sábado, 23 de enero de 2021

El castigo de René 4


T
odo en la ciudad donde René vivía seguía su curso normal al aproximarse las 7 de la noche. Algunas tiendas comenzaban a acomodar para cerrar a las 8 y algunas seguían con sus servicios.
Diego y sus tres hijos se encontraban comiendo ricos tacos en la misma plaza donde ingresaron al cine. Ya estaban finalizando sus platos. René se sentía feliz de que su padre le hallase dejado comer de forma normal, pues por unos segundos mientras estaban en la barra ordenando, creyó que él se los daría en la boca como su madre por la mañana.
Al haber reposado un largo rato conversado sobre asuntos que no eran el castigo que le habían puesto a René, se levantaron. Ya iban a dar las 8:30 de la noche. René echó un vistazo a las personas alrededor por si alguna le veía sus pompas grandes, las que llevaba cubiertas con la playera manga larga que se ató a la cintura, pero no ninguna le vio, todas seguían en lo suyo.
Ellos se retiraron en dirección al auto. Eduardo y Jimena caminaban juntos observando las novedades en sus celulares, los puntos que habían ganado en sus juegos favoritos. René no quería formar parte de esas diversiones hasta que su mente le otorgara el hecho que ya no sintiera el pañal grueso entre las piernas. Además, no quería sentir fugas de pipí escurriéndole, pues por todas las horas que estuvieron en la plaza, había llevado el mismo pañal puesto, a lo que ya estaba totalmente empapado de la zona frontal y cubría ya la mayoría de sus pompas, pues la humedad se corrió hacia atrás cuando se sentaron en las sillas para comer. Le sorprendía mucho el hecho que los mismos pañales que ellos fabricaban no lograsen evadir los olores a pipí que él sentía de sus descargas, pues cuando se quedaban de pie viendo algo, el aroma a pipí llegaba hasta sus narices, no dudaba que su padre y hermanos ya sabían que requería un cambio. Por eso mismo del pañal lleno, ya se iba mentalizando que al llegar a casa estaría su madre lista con otro en la mano para cambiarle.
El retorno se dio de forma normal.
Casandra leía un libro que le gustaba, y cuando escuchó abrirse la puerta de su estacionamiento, le puso su separador al libro y fue a esperar que todos llegasen bien.
Cuando Diego dejó apagado el carro, Jimena y Eduardo bajaron corriendo, llevando sus cosas que compraron en las tiendas, las que eran un par de zapatos y dos playeras. Ellos se los mostraron a su madre, quien les sonrió por que habían decidido bien por sus estilos para vestirse.
Seguido salió René con la mirada puesta en su madre, como si ya supiesen los dos lo que primero tendría que hablarse. El joven cerró la puerta y caminó con pasos lentos. Cas (Casandra) se puso en la puerta como buena portera a la que no le meterían ningún gol, y le dijo a su joven con las manos en la cintura:
─¿Y cómo le fue a mi Renito?─.
René le vio con sus ojos como si tuviesen sueño. Y afirmó que nada grande ni mejor pasaría a su vida si se enojaba, por lo que solo le dijo con tono cortante:
─Bien…
Pero al instante en que quiso entrar, su madre le puso la mano en el pecho, y Cas añadió:
─¿Cómo va ese pañal?─.
René suspiró, y le dijo:
─Supongo que quieres que me baje la ropa…
El joven entonces vio que su idea se volvió seria cuando su madre esperaba sin decir nada, y entonces, procedió a bajarse el pantalón y su gran calzón colorido, éste ya iba húmedo y oloroso a pipí por las costuras de la entrepierna. Mientras hacía eso apareció Eduardo, quien veía a su hermano bajarse la ropa ante su madre. Cas sentía los olores a pipí que provenían tanto de la ropa de su joven como del pañal que se llevó puesto al paseo.
─Bien, acuéstate en el sillón, te voy a cambiar ahí─. Dijo ella.
René se sorprendió, por la sala y la mesa estaban pasando sus hermanos y su padre. Peor aún, Eduardo estaba de pie ahí mirándolo.
─¡Mejor en mi cuarto!─. Pidió el joven.
─¡NO… en el sillón! Vamos y no discutas─. Afirmó Casandra.
Ella entonces le dio paso a la casa, y René caminó tropezándose con sus prendas hasta el sillón.
Ahí esperó de pie, subiéndose la ropa de nuevo para evitar que Eduardo le viese el grueso pañal que colgaba sin la ayuda de su calzón.
Seguido llegó Cas con los utensilios de repuesto que había pedido para tener en las gavetas de la cocina, y con ellos llevaba el nuevo pañal, una botella de talco y toallitas.
─Como ya sé que odias los baños públicos y solo vienes mojado, supongo que tienes ganas de hacer popó─. Repuso Cas.
─Por ahora no─. Dijo René.
─No importa, de todos modos vamos a retirarte ese feo pañal amarillo y ponerte uno seco─. Dijo su madre. Y así como indicó, hizo que René se acostara en el sillón vacío, en donde bien cabían cinco personas. Ella le retiró los zapatos; seguido la ropa que le cubría las piernas; conservó su pantalón de mezclilla y le dio a Eduardo el calzón húmedo para que se lo llevase al cesto de la ropa sucia. Eduardo lo hizo a regañadientes.
En lo que Eduardo se iba, René se alivió porque no le fuese a ver tan desnudo, y entonces Cas le despegó las cintas, bajando la parte frontal, extendiéndolo bajo sus pompas. Ella vio lo amarillo del algodón, al igual que vio las partes a limpiar en el pene flácido de su hijo, el que aún conservaba rastros de talco en sus ingles y testículos. Así que con dos toallitas le limpió esa zona, levantándole sus piernas como siempre sobre su pecho.
Eduardo con solo caminar por el pasillo que llevaba a la esquina de lavado en su casa, se echó una carrera y arrojó el calzón de su hermano como si encestara en baloncesto, hasta dio el brinco, pues quería ahorrar tiempo. Todo lo que estaba sucediendo con la consecuencia para su hermano mayor le estaba causando impacto, unas raras ideas y sensaciones hacia lo mismo que ellos fabricaban, hasta en ese momento pensó que se le estaba contagiando el deseo de llevar pañal, como lo que sufría su joven ídolo. Y llegó de nuevo a la sala para ver la limpieza de su hermano, impresionándose de ver a su joven ídolo, mucho más con apreciar su pene, el cual era igual al de él, solo que un poco más grande, y sin bellos negros que algunos de sus amigos le decían que salían en abundancia a partir de los doce años.
René vio que Eduardo ya estaba de pie en el mismo lugar, pero no quiso o decir nada, únicamente se dejó limpiar todas sus pompas y su pene por las manos de su madre, manteniendo las piernas abiertas y flexionadas.
Al último Cas le roció mucho talco como siempre en su pene y sus pompas olorosas ahora a toallitas y cremas para bebés. Ella puso el pañal y lo cerró cómodamente.
René se puso de pie, sintiéndose bien por el hecho de traer un pañal ligero como una nube.
─Cuando te hagas popó solo me buscas, para que limpiemos al señor colita─. Dijo Cas, con sonrisas, cerrando la botella de talco.
René entonces se quedó sentado en el sillón, poniéndose la almohada para que no se le viera su pañal blanco.
─¡Ah por cierto, vamos a tu cuarto, porque quiero que veas lo nuevo que te trajimos!─. Repuso Cas, con unos aplausos.
René puso los ojos en blanco, pues sabía que fuese lo que fuese, todo sería para seguirle acabando la vida.
Su madre le tomó de la mano y se lo llevó a tirones. En ese momento apareció Jimena, viendo a su hermano; solo sonrió como siempre, aún le daba morbo verle las piernas desnudas. Eduardo no quiso perderse la noticia, y se fue siguiéndolos a unos pocos pasos por la escalera.
Al llegar al cuarto de René, Cas abrió lentamente, para aumentar la duda de su joven. René no quería ver…
─¡Dile hola a tu nuevo cuarto!─. Dijo Cas, y dejó ver.
Eduardo se asomó entre ellos, casi brincando al hombro de su hermano.
René arrugó la cara y enseguida, al ver todo lo nuevo, sintió que habían llegado al tope, pero no quiso decir nada, solo aguantó la respiración para no explotar como una bomba atómica. Sabía que la guarida cuando llegase Jordi a su casa ya no sería su cuarto, pues los dos veían películas en la televisión colgada en la pared, que en sí ya no estaba. Ahora iba a tener que buscar una nueva guarida para hablar cosas de chicos en sus desvelos en pijama.  
─¡OMG!─. Reaccionó Eduardo con los ojos tan abiertos, como si le fuesen a salírseles, al ver las pirámides de pañales que ya cubrían el muro y llegaban hasta el techo. Su impresión era fuerte, tantas cosas infantiles y juguetes, él nunca llegó a tener todo eso.
─¡Pero me van a devolver todo esto que me quitaron… me darán todo, hasta mi libertad!─. Gritó René con fuerza a su madre, sintiendo que lloraba de enojo, por perder todas sus cosas.
─No te preocupes, todo está en la fábrica, en una sala bajo llave, con el tiempo veremos si vuelven o les damos otro uso, el que decidirá sobre ellas serás tú. Y sobre tu libertad, no seas tontito Renito, tú estás en completa libertad, esta es tu vida, mi niño─. Dijo Cas con ternura.
A René le consoló que no hallasen tirado a la basura los juguetes que le gustaban mucho y que les tenía mucho afecto.
─Si quieres juega ahora mismo en tu cuarto, tienes todo libre para ti, juguetes, un rico aroma, tus amados pañales que puedes usar cuantos quieras, y cuando pase, me llamas─. Dijo su madre, retirándose con una sonrisa tan natural, como si lo que le hubiese dicho fuese que bajase a cenar.
─¿En serio querías todo esto?─. Preguntó Eduardo, tomando un pañal desde la base donde estaba la gran pirámide, haciendo que se les viniesen encima.
A René le parecieron fuertes y sin gracia las dudas de su hermano, y más por el hecho que estaba haciendo sus bromas, metiendo sus manos arruinando todo como de costumbre, por lo que le tomó de la playera y le empujó hasta la puerta. Sacándole.
─¡Mira, deja mis cosas en paz con lo que sea que haya, este sigue siendo mi estúpido cuarto!─.
René cerró de un portazo.
Eduardo se quedó riéndose y triste por querer seguir viendo lo que le habían dado a su hermano mayor; eso que parecía un gran tesoro, un botín de oro compuesto por algodón y cintas que olían bien, incluso juguetes y muchos mimos.
Casandra efectivamente había escuchado que su joven sacó a su tercer hijo del cuarto, por encontrarse cerca, y eso le enojó mucho; afirmó castigarle pero sin demostrar enojos para ocultar bien sus intenciones. Por otra parte, eso le estaba dando señales que su hermoso Lalito pronto pediría tener algo similar a lo que siempre poseían René o Jimena con cualquier otra cosa; y ya lo tenía pensado, calculado desde que se puso a discutir los modos de castigo para su hijo mayor con su esposo, solo faltaban más indicios. Pero por ahora tenía que hacer ver a su joven que su comportamiento no estaba siendo el adecuado para el de un niñito al que le bañaban y se ensuciaba en sus pañales. Y entonces, después de afirmar eso, tomó su celular y le escribió un mensaje a Jordi, el amigo de escuela y de todo de René, invitándolo a comer al día siguiente que finalizaran todas las clases. Le envió bien el mensaje por Whatsaap, pues se tenían agregados.


Una hora después…



Jimena y Eduardo ya dormían en sus cuartos, después de haberse dado una fresca ducha juntos en el baño, también cenado café con pan en compañía de sus padres y ver algo de programas cómicos.  
René se había mantenido en su cuarto sin salir y sin haber levantado todos los pañales caídos, pues con el enojo de haber perdido todas sus cosas, no podía ni contarlos de uno en uno ni dos en dos, todo se le hacía complicado. Lo que sí le era simple, era sentir las ganas de ensuciarse, de hacer popó, estas eran fuertes y eran más que persistentes. Seguía afirmando que sus padres le estaban dando sus sustancias laxantes en las comidas o cositas que le invitaban, pues ni estando sentado en su cama podía contener las ganas, cuando en otras situaciones antes de todo ese castigo, en la calle o en casa bien lo lograba disminuir. Hallándose sentado, empezó a sentir que la popó se le iba saliendo, a lo que pensó que ya hasta sufría de incontinencia fecal. Y para no sufrir con eso, se hincó en la cama, pujando, sacando solo un poco, y seguido abrieron la puerta.
Cas se acercó a la cama donde estaba su joven, viendo que por la posición y la cara que dejó de tener para disimular, estaba haciendo uso de su pañalito. Y luego, bien lo confirmó por los aromas en el aire.
─Mi Renito se está haciendo popó…
─¡Está bien… sí… pero vete y luego vienes─. Pidió René, sin dejar de sentir que las ganas eran grandes y fuertes y que no se detenían.
─Pero si mami quiere ver cómo te ensucias, vamos, tu sigue, yo aquí espero─. Repuso Cas, sentándose en la orilla de la cama, viendo el desastre de los pañales limpios en el suelo.
René siguió pujando hasta acabar, de sus pompas grandes salían crujidos por los últimos grumos sólidos, y él se ponía rojo de vergüenza. Cuando acabó, el olor ya era muy evidente. Casandra entonces tomó uno de los pañales caídos y le dijo a su joven que se acostase boca arriba, como siempre. René así lo hizo, evaluando su gran bola de popó al sentirla llegarle hasta sus testículos por el calorcito grumoso.
Casandra abrió el pañal…
─Bien, vamos a limpiar al señor colita…
Y con la parte frontal llena de pipí le limpió sus pompas en mayoría; seguido usó todos los utensilios y le limpió a su querido joven, pasando las manos entre las líneas de a quien siempre le había sospechado el amor hacia los pañales. René solo meditaba al cambio con sus mejillas rojizas por la vergüenza de haberse hecho popó a un lado de su madre, mientras ella observaba cómo se había hecho una gran protuberancia en sus bonitas pompas. Toda la gran suciedad fue una masa sólida con grumos, que dilató en irse de la piel del hermoso bebé joven.
Tras usar varias tiras de papel higiénico y toallitas, René quedó limpio de sus ingles y pompas. Por último Cas, con una toallita le retiró su prepucio para también limpiarle esa piel.
Al final, René fue puesto en otro pañal, una camiseta blanca y frotado con crema fresca, la que le llenó la piel de aroma a bebé.
Casandra acomodó a su joven en la cama, cubriéndole con las sábanas y dándole un beso en su frente; seguido se fue. René puso los ojos en blanco con ese gesto. Le era bueno que aún tuviese su celular con él, y para no dormirse por ahora, se puso a ver vídeos de entretenimiento.
Casandra salió, y al caminar hacia su cuarto para prepararse y descansar para el siguiente día en llevar a Jimena y Eduardo a la escuela, sonó su celular con su conversación de amigos. Era Jordi, quien le agradecía la invitación y que ahí estaría puntual…
Y como Jordi era un chico divino, de muchas palabras, a Casandra le gustaba platicar con él en presencia y por celular, a lo que en esa misma noche se quedaron conversando un ratito sobre las notas de la escuela y varios temas que cambiaban de un ratito a otro…

Los azotes de Bennett 5

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