domingo, 7 de marzo de 2021

Mi beca para estudiar en Inglaterra

Mi Beca Para Estudiar en Inglaterra


Autora: Victoria

Tenía 19 años, y estaba finalizando mi primer curso de universidad. Estudiaba filología inglesa y me presenté a unas pruebas para obtener una beca de estudios en Inglaterra. No tenía muchas esperanzas a pesar de que mi nivel de inglés era muy alto, pues lo había estudiado desde muy pequeña y además mis padres pagaban a profesores nativos para mantener conversaciones.

La beca consistía en estudiar durante cuatro meses en uno de los colegios más prestigiosos y elitistas de Inglaterra con todos los gastos pagados y vivir de acogida con una familia.

Mi sorpresa fue enorme cuando a las dos semanas de realizar las pruebas sacaron la lista de doce aprobados, y era la segunda de la lista con un 9,25 de nota.

Durante todo el verano deseé que finalizasen mis vacaciones para marcharme a Londres. Me informaron que en el colegio universitario había alumnos de muy alta sociedad inglesa como hijos de políticos, banqueros, aristócratas... me parecía un sueño. También me advirtieron que a pesar de ser mixto los chicos y las chicas nunca coincidían, estaban en distintas alas del colegio.

En cuanto a la familia de acogida se me informó que eran familias acomodadas de funcionarios del gobierno británico como mandos militares, profesores, administrativos, médicos... En mi caso me indicaron que me había tocado una familia en la que el señor era ex-diplomático.

Llegó mediado de agosto y llegó con él la despedida, me marchaba hasta Navidades sin volver en los cuatro meses. Hubo lágrimas pero en cuanto el avión despegó todo se transformó en entusiasmo.

Al llegar a Londres me esperaban en el aeropuerto mi “nueva familia”. Un señor de unos cincuenta y cinco años, alto y robusto, contraje oscuro y rostro severo, una señora de unos cincuenta años con cara de bonachona y ojos tristes y un señor de unos cuarenta años que por su indumentaria deduje que era un chofer.

Me recibieron gratamente y lo que me sorprendió, hablando un correcto español, se debía a su trabajo como diplomático, pues hablaba cinco idiomas, aunque pronto el señor me dijo que eran las ultimas palabras que escuchaba allí en español pues ya que iba a pulir mi inglés sólo me hablarían en inglés.

Nos subimos en un lujoso coche y ya todo en inglés me dijeron sus nombres Sir Eduard y Lady Suzanne.

Me fueron explicando las normas de la casa por el camino, pues vivían en las afueras de Londres y el camino era largo.

Por todas las normas que me explicaban deduje que Sir Eduard era un hombre estricto y dominante, y su mujer quería ser amable, pero le tenía respeto, es más diría que temor.

También deduje que iba a estudiar mucho y divertirme poco, pues me informo de mi horario de clases y me organizó mi tiempo en su casa.

Al llegar a casa me presentaron al servicio. Marie, una vieja criada gorda, era la jefa del servicio y dos sirvientas jóvenes, de mi edad más o menos, Julia y Elizabet.

Llevaron el equipaje a mi habitación y me mostraron la casa. Era preciosa, muy lujosa, con jardín, biblioteca, amplias habitaciones.

También me mostraron los uniformes con los que debía acudir al colegio. En días normales consistía en una camisa blanca con corbata azul oscura, falda roja con cuadros escoceses por encima de la rodilla, chaqueta azul oscura y calcetines blancos hasta la rodilla. El pelo debía llevarlo con coletas. Me sentía ridícula, una mujer con 19 años vestida así. Para días especiales y fiestas el uniforme consistía en la misma chaqueta, camisa y corbata, una falda gris más larga y en vez de calcetines medias. Me tenían todo preparado aunque tuve que pedir que me proporcionasen algún liguero, pues allí en Inglaterra no se usan casi los pantys, sino que eran medias.

En casa se me prohibía también ciertas prendas como eran las modernas y sexis, las vaqueras y los pantalones. Debía vestir más o menos elegante y con falda.

Mi habitación era enorme, con una cama muy grande, una mesa de estudio amplia y unas vistas al jardín preciosas.

Comimos a las 12 y tras esto subí a mi cuarto a colocar la ropa y los libros. Sir Eduard me advirtió que a las 5 en punto de la tarde se servía el té, que se exigía máxima puntualidad.

Me puse a colocar la ropa y con el cansancio del viaje me quedé dormida cuando desperté eran las cinco y cinco. Corriendo me puse el chándal con zapatillas de estar en casa y bajé al té.

Al bajar estaban esperándome sentados el matrimonio y sir Eduard mirando el reloj. Las sirvientas estaban de pie con bandejas en las manos. Me disculpé y sir Eduard no me permitió seguir dando explicaciones, tan sólo me dijo que tomásemos el té y después ya hablaríamos, sin embargó insistí en disculparme y él me dijo que callase muy enfadado.

Sirvieron el té y lo tomamos sin que nadie dijese una palabra, tras esto sir Eduard comenzó a hablarme: -Victoria, en España los jóvenes recibís una educación blanda, faltáis a los principios básicos del respeto porque no hay nada que os infunda respeto, sin embargó aquí en Inglaterra todo es distinto, aquí las faltas conllevan un castigo, pero no cualquiera, sino uno que te haga recapacitar para no volver a caer en la misma falta. Por ser tu primer día aquí podría haberte perdonado alguna falta cometida, pero es que has cometido tres. Has llegado tarde al té, vienes vestida en contra de las normas y has desobedecido una orden mía de silencio, así pues deberé castigarte. Te perdono hoy lo de la ropa, pero la falta de puntualidad y la desobediencia de mis órdenes no debo.

Imaginé entonces que me encerrarían en mi cuarto o me dejarían sin cenar o ver la televisión, pero nunca pude imaginar lo que se me venía encima.

Sir Eduard se levantó y me pidió que le acompañase a la biblioteca. Una vez allí se acercó a una puerta de un armario estrecho y alto. – Al llegar a la casa no te explique las normas de disciplina porque pensé que no sería necesario o no lo sería tan pronto, pero bueno te las explicaré rápidamente. Cada vez que cometas una falta te mandaré que visites este armario lo abras y cojas algo de lo que hay dentro-. Al Abrirlo me entró un sudor frió y me temblaron las piernas pues comprendí lo que me esperaba. Había varios instrumentos de castigo de esos que yo creía que sólo existían en la literatura de la Inglaterra victoriana y creía que hoy en día los castigos corporales eran una leyenda negra, pero vi y pronto comprobaría que no. Había una correa de cuero que se dividía en dos por un extremo, el tawse. Había también varias varas de bambú muy flexibles (y finalmente una paleta de mimbre fabricada para quitar el polvo de las alfombras, pero en este caso me parece que ese no era su uso).

Tras mostrarme aquel armario volvió a acompañarme a la sala donde tomamos el té. Una vez allí me dijo: - Cada vez que incumplas una norma te mandaré al armario para que me traigas uno o varios utensilios, y recibirás una severa azotaina con ellos.

Yo estaba temblando, llorando, muerta de miedo, pues nunca me habían azotado. Bueno sí, tenía once o doce años y en casa de mis tíos hice una travesura con mis primas, y mi tío tenía por costumbre zurrar a mis primas con el cinturón. Ellas recibieron una buena paliza nos fue haciendo tumbarnos de una en una en la cama boca abajo y nos pegó con el cinturón. Mis primas salieron mal paradas, pues a ellas las hizo desnudarse de cintura para abajo y les pegó muchísimos correazos y muy fuertes, yo no era su hija así que solo recibí cinco azotes, no muy fuertes y sin quitarme el pantalón, pero a pesar de todo no fue agradable, pero bueno, aquello tampoco fue recibir una azotaina de verdad.

- No tiembles, te va a doler, pero no vas a morir. Mira las sirvientas y mi esposa han probado en varias ocasiones la correa y la vara y ahí las tienes, siguen vivas, eso si, más educadas. Por ejemplo, Julia recibió anoche veinte azotes, ¿Tú lo has notado? Insisto, no tiembles porque mientras estés en Inglaterra educándote tendrás que acostumbrarte a los azotes, y además con el tiempo agradecerás haberlos recibido, pues son dolorosos al recibirlos pero satisfactorios en el modo en que educan. Por cierto Marie es mi brazo derecho y es la encargada de la disciplina de las sirvientas, y también le encargaré la tuya, así que si considera que debe castigarte podrá también hacerlo al igual que mi esposa, aunque puedes estar tranquila que su carácter y personalidad no le permiten hacerle daño ni a una mosca, por eso es tan débil moralmente.

Sir Eduard tendría toda la razón del mundo pero yo estaba muerta de miedo. – Bueno Marta, ahora sube a tu cuarto y vosotras dos acompañadla. Tu Marie, ve al armario y coge el tawse y una vara y la llevas a su cuarto.

El camino a mi cuarto se me hizo eterno. Una vez allí llegó Marie portando los dos terribles instrumentos. Me parecía mentira que a mis diecinueve años fuese a ser castigada igual que a una niña mala, aunque por lo que comprobé aquí no solo son castigadas las niñas, sino que las señoras también son azotadas, incluso las de clase alta, y si no que se lo digan a Lady Suzanne, que según comprobaría en mi estancia, también probaba la vara con frecuencia, pero bueno, volviendo al presente, se abrió la puerta y entró Sir Eduard y me preguntó que si estaba preparada, yo entre llantos le dije que no y le pedí clemencia, pero fue inútil. – Julia y Elizabet, como la señorita Marta me parece que no quiere colaborar, necesitaré vuestra ayuda, poned la almohada doblada en el borde de la cama, usted Marta se tumbará colocando el vientre sobre la almohada y estirará los brazos sobre la cama dejando fuera las piernas y levantando el culo. Vosotras le sujetareis un brazo cada una, pues seguro que la señorita no mantiene la posición sin ayuda. Muy bien señorita Marta, adopte la posición.

Fui a colocarme como me dijo pero entonces me dijo -¿No olvida usted algo?... debe quitarse el pantalón y bajarse las braguitas hasta las rodillas.- Con eso no contaba, le pedí que por ser la primera vez que me azotase vestida, pero como siempre hizo caso omiso. – Señorita, una azotaina es inconcebible sin las nalgas desnudas, no me haga esperar porque me enfadaré y será peor para usted.

Me bajé despacio el pantalón y me desprendí de él, pero con las braguitas me bloqueé, no era capaz de mostrar mi culo y mi pubis ante un señor. –Marie, bájele usted las braguitas y recuérdeme darle cinco azotes extra en los muslos por no colaborar.

Marie se acercó y de un tirón me bajo las braguitas. Me puse colorada, pues como estaba un poco llenita quedó al descubierto mi carnoso trasero. –Señorita Marta, por favor inclínese sobre la almohada.

En ese momento pensé en su consejo y me dije que no tenía escapatoria y por mucho que me doliese saldría de aquello al igual que aquellas otras mujeres. Adopté la posición. Sir Eduard se desprendió del batín quedando en camisa, se arremangó las mangas de esta y se desabrochó el botón superior del pecho para ponerse cómodo.

Se acercó a mi comenzó a palparme las nalgas. – Marta, va a ser un placer desvirgarte este hermoso culo y te aseguro que si sigues siendo tan osada conmigo, le robaré la ternura y te lo encallaré a base de azotes.

Comenzó a azotarme con la mano primero suavemente y cada vez un poco más fuerte, hasta producirme dolor, pero un resistible. Me palmeaba fuere y me dolía. – Esto era solo para calentarte un poco, ahora comienza el castigo, Marie entrégueme el cuero.

Sir Eduard cogió el tawse y lo hizo chasquear un par de veces en su mano hasta que de repente ZASSS.... Ah, mi cuerpo dio una embestida contra la cama y las sirvientas tuvieron que sujetar fuerte para que no me moviese en demasía. Era horrible, ¡qué dolor! – Señorita Marta, puede usted gritar lo que desee, no la escuchará nadie, y aun si la escucharan pensarían que si está siendo azotada será por algún motivo.-

ZASSS.... Ah, no podía soportarlo, y sólo iban dos. ZASSS.... Ah, ZASSS.... Ah, ZASSS.... Ah........, lloraba, gritaba, pedía que parase, que no me pegase más pero era inútil, no paró hasta darme doce azotes.

Era horrible, me dolía el culo una barbaridad, no soportaba el escozor. Entonces Sir Eduard me dijo que me incorporase y me pusiese de rodillas con los brazos en la nuca en un rincón con las braguitas bajadas.

- Bueno jovencita, has pagado tu primera deuda, ahora te queda la segunda. Los siguientes azotes te los daré con la vara, y te advierto que será más dolorosa que el tawse. Mandó marcharse a las tres sirvientas. – Ya has recibido tu primer castigo con ayuda, pero ahora ya que has sido osada para incumplir las normas, deberás ser valiente para enfrentarte al castigo y por ello te enfrentarás tu sola, asumiendo tu culpabilidad y el merecimiento de cada azote, por ello te vas a inclinar sobre tu pupitre y a cada azote que recibas lo contarás en voz alta y me darás las gracias. Si te mueves o intentas evitar un golpe, recibirás dos extras, ponte de pie, coge de la cama la vara y entrégamela y colócate en el pupitre como te he dicho.

Sin mediar palabra y sin dejar de lloriquear me incorporé le entregué la vara y me incliné sobre el pupitre. Sir Eduard se colocó detrás de mi y Rasss.... Uno Señor, Gracias señor, Rasss.... Dos señor....gracias señor.

Sentía como si la vara me cortase el culo a tiras. Era mucho peor que la correa.

En el séptimo azote no pude aguantar y me lleve la mano a las nalgas. Fue un error, porque recibí dos fuertes azotes rápidos y terribles y tras ellos tuve que volver a contar el número siete.

Rasss....doce señor, gracias señor. Me hizo ponerme de pie pero al hacerlo me flojearon las piernas y caí desplomada al suelo.

Al despertar estaba en la cama y Sir Eduard estaba a mi lado. Me preguntó que cómo estaba y le dije que bien, entonces me dijo: -Pues si mal no recuerdo tenemos pendientes cinco azotes en los muslos. Le supliqué que estaba muy floja y que no soportaría más, pero tumbada en la cama boca arriba como estaba, me levantó las piernas hacia arriba y con el tawse comenzó a azotarme la parte trasera de los muslos, que dolían mucho más que el culo. Recibí no cinco, sino ocho azotes. Tras esto me bajó las piernas, me hizo ponerme de pie y me advirtió que ya sabía lo que me aguardaba si volvía a caer en un error.

Se marchó del cuarto y me dejé caer a la cama y me puse a llorar tanto por el horrible dolor que tenía en mi culo y muslos, como por la desolación que tenía, una chica con casi veinte años, lejos de su familia y azotada y maltratada sin piedad. Me sentí más sola que nunca y deseé morirme, aunque me planteé hacerme fuerte, pues sabía que no era la única azotaina que iba a recibir en mis cuatro meses en Inglaterra.

A los cinco minutos apareció Lady Suzanne, que cariñosamente me dio ánimos, me tranquilizó acariciándome el pelo y me aplico una crema en mis lastimadas posaderas. Me animó para soportar a su cruel marido y como consuelo me dijo que ella recibía una o dos azotainas a la semana y las dos jóvenes criadas casi a diario. Además me dijo que aunque hubiese caído en otra familia me hubiese sucedido igual, que allí aquello era algo normal.

Me quedé dormida y pronto desperté asustada pues me pareció escuchar el chasquido de la vara. Lo que creí que era una pesadilla pude comprobar que era real. El sonido venía del cuarto de los señores. Sir Eduard estaba castigando a su mujer con la vara por ponerme la crema sin su permiso. Comprendí el por qué de la tristeza de sus ojos y la cara de miedo de las criadas.

RUTH, RECIBE UNA AZOTAINA DEL DIRECTOR

—¡Levántate! —Cuando ella se levanta, cruzo la habitación. Mi paso es lento y digno. Me siento en el sofá haciendo que los muelles crujan ru...