Mi nombre es Adri y tengo 11 años. Si tuviera que señalar un momento en el que todo comenzó debería decir que fue cuando Claudia, una amiga de mi mamá, vino a quedarse unos días con mi familia. Ella y mi mamá se conocían desde la escuela primaria y desde entonces habían mantenido la relación. Sin embargo Claudia se fue a vivir a Estados Unidos hace cinco años, y ahora estaba de visita y, se iba a quedar con nosotros unos días. Francamente la mujer a mí no caía para nada bien, cada vez que me veía me sonreía de una forma rara, como si se burlara de mí, sumado a que constantemente me llamaba bebé lo que me hacía sentir incomodo. Aunque para mi suerte centraba casi todo su tiempo en jugar con mi pequeña hermana de ocho meses. Era obvio que le encantan los bebés.
Así como les relaté fueron transcurriendo los días de su visita, hasta que en el último día surgió algo que no esperaba. Un familiar que vivía en otra provincia había enfermado y mis padres debían viajar, y se llevaban con ellos a mi hermana, sin embargo yo debía quedarme porque tenía que ir al cole y ¿A quién pudieron pedirle que se quede unos días más para cuidarme? Sí, acertaron a Claudia. Obviamente que me quejé y protesté pero fue en vano, finalmente mis padres se fueron y me dejaron al cuidado de aquella odiosa mujer.
El primer día transcurrió en relativa armonía, Claudia se mostraba amable y gentil todo el tiempo, supongo que fue por eso que en cierta medida bajé mis defensas.
Fue en el segundo día cuando todo comenzó, era domingo y como era mi costumbre fui a bañarme luego de levantarme. Cuando me dirigí a mi habitación para vestirme encontré, abierto sobre mi cama, un pañal de "princesas" de mi hermana. Me resultó extraño, pero simplemente lo saqué de allí y no le di mayor importancia. Enseguida entró Claudia.
-¡¿Qué haces aquí?! –dije molesto.
-Vine a ayudarte a cambiarte.
-¡¿Qué?! No necesito ayuda.
-Claro que sí, bebita.
-¿Estás loca? No soy una niña
-No me hables así, a mami no le gusta.
-Definitivamente estás loca, y voy a llamar a mis padres ahora mismo.
Encaré para la puerta con toda la intención de salir, pero no lo logré, la mujer me aferró con fuerza de un brazo y de un solo tirón me puso sobre su regazo, me quitó el tallón atado a mi cintura (dejándome desnudo) y comenzó a nalguearme en el trasero, intenté resistirme pero ella tenía más fuerza y los golpes eran en verdad muy dolorosos, tanto que no pude impedir empezar a llorar como un bebé.
-¿Vas a ser una buena niña ahora? –me preguntó.
-Sí –respondí casi sin escucharla, solo quería que se detuviera tal castigo.
-Bien –dijo y me recostó sobre la cama.
Tomó el pañal del suelo, lo colocó debajo de mi culo, me colocó talco que usaban con mi hermana y me lo cerró bien fuerte. En ese momento yo no era consciente de lo que sucedía realmente, los golpes me habían dejado aturdido.
Cuando realmente tomé consciencia tenía un apretado pañal con el que se me dificultaba mucho caminar, un chupete en la boca y aquella desquiciada mujer me llevaba a la cocina de la mano. Con mucho esfuerzo me sentó en la silla alta de mi hermana y comenzó a preparar lo que imaginé era el desayuno. Obviamente que no estaba de acuerdo con nada de lo que allí sucedía, pero más grande era mi miedo hacia aquella mujer y lo que podía llegar a hacer, ya había mostrado algo pero pensé que podría incluso llegar a ser peor.
Preparó una papilla especial que venía pre-preparada y que obviamente mis papás habían comprado para mi hermana. Me puso un babero y comenzó a darme de comer esa cosa. Al principio me resistí pero después de probar unas cucharadas no estaba malo del todo y lo cierto es que me moría de hambre, así que me tragué mi orgullo y me comí todo el plato.
-Buena bebita –repetía constantemente Claudia.
A partir de mi buena predisposición ella mejoró su actitud hacía mí. Con increíble fuerza me levantó en brazos y me llevó a lo que sería, por tiempo indeterminado, mi nueva habitación que era la de mi hermana. El lugar era la imagen misma de una pieza de niña, mucho rosa, y el lugar estaba adornado con muchos juguetes y pilas de pañales acompañados de talco y toallitas húmedas.
La mujer me colocó en el suelo y armó alrededor mío un corralito, me colocó unos juguetes dentro y luego salió de la habitación sin decir nada. Esperé unos segundos y me acerqué a la puerta, con mucho cuidado tanteé el picaporte, estaba cerrado con llave. Con resignación entré nuevamente en el corralito intentando pensar en que iba a hacer.
Las horas pasaron y comencé tener la necesidad de ir al baño, golpeé la puerta para que me permitiera salir pero jamás tuve respuesta del otro lado. Hice tanto esfuerzo como pude pero finalmente el pipi me ganó y en pocos segundos había humedecido todo mi pañal y se sentía muy pesado. La situación simplemente me superaba y comencé a llorar sin poder detenerme. Fue cuando Claudia volvió a la habitación.
-¿Qué sucede bebita? –me preguntó mientras tocaba mi pañal –Ah, no te preocupes mami está aquí.
Colocó un cambiador de plástico en el suelo y me recostó en él, sacándome del corralito. Me quitó mi pañal mojado y lo dejó a un lado. Me puso talco y un nuevo pañal.
-¿Ves? Ya estas limpia y sequita –dijo con ternura mientras terminaba de cerrarlo.
Sacó de su bolsillo un peine y comenzó a cepillarme el cabello, vale decir que tengo el pelo bien largo. Me hizo una raya al medio y me ató dos colitas con unos moños. Y me puso un vestido amarillo y unos zapatos. Jamás en mi vida me había sentido tan humillado pero simplemente no me atrevía a contradecir a esa mujer.
Luego se sentó a mi lado y tomando unos juguetes intentó animarme, decidí por mi bien seguirle la corriente. Por suerte eso mató mucho tiempo, y comenzó a darme sueño. La mujer lo notó, me alzó y me acurrucó en la cuna y allí me quedé dormido.
El primer día así trascurrió, obviamente que hacía la noche volvió a darme de comer la papilla, y antes de dormir debió volver a cambiarme el pañal. Desde mi cuna tuve que escuchar cómo me cantaba, por más ridículo que suene, eso me calmó y finalmente me volví a dormir.
Uno de mis mayores miedos era que me obligara a ir de esa forma a la escuela, pero no fue así, falté. Cuando me desperté el sol ya brillaba y el reloj marcaba las once de la mañana.
A esa hora Claudia entró, me sacó de la cuna, se sentó en el suelo, me recostó sobre ella, y me dio a beber leche de un biberón.
Cuando terminé me sacó todo la ropa y en alzas me llevó hasta el baño, donde me lavó completamente. Para esa altura ya estaba entregado y no tenía ni la más mínima intención de resistirme o quejarme, ella disponía de mí como deseaba.
Así transcurrieron cuatro días desde la partida de mis padres y frente a la situación hice lo único que podía hacer, verle el lado positivo: no ir a la escuela. Por lo demás si le seguía la corriente a mi "nueva mami" el trato era excelente, así que traté de aprovecharlo al máximo.
En el cuarto día ambos nos divertíamos con los juguetes de mi hermana, hasta que ella se detuvo, olio en el aire y dijo:
-Creo que alguien ya se hizo caca -se levantó y tiró por la parte de atrás del pañal para ver -.Sí, ya te ensuciaste –confirmó.
Fue cuando caí en la cuenta que era cierto, en estos días había ensuciado mi pañal varias veces, pero siempre de una forma consciente. Pero ese día no fue así, jamás había notado cuando me había hecho popo.
Una vez más la mujer me recostó sobre el cambiador y me quitó el pesado pañal.
-¡Guau! También está lleno de pipí –dijo.
Era increíble había ensuciado y mojado el pañal y jamás me percaté. Quizás para esa altura ya había enloquecido como ella, el caso es que no me importaba, comenzaba a disfrutar de aquella situación que me había trasformado en, palabras de Claudia, una adorable bebita. Y así era todo el tiempo, con pañales, chupetes y vestidos pasaba todo el día divirtiéndome con los juguetes de mi hermana, escuchando cuentos y canciones. Y ni siquiera tenía la necesidad de ir al baño, puesto que dejaba todo ese trabajo al pañal.
Justo cuando empezaba a divertirme, mis padres llamaron que regresarían al día siguiente. Ambos nos entristecimos aquella tan bonito que ahora ambos gozábamos terminaría pronto. Es por eso que ese último día lo disfrutamos al máximo, yo sobre todo y gocé cada segundo de ser una bebita.
Al día siguiente mis padres volvieron, para esa altura yo ya vestía normal, algo que me hacía sentir un tanto incomodó. Dos días después Claudia partió.
Me quedé mirando en la dirección en que se fue, preguntándome cuando regresaría, para volverme una vez más su bebita.