo de la alumna traviesa, en cuyos quejidos su mamá reconoció a la niña corregido por su mami camino del cole aquella mañana. La azotaina era en esta ocasión bastante más severa, así que la niña intentaba, con poco éxito, cambiar la posición de las nalgas para evitar el impacto del cepillo y reducir el dolor de los azotes. La maestra le llamó la atención recordándole que debía mantener las piernas bien separadas. La alumna así lo hizo, poniendo sus partes íntimas perfectamente a la vista de todos en la sala. La mamá envidió mucho a la maestra; trabajar en la dominación y la disciplina de un grupo de jovencitos sería un sueño para ella y para muchas otras mamis.

la quinta y última niña presente en la sala presenciaba los azotes de su compañera de pie y con expresión muy diferente a la de Adrià. Mamá se imaginaba por qué, y la maestra confirmó su suposición.

“Mientras acabo con tu amiga, tú vete quitándote ya la falda y las braguitas, jovencita. También te vas a ir a casa con el culete muy caliente”

Tras esta breve interrupción, la profesora reanudó su ataque sobre las posaderas de su desdichada alumna, mientras la siguiente se quitaba los zapatos, para proseguir luego con la falda. Vestido solo de cintura para abajo con sus braguitas, la niña miró en la dirección de la mamá de Adrià; la mirada atenta de una mujer mayor desconocida que observaba como se desnudaba le provocó un momento de duda antes de bajarse, visiblemente avergonzada, las braguitas. No obstante, no intentó taparse ni el culete de la vista de los presentes en la sala. Esperó su turno con la cabeza baja.

Por fin la maestra dejó el cepillo a un lado y cogió a la niña castigada de la oreja, levantándola de la mesa y llevándola junto a los otros dos.

“Ahí de cara a la pared”

Mientras la dolorida niña acariciaba su culito ardiente intentando apaciguar el escozor, la maestra fue a saludar a la mamá de su alumno. Su expresión dura se convirtió en un instante en la sonrisa más encantadora.
”Buenas tardes. Que agradable verla por aquí”

“Buenas tardes, señora maestra. Veo que los chicos han sido traviesos hoy”

“No han estudiado la lección que tenían que traer aprendida. He tenido que azotarles a todos, menos a Adrià, que hoy, sin que sirva de precedente, ha sido un alumno ejemplar”

Acostumbrado a encontrarse en sus visitas a la clase a su niño sobre las rodillas de la maestra, como a la niña que acababan de azotar, su mamá se llenó de orgullo y de sorpresa al oír que su pupilo había sido el primero de la clase. 

“A decir verdad, ha sido desobediente durante toda la semana; le he tenido que zurrar de lo lindo para que trabajase todos los días. Salvo hoy que se ha portado estupendamente y ha estudiado”. A continuación se dirigió a Adrià y lo tomó de la oreja, retorciéndosela. “Eso me demuestra, jovencito, que hago bien en castigarte porque tú cuando quieres, puedes”

“UUUyy”

“¿Es verdad o no es verdad que hago bien en bajarte los pantalones y darte unos buenos azotes en el culo cuando no estudias?”

“Aaaay, es verdad, señora maestra. Aaaay”

“¿Te mereces o no todas las azotainas que te has llevado esta semana?”

“Sííííí, uuuy”

Satisfecha con la respuesta, la maestra liberó la oreja, para gran alivio de éste. La mamá se sintió muy satisfecha de haber encontrado una profesora que prestaba a su pupilo la atención que el joven necesitaba, castigándolo como ella sabía muy bien que Adrià se merecía.

“Pues ya sabes, a estudiar todos los días como hoy. Espero que mañana te sepas bien la lección que te dije. Te la preguntaré nada más llegar a clase, y como no respondas bien a todas las preguntas, te calentaré el pompis como hoy a tus compañeros. Y hablando de tus compañeros ..... hay una niña aquí que va a volver a casa con el culito como un tomate”

Tras dar la mano a la mamá de Adrià, la maestra volvió a adoptar su expresión dura; se dirigió a la niña que le faltaba por castigar y, sentándose en su silla, le ordenó que se colocara sobre su regazo, encima de su falda. 

Cuando las nalgas desnudas de la joven estuvieron a su alcance, la maestra empezó a descargar palmadas sobre ellas con un gran brío. La mamá disfrutó de la escena durante unos momentos, pero pronto se dio cuenta de que se hacía tarde y había que preparar el almuerzo. Cogió a su peque de la mano y dejaron atrás los azotes escolares y los lamentos de los muchachos castigados. Su felicidad de aquella mañana tan perfecta fue de nuevo interrumpida por la punzada de algo que quedaba sin hacer y que volvía a martillear su cabeza, sin motivo aparente.

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Las mamis de chicos traviesos saben que la calma suele ser un preludio a la tempestad. Ésta se desencadenó poco después de salir de casa de la maestra. Al coger una calle transversal con su peque de la mano, su mamá notó un pinchazo en el cuello, y su cara se contrajo en una mueca de dolor.

“¿Qué pasa, mami?”

“Aaaah, me han vuelto los dolores musculares en el cuello. ¿Me darás un masaje al llegar a casa, nene”

“Claro que sí”

“Gracias, eres un cielo de niño. Aunque será mejor que me tome la pastilla que me recetó la doctora ......”

mamá se detuvo de repente. La doctora: ese era el compromiso que tenía para hoy y que había olvidado. Se quedó plantada en medio de la calle dirigiendo a Adrià una mirada fulminante.

“Eeeh... ¿qué pasa mami?”

Adrià no sabía mentir; estaba claro que sabía que su mamá se acababa de dar cuenta de su travesura. La culpabilidad podía leerse en su cara.

“Adrià...... ¿no había un jovencito que tenía que ir a la doctora hoy?”

“¿Sí? ¿Era hoy, mamá? AAAAyy.....”

La mano de mamá apretaba y retorcía la oreja del pequeño. 

“No disimules; te aconsejo que no pongas las cosas todavía peor. Siempre apunto tus citas con la doctora en el movil. ¿Por qué no ha sonado hoy mi teléfono para avisarme?”

“Uuuy, no sé, mami. UUUUUy ....”

mamá estrujó con más fuerza la oreja. 

“¡Has sido tú, no mientas!”

Mamá amenazó con la otra mano; Adriá apartó el culete pensando que iba a recibir una palmada en el culo. Pero la mano se detuvo a tiempo; había que castigar al chico, desde luego. Otros transeúntes, algunos de ellos otros mamis con sus pupilos, les dirigían miradas de reojo. Mamá cogió al muchacho travieso por el cogote y echó a andar a paso ligero.

“La hora de visita era por la mañana y la has perdido. Ya verás la que te espera cuando lleguemos a casa. Prepárate para una buena azotaina ”

Aterrado, sólo podía farfullar disculpas ininteligibles mientras era arrastrado en dirección a casa. Su mamá le propinó un azote para que se callara.

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Al entrar en casa, mamá empujó a su travieso pupilo hacia el salón mientras se quitaba la chaqueta y los zapatos. Adri no se atrevió ni a moverse ni a mirar a su mamá mientras esta se dirigía al armarito de los castigos y sacaba de él un gran cepillo de pelo con el canto de madera.

Bien armada, mamá se dirigió hacia su pupilo, lo tomó de la mano y lo empujó hacia el sofá. Adri no articuló palabra mientras su mamá se sentaba, le desabrochaba el pantalón y se lo bajaba hasta los tobillos. Sólo emitió unos leves gemidos cuando el calzoncillo pañal fue empujado hasta hacer compañía al pantalón. Mirando al joven con expresión dura, la mamá lo echó sobre sus rodillas colocándolo en la posición idónea para la larga azotaina que le esperaba. Mientras le sacaba de los pies los pantalones y los calzoncillos Drynites dejando al muchacho totalmente desnudo de cintura para abajo, empezó a regañar:


“Tienes más peligro tú cuando eres bueno que cuando eres malo. Ya me imaginaba que habías hecho una de las tuyas. Ayer ya te tuve que calentar el culo después de la cena. Y hoy, que parecía que te estabas portando bien .......”

ZAS. La mano impactó con fuerza sobre la nalga izquierda. Agarrando con fuerza al joven por encima de la cintura, mamá volvió a levantar la palma hasta muy arriba y la descargó sobre la nalga derecha. Al segundo golpe, empezaron ya los sollozos de Adrià.

“Te he dicho, ZAS, montones de veces, ZAS, que los niños buenos, ZAS, y listos, ZAS, no tienen miedo de ir a la doctora; ZAS“

“Aaaay, mami, la doctora pone inyecciones; UUUUy; y supositorios; AAAAy”

“Pues si te los pone, ZAS, es por tu bien, ZAS. Y aunque no lo fuera, ZAS, si mamá dice que hay que ir a la doctora ZAS, pues hay que ir, ZAS, y punto, ZAS. Y no querer hacer siempre, ZAS, lo que te da la gana, ZAS. Ahora vas a ir a la doctora, ZAS, y además, ZAS, te vas a llevar, ZAS, unos buenos, ZAS, azotes, ZAS, en el culo, ZAS ......”

Cuando las nalgas empezaron a enrojecer, mamá llevó a cabo una breve parada en el castigo para acariciar el culete, que ya empezaba a desprender calor. 

“¿Volverás a hacer travesuras para no ir a la doctora?”

“Nooo, mami, no lo haré más”

“Ya, no lo harás más. Me voy a asegurar de que no lo harás nunca más”

Los azotes volvieron a caer sobre las nalgas desnudas. Aún quedaba mucha paliza por delante, y mami cumplió con su obligación con esmero.

“Está muy mal, ZAS, andar fuchicando en el teléfono de mamá, ZAS, borrando sus citas, ZAS. Eso demuestra, ZAS, que eres un chico travieso, ZAS, y muy, ZAS, muy, ZAS, desobediente, ZAS. Y a los chicos desobedientes, ZAS, sus mamis los ponen sobre sus rodillas, ZAS, y les dan una buena azotaina, ZAS, hasta ponerles el culo muy, ZAS, muy, ZAS, rojo, ZAS, .....”

La regañina duró un buen rato, al cabo del cual mamá descansó otro momento para dar paso a la siguiente fase del castigo. Para ello tomó el fuerte y duro cepillo de madera.

“Tengo algo aquí para el culito de los niños malos”

“Noooo, mami, el cepillo no. Por favoooooor, AAAAAY”

Haciendo caso omiso de los lamentos, lloriqueos y promesas, su mamá siguió con el justo y merecido castigo del jovencito, hasta ponerle el culete de un tono rojo muy intenso. Entonces su mami se apiadó, dejó de lado el cepillo y acarició con una mano el pelo de Adrià, y con otra las doloridas nalgas. Él sabía que se había ganado la zurra a pulso, pero estaba muy arrepentido de haberse portado mal, y había aprendido las consecuencias de sus actos. Mamá estaba muy satisfecha.

Tomándolo con cuidado, mami levantó a Adrià de su regazo y lo sentó sobre sus rodillas.

“Eres muy travieso, pero eres buen niño. Mami te quiere mucho”

La cara de Adrià se iluminó, y el joven intentó cambiar su mueca de dolor por una sonrisa.

“Yo también te quiero, mami”

Mamá lo abrazó con fuerza, y dedicó un rato largo a besar, acariciar y mimarlo. Cuando lo vio recuperado, lo mandó de la mano cara a la pared con el culito todavía muy rojo.

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Adrià ya había recibido su castigo, pero eso no arreglaba el problema. Había perdido su cita con la doctora, no le darían otra hasta muchos días después, y hacía ya varios meses que el joven no pasaba por ningún reconocimiento. Visitar periódicamente a la doctora era bueno para la salud, también para la educación, de Adrià. Pero habría que buscar una profesional menos solicitada; la revista favorita de mami, 
Travesuras y azotes, donde se daba mucha información valiosa para las mamis tradicionales como ella, le dio la solucuión.

“Doctora C, pediatra especializada en niños y niñas traviesos/as. El mejor cuidado médico para los niños obedientes, y los mejores castigos para los que no lo son; exploración rectal, inyecciones, supositorios, enemas .... y por supuesto, azotes. Sabemos que nuestros jóvenes pacientes necesitan una atención especial, y se la proporcionamos. Consulta para chicos y chicas hasta 15 años acompañados por sus mamis”

Mamá dobló la revista con una amplia sonrisa. Una doctora a la medida de las necesidades de Adri. Al final, era una suerte haber perdido la vez en la consulta del médico convencional. Una llamada a la clínica confirmó sus mejores expectativas; la doctora tenía un pequeño hueco esa misma tarde. 

De muy buen humor, mami se dirigió a la esquina en la que el pequeño, desnudo de cintura para abajo, cumplía su castigo, y se lo levantó. Mientras le acariciaba las nalgas todavía doloridas, le mandó que se vistiera.

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Una sonriente y atractiva enfermera de algo más de 30 años les abrió la puerta y les introdujo en una acogedora entrada.

“Hola, guapo. ¿Vienes a ver al doctora?”

Tras dirigir una cortés inclinación de cabeza a mami, prosiguió:

“¿Es la primera vez que vienes? Ajá, muy bien. En primer lugar tengo que desnudarte, porque la doctora no permite que los niños lleven ropa. Tienen que estar desnuditos para poder reconocerlos bien. Vas a ser bueno y colaborar ¿a que sí?”

Adrià tenía todavía el culete demasiado caliente como para pensar en desobedecer, por muy poca gracia que le hiciera desnudarse. Eso significaba que le pondrían una inyección, o tal vez que le tomarían la temperatura .....

“No tiene que perder tiempo con esto, si quiere lo desnudo yo” Se ofreció su mamá 

“No se preocupe, es un momento y así ya le guardo la ropa. Muy bien, ahora los calzoncillos. Aaah, eres muy guapo también de ahí. Estupendo. Si quieres caramelos, cógelos de encima del mostrador”

Tras guardar la ropa del pequeño y darle a su mamá un número de consigna, la enfermera les guió hacia la sala de espera. Allí se encontraban otros niños y niñas como Adrià de alrededor de 12 años, también completamente desnuditos, dos de ellos sentados en las rodillas de sus mamis, y la niña inclinada sobre el regazo materno. Su mami, que saludó atentamente a la mami de Adri igual que los otros, le acariciaba las nalgas, bastante enrojecidas. Todo indicaba que el pequeño acababa de recibir una azotaina.

“Muy bien, Adrià. Espera tu turno, por favor. Y sé bueno; espero no tener que salir a darte unos azotes”, avisó la enfermera antes de entrar en la sala de consulta.

Mami se sentó tranquilamente en uno de los sofás que estaban libres, colocó a su niño sobre sus rodillas, y se entretuvo en la lectura de números atrasados de mamis estrictas pero cariñosa y publicaciones similares, todas llenas de fotos de culetes de jóvenes traviesos que recibían su justo castigo.

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La puerta de la consulta se abrió y de ella salieron cogidos de la mano una niña desnuda y su mami. La niña comía una piruleta y estaba sonriendo, por lo que a Adrià le chocó y asustó todavía más el ver las marcas recientes de vara que cruzaban todo su trasero. Tuvo un fuerte impulso de pedirle a su mamá que se fueran de allí, pero sabía que con ello sólo conseguiría un tirón de orejas. La enfermera les pidió a su mami y a él que entraran en la consulta.

La entrada en la consulta de la doctora fue muy reconfortante. Esperaba encontrarse con una señora muy mayor, con expresión de enfado y una vara en la mano, como su maestra. Sin embargo el Doctora C era una mujer efectivamente de edad avanzada, pero simpática y jovial.

“Hooola, Adrià. Eres un niño muy guapo. Ooooh, que encantador, tan tímido. Me gustan los chicos así, dulces y obedientes. No tengas miedo, ven aquí que te vea bien”

Con mayor confianza ante el aspecto afable de la doctora, se acercó a ella mientras la mamá se sentaba frente a la mesa de la doctora y la enfermera esperaba instrucciones frente a la camilla. 

La doctora observó el cuerpo desnudo de arriba a abajo y empezó a manosearle el trasero con evidente deleite.

“Que culito tan bonito ..... mmm y veo que está rojo. Mami te ha dado unos azotes, ¿verdad? Seguro que fuiste travieso. Muy bien hecho, los chicos de tu edad deben ser castigados. De verdad que me encanta este culito”

Mientras la veía sobar las nalgas de su pupilo con ambas manos, mami pensó que no le llamaban Doctora C por casualidad. Desde luego no la criticaba, más bien la envidiaba y, como le ocurría con la maestra, pensaba que haría lo mismo si estuviera en su lugar.

Pero había también que cumplir con el deber, así que el doctora se levantó, midió a Adrià, lo pesó, le preguntó a su mamá por las enfermedades que había tenido, y le comprobó el pulso, la tensión y la capacidad pulmonar, mientras hablaba con el muchacho derrochando simpatía.

“Muy bien. Ahora inclínate sobre la camilla, te voy a tomar la temperatura”

“¿Me .... me tengo que inclinar sobre la camilla?”

“No repitas lo que yo digo. Venga” La doctora lo guió en dirección a la camilla con un azote.

“Pero ....”

“Aaah, no, no, los chicos buenos nunca dicen pero. Venga, inclínate y separa bien las piernas para que te podamos medir la temperatura. Luego te llevarás unos buenos azotes, te pondremos un supositorio, y tan contento para casa”

La doctora había estado tomándole el pelo, por lo que Adrià quiso considerar los últimos comentarios como una broma más. Aunque no dejaba de ser una broma inquietante. La enfermera había abandonado su expresión sonriente y ahora observaba al joven con recelo, dispuesta a tomar medidas si no obedecía. Así que Adrià se inclinó y abrió bien las piernas con una docilidad que gustó mucho a su mamá.

“Así, muy bien. Te voy a separar las nalgas .... muy bien. Ahí va el termómetro. ¡Estate quieto o la enfermera te calentará! Así, ya casi está dentro. Ya está. Ahora ahí quietecito un par de minutos. Ay de ti si te mueves, jovencito”
Permaneció obediente con el termómetro entre sus nalgas durante un rato que le pareció largo.

“Estupendo, no tienes fiebre. De todas formas, enfermera, vaya preparando para luego un buen supositorio de glicerina, por favor. No, no te levantes, estás estupendo en esta posición. Y no juntes las piernas. Así, bien separadas. Voy a examinarte”

A continuación experimentó algo que no conocía con su anterior médico, y que era bastante más incómodo que el termómetro: una exploración rectal.

“Este culito está espléndido. Pero necesita la mejor medicina que hay para los niños. Enfermera, por favor”

Para asombro y delicia de su mamá, la enfermera sacó de un cajón una vara de abedul.

“¿El chico ha probado ya la vara en casa?” Preguntó la doctora dirigiéndose a su mamá.

“Eeeeh, no señora, suelo azotarle con la zapatilla o el cepillo”

“Ah bien, yo siento predilección por la vara; la uso mucho con mis nietos. La vara y el culete hacen una pareja perfecta. De todas formas, si no está acostumbrado a ella, iré con cuidado. Adrià, vuelve a tu posición. Tienes que llevarte unos azotes”

El muchacho estaba entre aterrorizado e indignado, no le salían las palabras.

“Pero ..... no he hecho nada malo, doctora”

La doctora sonrió dulcemente.

“Que chico tan majo eres. Y muy guapo. Pero eso no significa que no haya que azotarte. Está claro que a veces eres desobediente, y todos los chicos necesitan la vara. Venga, tranquilo. Así, bien inclinado, separa un poco las piernas. Muy bien”

La vara cortó el aire hasta detenerse en las nalgas desnuditas de Adrià. El chasquido excitó muchísimo a la mamá de Adrià, y la visión de la marca horizontal sobre el culete todavía más. La doctora volvió a pegar, ahora un poco más abajo y un poco más fuerte. El pequeño dio un respingo; el azote cortante de la vara escocía en sus nalgas acostumbradas a la mano de su mamá y a instrumentos de castigo planos. 

“Así, esto es lo mejor para los chicos. Mejor que ningún jarabe ni pastilla; mejor incluso que los supositorios, las inyecciones y los enemas. Unos buenos azotes con la vara; escuece un poco, pero activa la circulación; y se descargan cantidad de hormonas muy beneficiosas; el niño queda como nuevo y se porta bien durante un buen rato; y el culete queda precioso con sus marquitas”

Durante varios minutos, la doctora se esforzó por azotar con la fuerza debida, ni más ni menos, el hermoso trasero que tenía ofrecido. Un esfuerzo de lo más placentero, eso sí. Finalmente, ambas nalgas, así como las partes superiores de los muslos, estaban cubiertas casi de arriba a abajo de finas líneas horizontales. Adrià temblaba cada vez más ante cada azote y no podría aguantar mucho más. Con un último golpe que le arrancó un gemido al pequeño, la doctora dio por terminada su peculiar terapia.

“Muy bien. Has aguantado como un campeón. Aunque te duela el culete, ya verás que bien te vas a encontrar durante las próximas horas. Descansa un momento, luego la enfermera te pone un poco de cremita para aliviarte las nalgas, y luego tu supositorio”

Sumiso y obediente como siempre estaba después de una zurra, no dijo ni mu a pesar del escozor que le produjo la introducción del supositorio.

“Que bien te portas. Ahora como premio, la parte de la exploración que más os gusta. Enfermera, vamos con la extracción de esperma. No lo cambie de posición, por favor. Que siga inclinado para que mami y yo podamos seguir contemplando su culito con las marcas de la vara”

Siguiendo las instrucciones de la doctora, la enfermera procedió a ordeñar a Adrià mientras éste seguía inclinado sobre la camilla. Normalmente usaba un guante para hacerlo, pero cuando el chico le gustaba prefería utilizar la mano desnuda, y eso hizo en esta ocasión. Después de tantos castigos y humillaciones, las caricias de la enfermera transportaron a Adrià muy rápidamente a la gloria.

Cuando iba a eyacular, la enfermera con precisión de experto colocó delante del miembro del pequeño un vaso con el que recogió una abundante muestra de esperma para analizar. A continuación, lavó y secó concienzudamente.

Una vez limpio y aseado, la doctora extendió una receta para su mamá.

“No lo olvide, una buena dosis de vara y un supositorio todas las noches antes de dormir. Prescripción facultativa. Y, si se porta bien, también le puede hacer una extracción de esperma”, añadió guiñando el ojo. “Puede quedarse la vara”

La mamá la recogió contenta y cortó el aire con ella.

“Muchas gracias, doctora. Le daré buen uso”

Tras buscar la ropa de y vestirlo, La mamá salió de la consulta con el muchacho agarrado de una mano, y la vara con la otra, visiblemente satisfecha con los métodos de la nueva doctora del chico. Por su parte, Adrià se acariciaba su dolorido trasero y miraba la vara con consternación. Su mami notó su inquietud e hizo un alto en el camino para abrazarlo y calmarlo. 

“¿Me vas a pegar con la vara, mamá?”

“Sí, Adrià, mañana la usare antes de acostarte. Pero tienes que saber que mami lo hace porque te quiere y porque es bueno para ti”

Las caricias y las palabras de su mamá cambiaron el semblante de Adrià. Cuando el muchacho volvió a sonreír, su mami se dio por satisfecha y ambos siguieron el camino de vuelta a casa.

Los azotes de Bennett 5

Bennett, ¿por qué sigues jugando X-Box? Te dije que abandonaras el juego hace 30 minutos.  Le dije a Bennett. Estoy furioso. Le dije a Benne...