“¿Qué tienen que hacer los niños buenos, Chiquitín?”
“Estudiar, tío Sergio”
“¿Y qué se hace con los niños malos que no estudian?”
“Se les castiga”
“¿Cómo?”
“Pegándoles en el culo”
“Exacto” ZAS “se les da” ZAS “una buena” ZAS “zurra” ZAS “en el culo” ZAS “para que aprendan” ZAS ZAS ZAS
“¡Aaaaaaauuuuuuh!”
Chiquitín volvía a encontrarse sobre las rodillas de tío Sergio. Su pantaloncito y su calzoncillo reposaban en el suelo mientras el jovencito yacía desnudo de cintura para abajo, recibiendo una larga azotaina, además de una importante regañina. Tío Sergio disfrutaba de una baja por paternidad tras adoptar al primito Misha, así que Papi aprovechaba para confiarle la educación de Chiquitín; la academia a la que asistía el pequeño ya había dado el curso por rematado, puesto que quedaban pocos días para el examen de acceso como aprendiz a la empresa donde trabajaba Papi y las clases habían concluido para que los chicos prepararan la prueba en casa. Tío Sergio se encargaba de verificar que su sobrinito se supiera bien las lecciones para que aprobara el examen y empezara a trabajar y ser un niño de pro. Y era todavía más estricto que el profesor de Chiquitín en la academia: el menor fallo cuando se le preguntaba suponía un castigo, y aquella ya era la tercera paliza que el jovencito se llevaba aquel día. La primera se la había propinado con la regla, inclinado sobre la mesa, y la segunda sobre las rodillas con el cinto. Como el culete ya estaba muy sensible, ahora tío Sergio utilizaba sólo la mano; las nalgas tenían un rojo muy intenso, y había que evitar las magulladuras, porque probablemente Papi tuviera también que castigar al niño más adelante aquella tarde.
De buena gana tío Sergio hubiera continuado con un castigo que tanto le excitaba, pero empezaba a dolerle la mano, y todavía le quedaba mucho trabajo que hacer. Levantó a Chiquitín con cuidado de su regazo y sentó su culete ardiente sobre las rodillas para abrazarlo. El pequeño se apretó contra él mimoso y tío Sergio le llenó de besitos la cara y el pelo. Por su parte, Misha, que había observado con atención y también con morboso interés el castigo de su primito, se puso en la posición requerida, puesto que a continuación empezaría su clase: inclinado sobre la mesa con el culete desnudo en pompa. Se aseguró también de que la regla y el cepillo estuvieran cerca y al alcance de su papá cuando comenzara a tomarle la lección.
Tío Sergio había decicido, siguiendo el consejo de Papi, que había hecho lo mismo con Chiquitín durante los primeros meses tras la adopción, prohibirle a Misha llevar pantaloncitos ni calzoncillos en casa. De esa forma su culete desnudo estaría siempre disponible para un mimo o una azotaina. Esta norma sólo se incumplía cuando se llevaba al pequeño a dar un paseo, en cuyo caso se le vestía guapo con sus pantaloncitos cortos. A tío Sergio le encantaba ponerle y quitarle los calzoncillos a su hijo, pero ese placer lo sustituía por el de tenerlo casi permanentemente desnudo y al alcance de su mano, a veces cariñosa, otras castigadora.
El pequeño Misha había hecho muchos progresos en las pocas semanas que llevaba con su nuevo papá: ya era capaz de entender y pronunciar frases sencillas en un español bastante aceptable. Los azotes demostraron ser un método educativo muy eficaz; el uso constante de la regla, el cepillo y el cinto había conseguido que Misha dominara el alfabeto en un tiempo récord. Tío Sergio los usaba con tanto entusiasmo que ya había roto dos reglas, pero su hermano mayor, el Papi de Chiquitín, le había regalado una nueva regla de dura madera de pino que daba excelentes resultados y era la que ahora yacía al lado del culito desnudo en pompa de Misha, esperando a ser usada.
Tío Sergio estaba encantado, no solo de la rapidez con la que aprendía su hijo, sino con su adaptación a la estricta disciplina de la casa, en la que los niños debían ser muy obedientes y recibir largos y duros castigos cuando no hacían lo que mandaban los adultos. Misha se mostraba habitualmente dulce y dócil, sobre todo después de una buena azotaina. El único pero que se le podía poner al chico era una voluptuosidad excesiva, al menos para los rígidos cánones de su papá: los mimos y caricias le provocaban grandes erecciones, y deseos de jugar con su cuerpo que tío Sergio se cuidaba mucho de reprimir. La mayoría de las zurras que se llevaba el chico eran por esa razón, y además debían ser fuertes, porque los azotes flojos también le excitaban. Su papá tenía claro que los chicos debían acariciarse sólo cuando los mayores lo autorizaran, y a base de palizas, cariño y muchos besos, Misha iba pasando por el aro.
Tío Sergio levantó por fin a Chiquitín de sus rodillas y lo llevó de la oreja de cara a la pared. Por supuesto, no le permitió ponerse los calzoncillos otra vez, ni al chico se le ocurrió pedírselo. Su sobrinito se quedó con el culete muy rojo al aire, mientras tío Sergio se dirigía hacia su hijo, complacido con la forma en que había puesto el culito desnudo en pompa en posición de sumisión ante su papá sin que hiciera falta pedírselo. Sin muchos preámbulos, comenzó la lección y enseguida, con los primeros errores del chico, también llegaron los reglazos sobre las apetitosas nalgas de Misha. Dado el importante número de incorrecciones, tío Sergio acabó la lección poniendo a su hijo boca abajo sobre sus rodillas, y propinando una larga y concienzuda azotaina manual al trasero ya anteriormente colorado por la regla.
Cuando Papi llegó a casa de su hermano a recoger a Chiquitín, se encontró el escenario apacible que tanto le complacía. Ni rastro de ruido ni de desorden; los dos pequeños respetuosos y sumisos de cara a la pared, manos en la nuca, y desnudos de cintura para abajo luciendo unos preciosos traseros de un tono rojo brillante. Tío Sergio les levantó el castigo para recibir al recién llegado, y ambos niños corrieron a abrazarse a Papi, que repartió besitos, caricias y palmadas en los culetes calientes.
Ya en casa, Papi se negó a ponerle cremita en el culete a su hijo para aliviarle el escozor por los muchos azotes recibidos.
“No, Chiquitín. Todavía tengo que calentarte antes de acostarnos, como hago siempre. Dormirás más tranquilo con el culito bien rojo”
“Papi, noooo. Ya lo tengo muy caliente; pica mucho”
“Eso no es nada, ya te daré yo motivos para quejarte. Y no te pongas pesado, porque si no cogeré la pala y verás lo que es bueno. Sólo te voy a dar una zurra de nada con la mano y la zapatilla, así que no protestes tanto”
Un rato más tarde Chiquitín se encontraba de nuevo sobre las rodillas de un hombre. En esta ocasión Papi estaba sentado en la cama con el pijama puesto, y el pequeño, totalmente desnudo, recibía su azotaina de todas las noches. Mientras su culito volvía a escocer mucho, el muchacho soñaba con el examen que le permitiría trabajar y convertirse en un hombre. Aun siendo sólo un aprendiz, ganaría dinero, vestiría pantalón largo, y Papi tendría que respetarle. Segramente no volvería a ponerle sobre sus rodillas; ¿cómo azotar a un hombre que ya gana para sí?
Un zapatillazo especialmente punzante interrumpió la ensoñación del pequeño y le hizo soltar un fuerte quejido. Las marcas de la zapatilla y la mano de Papi se superpusieron sobre los grandes redondeles rojos anteriormente causados por tío Sergio.
La expresión de Papi al colgar el teléfono era elocuente: una amplia sonrisa de oreja a oreja le anunció a Chiquitín que había superado la primera fase de selección. Corrió a abrazarse a Papi, que le llenó de mimos y caricias.
“Que niño tan listo tengo. Estoy muy orgulloso de ti”
Al final el esfuerzo y las palizas de Papi y de Tío Sergio habían dado su fruto. Chiquitín tenía una de las mejores notas en la prueba escrita. Y la competencia era dura: muchos chicos se habían presentado, todos muy elegantes, con su pantaloncito corto y su corbata. Las normas de la compañía eran muy rígidas en ese punto, y había que empezar a cumplirlas ya en las pruebas de acceso. Varios jovencitos no habían sido aceptados en la prueba por atreverse a ir con un pantalón que tapaba la rodilla, o sin corbata, o despeinados. A otros se les había expulsado por hablar durante las pruebas o por intentar copiar. Chiquitín y muchos de sus compañeros pudieron oír algunas de las bofetadas y azotes con que sus papás recibieron a los muchachos rechazados.
Papi siempre había confiado en el éxito de Chiquitín y le había animado a presentarse. Una vez superada la primera fase de la selección, sabía que las otras serían fáciles, puesto que su jefe sentía predilección por el chico. Contento y orgulloso, sentó a su inteligente hijo sobre sus rodillas y lo besó tiernamente mientras le acariciaba los muslos y prometía llevarle a comer fuera y dejarle pedir lo que quisiera. Además luego podría jugar con la consola y el ordenador hasta hartarse. Y por la noche Papi le haría las caricias en la colita que a él tanto le gustaban ...
El día antes de la entrevista personal, segunda y última fase de la selección de aprendices, Chiquitín disfrutó de su cuarta jornada seguida sin zurras. Papi no lo había azotado desde el día anterior al examen; jugar a uno de los juegos que tenía prohibidos sólo le había valido un tirón de orejas y un rato de cara a la pared. Olvidarse el teléfono descolgado nada más que una regañina, así como dejar las verduras en el plato. Ahora que tenía posibilidades de empezar a trabajar, Papi comenzaba a considerarlo como un adulto. Si superaba la selección y entraba en la empresa, Chiquitín sería un trabajador más, aunque aprendiz. Se imaginaba guapo y elegante con su maletín y sus pantalones largos. Los mayores lo respetarían y no le tomarían el pelo, ni le darían palmaditas en el culete, ni le amenazarían con hablar con su papá para que lo zurrara, ni lo volverían a ver castigado de cara a la pared y con el culito rojo de una azotaina reciente, que era como Chiquitín solía mostrarse ante los invitados de Papi en casa.
Así pues, el día de la entrevista con el jefe, el muchacho se permitió el lujo de discutirle a Papi cual era la camisa y la corbata más adecuada para llevar. Cualquier otro día, esa actitud le habría costado un rato largo y doloroso sobre las rodillas de su papá y no poder sentarse cómodamente durante algunas horas, pero aquella mañana Papi se limitó a mirarle con cara muy seria, tanto que Chiquitín vio mejor obedecer a pesar de todo.
En la oficina de Papi había unos cuantos jovencitos de pantaloncito corto, naturalmente muchos menos que el día de la primera prueba. Chiquitín fue de los primeros en ser llamados; Papi se despidió de él con un besito en la frente y una palmada en el trasero mientras le deseaba suerte.
La expresión del jefe se animó a reconocer a Chiquitín.
“Hombre, jovencito. Que alegría verte por aquí. Enhorabuena por tu nota de la primera prueba”
“Gracias, Don Daniel. Muy amable”
“Ven aquí y dame dos besos. ¿Quieres un refresco?”
Este trato de niño decepcionó a Chiquitín, que había pensado que el jefe le daría la mano como a un hombre. Claro que ese primer punto se convirtió en insignificante frente a lo que vino después, cuando Don Daniel le hizo sentarse y comenzó a explicarle sus condiciones de trabajo:
“Muy bien, nene, tenemos negocios de los que hablar. Lo de emplear a chavalines como tú es una experiencia piloto. Algunos ejecutivos de la empresa se oponían, y otros hemos luchado mucho para defenderlo. Estamos a favor del estudio y del aprendizaje, pero creemos que, en lugar de que os esteis formando en casa hasta los veintimuchos años, es mejor que os formeis aquí trabajando. Algunos papás son un poco sobreprotectores, les gusta teneros siempre bien controlados, y les asustaba la idea. Lo cierto es que tu Papi era uno de ellos; no le echo la culpa, te quiere mucho y se preocupa por ti. Tiene miedo de que te pase algún accidente o de que te eches a perder. Pero a él y a otros papás como él les hemos asegurado que en el trabajo estareis igual de protegidos que en casa y que se mantendrá la misma disciplina. Y de eso me hago yo responsable”
Don Daniel sonreía de la forma protectora y autoritaria que tanto seducía a Chiquitín. El pequeño lo veía perfectamente capaz de convencer a los otros jefes de sus ideas; no era sorprendente que su plan se estuviera llevando adelante.
“No hareis el mismo trabajo que los mayores; estudiareis, tendréis algunas clases teóricas y también exámenes. Aunque otras veces desempeñareis tareas que ahora están haciendo los adultos, para que vayais adquiriendo responsabilidades. Se os pagará el sueldo completo de un adulto sin experiencia previa, aunque descontando los gastos de las clases y la formación. No se trata de tener mano de obra barata, todo lo contrario, queremos chicos educados y bien preparados, capaces de afrontar responsabilidades en la empresa en el futuro. Eso sí, el sueldo naturalmente no lo cobraréis vosotros. Lo administrarán vuestros papás mientras no seais legalmente mayores de edad, cuando cumplais los veinticinco años, o los treinta, si llega a prosperar la ley que está discutiendo ahora el Consejo de la ciudad”
Don Daniel adoptó su tono de voz más dulce ante la decepción que empezaba a evidenciarse en el rostro de Chiquitín. Sus ilusiones de ser tratado como una persona mayor se desplomaban ante sus pies, y eso que aún no se había entrado en detalle respecto a la cuestión más espinosa.
“Naturalmente a tu Papi y a otros les ha seducido la idea de que trabajeis y tengais una paga, en lugar de tener que mandaros a academias privadas muy caras para que se encarguen de formaros y tutelaros mientras ellos están trabajando. Pero ten por seguro que el aspecto económico no ha sido lo que más les ha convencido, sino la garantía de que estareis bien cuidados y de que la disciplina será la misma que en esas academias. Por supuesto, tendréis que vestir de uniforme. Vuestra ropa la he diseñado yo mismo, junto con los directores de otros departamentos y nuestro sastre. Estareis muy guapos con vuestra camisa blanca, pantaloncito, corbata, y jersey en invierno. Ni que decir tiene que el pantalón largo está prohibido, así como llevar el pelo largo, o tener vello, debeis de venir siempre bien afeitados, tanto la cara como el cuerpo. Tampoco usareis calzoncillos; no estaríais cómodos con ellos de todas formas, porque el pantaloncito de uniforme es muy ajustado y muy muy corto, más que el que llevas ahora”
Este último dato no sorprendió a Chiquitín conociendo los gustos de Don Daniel.
“Tendréis un supervisor que se encargará de vuestra formación y también de la disciplina. Para que se pueda ocupar de vosotros de forma personalizada, tendrá un máximo de cinco chicos bajo su supervisión; encargarse de vosotros será a partir de ahora su tarea principal. Se presentaron muchos voluntarios para el puesto, lo cual nos ha permitido elegir bien. Sólo hemos admitido a los empleados más veteranos, más respetados, con más autoridad, más estrictos, y más partidarios de la disciplina tradicional con los jóvenes, o bien por ser papás que han adoptado a uno, o mejor aún, a varios niños, o bien por haber trabajado ya como profesores o monitores de actividades juveniles. Todos ellos tienen una larga experiencia en educar a muchachos, y en castigarlos; y todos son muy partidarios del cachete y de la azotaina. Yo, como jefe, seré supervisor directo de mis secretarios, un puesto que, en el caso de que te seleccionemos, y estoy seguro de que va a ser así, me encargaré de que desempeñes durante algún tiempo. Será un placer enseñarte personalmente como funciona la oficina, ponerte sobre mis rodillas y azotarte siempre que haga falta”
Y Chiquitín que había pensado que el pantalón corto y los azotes se habían terminado ...
“Se os castigará cada vez que cometais alguna torpeza en el trabajo; pero sobre todo, siempre que no mostreis la debida obediencia y respeto por los mayores. Tomar chicle, decir palabrotas, mirar de forma desafiante, o cualquier otro signo de mala educación os valdrá una buena azotaina de vuestro supervisor. El pantaloncito de uniforme no lleva botón, sólo una hebilla que hace muy fácil bajarlo y dejaros con el culito al aire para poder castigaros siempre que haga falta. Las zurras tendrán lugar en privado, en un cuarto de castigo ya habilitado para ello y dotado de abundantes palas, cepillos, reglas, correas y varas, por si habéis sido muy traviesos o reincidentes y la mano no es suficiente. Si el supervisor creyera necesario dar ejemplo, se os azotará públicamente en el centro de la oficina delante de los demás aprendices y los empleados mayores. En uno u otro caso, después del castigo se os colocará desnuditos con el culo en pompa delante de toda la oficina durante un rato, para que todos vean los culetes rojos como un tomate y sepan que habéis cometido una falta. Supongo que está todo claro, ¿verdad Chiquitín”
El joven asintió. Estaba muy claro, aquello era una versión corregida y aumentada de la academia del maestro. Pantalones muy cortos, azotes, regañinas, y la humillación de estar desnudo ante todo el mundo, que todos vieran el culito rojo por las zurras, y seguir sin tener más dinero que la paga que le daba a la semana el roñica de Papi. Sólo había algo que no encajaba; si Chiquitín iba a seguir con su vida de niño de disciplina y supervisión por parte de hombres maduros, ¿por qué Papi había interrumpido las azotainas durante los últimos días? Desde su adopción tres años antes, Chiquitín no recordaba ni un solo día en el que Papi no le hubiera calentado el culete; sin embargo ahora llevaba cuatro seguidos sin zurra.
“Bien, por mi parte esta entrevista personal la tienes más que superada. Ahora te desnudaremos para que el sastre te tome las medidas para confeccionarte el uniforme. Ni que decir tiene que espero que seas muy dócil a partir de ahora. Te queda pasar la última prueba, que será demostrar al equipo directivo de la empresa que eres un niño bueno y obediente. Ya que tu culete va a estar con frecuencia a la vista y al alcance de la mano de tus superiores, pues a todo el mundo le gusta ver a chicos guapos con culos bonitos. Que eres guapo de cara ya lo podemos certificar yo y la foto de tu solicitud; ahora falta por saber si por detrás eres igual de guapo; yo lo sé, pero el resto de directivos no te conocen, así que ahora entrarás totalmente desnudo en una habitación con otros chicos, y el comité os observará de arriba a abajo. Os taparán la cabeza para que no podais ver y para que no se dejen influenciar por la cara, que valoren sólo vuestro cuerpo, y sobre todo vuestro culete. Por supuesto, tienes que ser muy sumiso, dejarte acariciar y poner sobre las rodillas de los ejecutivos, probablemente alguno no resista la tentación de darte unos azotes”
“Pero .... ¿mi Papi está de acuerdo con eso?”
“Tu Papi fue uno de los que propuso al equipo directivo que la selección de aprendices incluyera una prueba con los chicos desnudos. Aunque es cierto que todo el mundo aplaudió la idea”
Chiquitín comprendió, Papi tenía predilección por los culetes, y querría ver nalgas redonditas y de buen ver cuando presenciara azotainas en la oficina. Y estaba claro por que no había recibido azotes los últimos días en casa; su culito no debía tener marcas durante la inspección del equipo directivo.
Llamaron a la puerta, y un señor de mediana edad entró con un maletín.
“¿Ya es hora? Ah sí, llevamos charlando un buen rato. Chiquitín, este es el sastre que te va a tomar las medidas para el uniforme” A continuación se dirigió al recién llegado. “Puede empezar a desnudarle”
Aunque seguía estupefacto tratando de asimilar como iba a ser su nueva vida, o más bien como se iba a perpetuar su antigua vida, Chiquitín vio claro que sólo podía obedecer. Papi estaba de acuerdo con aquello, había participado en la idea de introducir las azotainas en la oficina, y le había apuntado en el proceso de selección porque esa era la vida que quería para él. Y Chiquitín debía de obedecer siempre a Papi; si Papi lo quería así, era porque era bueno para él. Además, estar bajo las órdenes del jefe y ser su secretario no dejaba de ser excitante.
El sastre levantó a Chiquitín con cuidado pero también con autoridad, y empezó a desvestirlo. Para deleite de su nuevo jefe, el muchacho no opuso ninguna resistencia cuando le bajaron los pantalones y luego los calzoncillos.
“Muy bien, pequeño, ya nunca volverás a usar calzoncillos aquí. Déjame ver .... supongo que tienes la pilila bien afeitadita ... perfecto, y el culete también ... al equipo directivo le gustan los chicos sin vello, sobre todo sin vello íntimo”
La toma de medidas duró un buen rato porque el sastre apuntó un sinfín de números. Aparte de la cintura, el ancho de hombros y el largo de los brazos, la confección del uniforme era tan detallada que tenía también en cuenta el largo del pene, el ancho del glúteo y otras medidas muy íntimas. Chiquitín se comportó de forma ejemplar facilitando el trabajo del sastre. Cuando acabaron, éste último tuvo que salir raudo a tomarle medidas a otro chico que hablaba con otro directivo en otro despacho, y el jefe mandó a Chiquitín inclinarse sobre la mesa con las piernas abiertas para verificar que el muchacho no tuviera ningún vello que pudiera incomodar al equipo directivo. Un empleado llamó a la puerta en ese momento, lo cual no distrajo al jefe de su inspección.
“La dirección dice que pasen ya los chicos, Don Daniel”
“Perfecto. Ponte este capuchón encima de la cabeza, Chiquitín. Así, ya sé que da un poco de calor. Y ahora deja que este señor te guíe. Pórtate bien”
El jefe se despidió del chico con una sonora palmada en las nalgas. El muchacho, desnudo y ciego, salió del despacho del brazo de su guía, que lo soltó tras avanzar unos pocos pasos. Chiquitín notó la presencia de alguien delante de él, y también de alguien que llevaba detrás; dedujo que era otro chico que tendría también la cabeza tapada. No hubo mucho rato para la confusión, porque prontó se alzó una voz.
“Muy bien, jovencitos. Ahora que cada uno ponga la mano en el hombre del que tiene delante. Así, bien ... ¿tú no te enteras o qué?”
Sonaron cachetes sobre algunas nalgas despistadas. Chiquitín se agarró al hombro desnudo que tenía delante, y el chico de atrás se agarró a su vez a él.
“Perfecto. Si a alguien se le ocurre quitarse el capuchón de la cabeza, queda eliminado. Ahora en marcha, seguid al que teneis delante”
El grupo comenzó a avanzar. Era difícil saber cuantos serían, Chiquitín calculó que entre doce y quince jóvenes. Habrían recorrido tal vez unos doscientos metros cuando entraron en una habitación en la que varias voces de hombres maduros charlaban animadamente.
“Buf, cada remesa vemos cuerpos más bonitos”
“Ven aquí, guapo”
Chiquitín fue tomado del brazo y puesto en fila entre los otros chicos.
“Muy bien, chicos, ahora todos muy quietecitos. Nos vamos a tomar un tiempo para examinar esos traseros. Venga, ¡todos inclinados sobre la mesa! ¡Culito en pompa!”
Chiquitín palpó la mesa y se inclinó sobre ella poniéndose lo más cómodo posible, al mismo tiempo que procuraba tener las piernas bien abiertas. Se oyeron pasos detrás de ellos; notó que escribían sobre su muslo con un rotulador. Una marca para poder evaluarlo, pensó. Los miembros del equipo directivo comenzaron a pasearse detrás de la seguramente muy apetitosa fila de nalgas, contemplando, palpando, acariciando y dando algún que otro azote.
“A ver, las piernas más abiertas ... mmm, que culo, redondito y sin vello”
Varias manos palparon con detenimiento las nalgas de Chiquitín; algunos las acariciaban con la yema de los dedos, otros las palpaban de forma más ruda, otros las separaban para contemplar el ojete, otras agarraban desde atrás los genitales del chico ....
Al cabo de un rato, algunos señores empezaron a tomar a los chicos del brazo, a sacarlos de la ordenada fila que formaban, y a moverlos a otro lado de la habitación para palparlos más en privado. Chiquitín notó que el hombre que se lo había llevado se sentaba, y empezó a acariciarle y sobarle todo el cuerpo a su antojo. Pareció complacerse cuando sus caricias hicieron crecer un poco la pilila de Chiquitín.
“Ajajá, que travieso, habrá que castigarte”
El joven se vio sobre las rodillas del ejecutivo, que le dio unos cuantos azotes flojos. No era el único, puesto que en la habitación resonaban muchas palmadas.
Al cabo de un rato, una voz anunció el fin de la prueba.
“Muy bien, señores, tenemos que comprobar a más chicos. Niños, os habeis portado muy bien. Por favor, seguid con las capuchas puestas y volved a formar la fila. Muchísimas gracias por vuestra colaboración”
La decisión del comité fue rápida; aquella misma tarde, Papi supo que Chiquitín había sido seleccionado. Esto le produjo una extraña mezcla de sensaciones: su chico había demostrado ser un niño inteligente, estudioso, sumiso, y además muy guapo. Papi estaba alegre y orgulloso: Chiquitín debía ser premiado. Pero también debía ser castigado: no le podía consentir su comportamiento de los últimos días, y además no estaba nada bien tenerle más de cuatro días sin ninguna azotaina. Un niño de esa edad necesitaba como mínimo una buena zurra diaria de su Papi para seguir siendo dócil y obediente.
Tras dudar un momento si premiar o castigar primero, Papi vio claro que era mejor empezar por el castigo. Entró, como siempre sin llamar, en el cuarto de juegos de Chiquitín.
“Jovencito, tenemos que hablar”
El tono de Papi ya situó a Chiquitín sobre la pista de lo que le esperaba, una vez pasada la cuarentena que había precedido a la entrevista de trabajo: una buena azotaina por su mal comportamiento de los últimos días. No había mucha resistencia que oponer porque el sueño de que las zurras se habían acabado ya lo había roto el jefe en la charla de aquella mañana, y además el castigo era merecido, había sido un niño insolente. Así que se limitó a protestar de forma débil cuando Papi lo agarró de la oreja.
“No has sido un niño nada bueno estos días, Chiquitín. No te he castigado como te merecías para que no fueras con el culito rojo a la inspección de los jefes, pero ahora te vas a llevar lo que es bueno”
El pantaloncito y calzoncillo de Chiquitín no tardaron en encontrarse tirados por el suelo, ni el pequeño en verse desnudito de cintura para abajo colocado sobre las rodillas de su Papi, en una postura que le era tan familiar como los azotes de la poderosa mano que empezaba a sentir sobre el culete.
“Ya sabes que quiero” ZAS “que seas bueno” ZAS “y responsable” ZAS, “y no distraído”, ZAS, “y mucho menos contestón” ZAS “como has sido” ZAS “estos últimos días” ZAS. “Papi te va a poner” ZAS “el culito” ZAS “como un tomate” ZAS. “Primero con la mano”, ZAS, “luego con la zapatilla” ZAS, “luego la pala” ZAS, “y luego el cinturón”, ZAS. “Te voy a dejar el culito” ZAS “caliente para el resto del día” ZAS, “que ya hace tiempo que no te llevas una buena zurra” ZAS “y te estaba haciendo mucha falta” ZAS, ZAS, ZAS
Dicho y hecho, Papi pegó con la mano hasta cansarse durante más de veinte minutos, antes de coger la zapatilla y poner rojo púrpura el culete de un sollozante Chiquitín. Como había echado de menos las palizas durante esos cuatro interminables días y cuantas veces había tenido que contenerse ... Pero ahora, niño y papá podían volver a su rutina habitual de castigos, muy dulce para Papi, no tanto para el pequeño.
A continuación, una larga parada llena de mimos y caricias antes de la segunda parte de la azotaina, en la que Papi hizo buen uso de una pesada pala de madera y del cinto; la variedad de instrumentos se vio acompañada de una diversidad también importante de posturas: Chiquitín se vio sobre las rodillas de Papi, inclinado sobre el sofá, tumbado sobre la cama, e incluso doblado con las piernas encima de la cabeza mientras el cinto impactaba y añadía bonitas señales sobre sus ya enrojecidas carnes.
Por fin Papi se sintió saciado y disfrutó contemplando y palpando los dos grandes tomates rojos en los que se habían convertido las nalgas de Chiquitín. El escozor le duraría el resto del día, asegurándole que el pequeño se portaría bien y sería más dulce y mimosón que nunca. Papi le mandó ir a buscar la crema, y alivió las ardientes posaderas del chiquillo durante un buen rato. A continuación lo sentó sobre sus rodillas; Chiquitín hizo un respingo cuando su maltrecho culete tuvo que apoyarse sobre el muslo de su papá, un gesto que a Papi le encantaba.
Papi le dijo en tono de voz muy serio:
“Jovencito, tenemos que hablar aún de otro tema”
“Papiiiii, otro castigo no, porfa. No será la vara ...”
“La semana que viene empiezas a trabajar con Papi en la oficina. Papi está muy orgulloso de ti y ahora lo vamos a celebrar”
A Chiquitín casi le pasó el dolor del culete de la alegría. Papi se echó a reir y lo abrazó con fuerza. Aparte de mimos y besos, el resto de la tarde lo dedicaron a complacer al muchacho, que fue un ejemplo de obediencia y buen comportamiento. Papi le hizo muchos regalos, lo llevó a un buen restaurante en el que le indicó discretamente al camarero que colocara un cojín en la silla de su hijo, y en casa le volvió a masajear el culete con crema. Le complació mucho que las nalgas todavía siguieran enrojecidas, que llevaran la señal de su papá.
Esa noche la disciplina se relajó y Chiquitín pudo ver la tele hasta las tantas, y luego disfrutar de los mejores y más placenteros mimos de Papi en la cama. Mientras se durmía dulcemente en brazos de su papá con el culo todavía calentito, Chiquitín ya no tenía ninguna prisa por ser adulto; continuar su vida de niño no estaba nada mal.