miércoles, 11 de septiembre de 2024

EN LA PELUQUERÍA 2

 Nada como una buena zurra para que un jovencito fuera de lo más educado y dulce. Chiquitín no se soltó de la mano de Papi ni dijo una palabra más alta que otra durante todo el camino a la barbería, a pesar de que la perspectiva de ser desnudado y afeitado en un sitio extraño no le resultaba precisamente muy tranquilizadora.

El local en principio no ofrecía nada de extraño, salvo que todos los chicos que se cortaban el pelo eran jovencitos y uno de ellos tenía los ojos llorosos; Chiquitín supuso que era otro fan del ídolo de la teleserie al que le obligaban a cortarse el pelo, tal vez después de una zurra como la que él mismo se había llevado hacía un rato; algunos papás esperaban sentados charlando y leyendo el periódico mientras los peluqueros ponían guapos a sus niños. Nada más entrar, un empleado se dirigió a Papi:

"Buenas tardes, señor. ¿Corte de pelo para el muchacho?"

"Sí, y también afeitado íntimo"

"Ah, entonces empezaremos por el afeitado. Pasen a la sala de dentro, por favor"

Los condujo a una puerta al fondo de la sala, la abrió y esperó a que pasaran. A continuación la cerró.

Dentro de la sala interior, el ambiente era completamente distinto y se notaba la peculiaridad del establecimiento. Papi sonrió complacido al ver con sus propios ojos algo de lo que sólo había oido hablar y visto fotos: sillas de peluquería para afeitar el vello púbico. Cuatro espléndidos traseros de cuatro jóvenes se exponían desnudos e indefensos ante la navaja del barbero, y también ante las miradas de los papás que contemplaban la escena cómodamente sentados en frente, y de algunos chicos que esperaban su turno desnudos sentados sobre el regazo paterno. Los muchachos que ya eran atendidos por los barberos estaban semiacostados sobre una rampa que ponía sus culitos desnudos en pompa, mientras que sus caras no podían verse. Las piernas estaban muy separadas y los barberos aprovechaban para afeitar el vello de la parte de atrás de los genitales, claramente visibles y accesibles. Una toalla ceñida a medio muslo recogía los pelos y la espuma de afeitar. Las nalgas, en las partes no cubiertas por la espuma, se veían muy coloradas, algo que sin duda estaba relacionado con la escena que tenía lugar en una esquina del local. El culito de un muchacho desnudo, inclinado sobre una quinta silla especial para colocar el trasero en pompa, recibía una buena tunda con una pala de madera de forma ovalada. Los azotes se los proporcionaba un barbero maduro con pelo cano, ante la atenta mirada de un adulto; el hombre, al cual Chiquitín y Papi identificaron rápidamente como el padre del muchacho azotado, contemplaba de pie el castigo del joven con expresión calmada y cara de aprobación. Al ver la escena, Chiquitín recordó las lágrimas del chico de la otra habitación, que ahora adoptaban para él otro significado.

Había otros dos muchachos que estaban siendo afeitados, aunque estos por la parte de delante. Se hallaban acostados sobre tumbonas, y ligeramente arqueados para que los genitales resultaran más accesibles.

Uno de los barberos, que ponía espuma sobre el culito intensamente rojo de un muchacho, se dirigió a Papi:

"Buenas tardes. ¿Afeitamos al joven?"

"A eso venimos" respondió Papi sonriente

"Estos dos chicos están delante", dijo señalando a los jovencitos desnudos sentados en las rodillas de sus papás. "No tardaremos mucho en atenderles. Puede ir desnudando al crío mientras esperan"

"Buena idea"

Papi cogió a Chiquitín de la mano y se dirigió a un sillón que quedaba libre, saludando a los papás que estaban sentados a ambos lados. Se sentó entre ellos y empezó a desvestir a Chiquitín igual que hacía en casa para bañarle o cuando se iba a dormir. O también cuando le iba a dar unos azotes. El pequeño obedeció y se dejó desnudar, en buena parte por miedo a recibir una zurra si no colaboraba, pero también porque no veía nada de particular en ello. Su mente estaba más bien puesta en el miedo que le producían siempre los afeitados de la pilila y el culito, acrecentado por la duda de si recibiría una segunda azotaina aquella tarde. Ni siquiera se planteó si tendría todavía las nalgas rojas por el castigo recibido en casa. Por fin Papi le quitó los calzoncillos y mandó al pequeño colocar toda su ropa en un montoncito al lado de la de los otros jóvenes clientes. Los otros papás miraron con interés el bonito trasero desnudo de Chiquitín, así como sus genitales cubiertos de una pequeña capa de vello que pronto desaparecería.

Uno de los barberos llamó al papá que se sentaba a la derecha de Papi para que juzgara si se podía dar por terminado el trabajo con su hijo. Ni rastro de pelo era visible sobre el culito del muchacho; las nalgas, el ano y los genitales perfectamente afeitados merecieron la aprobación del papá, además de la suavidad de la piel, que el hombre alabó mientras acariciaba y azotaba dulcemente las nalgas bien coloradas de su pequeño.

El muchacho fue desatado, porque todos los chicos estaban sujetos a la silla para evitar movimientos peligrosos, y se puso de pie junto a su papá. Su lugar ya podía ser ocupado por el chico de los azotes.

El castigo del otro muchacho parecía haber llegado a su fin. El joven sollozaba y su papá parecía estar satisfecho con el tono rojo brillante que habían alcanzado las nalgas de su hijo.

"Estupendo, así no se moverá nada mientras le afeitan", comentó.

El barbero soltó la pala de azotar y le dio unas palmaditas en el escocido culete para animarlo.

"Vamos campeón, la espuma y la navaja te esperan"

Mientras un afeitado comenzaba, otro ya había acabado; el muchacho que se había levantado de la silla estaba ya poniéndose los calzoncillos. El puesto quedó libre y hasta allí fue llevado uno de los dos chicos –tres, contando a Chiquitín- que esperaban desnudos su turno.

El barbero que había quedado libre y que se encargaría de este nuevo joven, optó por sentarse en uno de los sillones libres y poner al muchacho desnudo sobre sus rodillas. Empezó a azotarle con la mano, aunque manteniendo próximo a sí un pesado cepillo.

Chiquitín comprendió que él también sería azotado; Papi siempre le calentaba bien el culete antes de afeitarle. Solo una buena azotaina conseguía poner a un pequeñín lo suficientemente calmado y sumiso como para poder asegurar que se mantendría muy quieto aunque la hoja de afeitar le rascara. El joven comprendía que lo hacían por su bien y que no podía ser de otra manera. Sin embargo, los azotes dolían mucho, sobre todo para un culito que no mucho tiempo antes había cobrado ya lo suyo, aunque esta vez como castigo por un mal comportamiento. Chiquitín se abrazó a Papi, que parecía comprender lo que estaba pensando el muchacho. Sin pudor porque lo vieran los otros papás, Papi empezó a bromear con Chiquitín, a acunarlo y a besarlo para que olvidara el mal trago que iba a pasar.

Unos veinte minutos más tarde, llegó por fin el turno de Chiquitín. Papi no se opuso a que lo ataran a la silla especial para darle su azotaina; eso disgustó al muchacho, aunque no se atrevió a decir nada; Papi estaba orgulloso de la entereza con la que Chiquitín aceptó ser sujetado y azotado con una regla y una pala. Había temido que el pequeño montara un altercado en la sala poniéndolo en ridículo; pero todo lo contrario, su autoridad y la obediencia de Chiquitín habían quedado patentes. Sentándose junto a los otros papás, Papi disfrutó del hermoso espectáculo del culito de Chiquitín enrojeciendo paulatinamente ante los azotes de la pala; el barbero, un poco más joven que Papi tal vez, azotaba de forma tan desenfadada como profesional, repartiendo los golpes de forma bastante uniforme por toda la superficie de las nalgas. Aunque los quejidos de su retoño lo enternecieran, Papi no podía olvidar lo travieso que había sido los últimos días, y además los cuartos traseros de Chiquitín eran siempre algo excitante de ver. No obstante, en breve el culete estaría todavía más bonito cuando el escaso vello que lo poblaba hubiera desparecido.

Una vez debidamente azotado, Chiquitín agradeció la sensación fría de la espuma de afeitar sobre sus nalgas ardientes. Las manos del barbero eran expertas, tanto a la hora de castigar el culete de un jovencito, como cuando se trataba de dejarle libre de pelos. La barbería profesional acabó pareciéndole a Chiquitín una opción preferible a que lo afeitara el propio Papi, que no llevaba la hoja con tanta suavidad entre las nalgas ni en la delicada zona del periné.

Ya lampiño por detrás, el muchacho tuvo que esperar un rato con el culito en pompa; las nalgas coloradas, el ano y los genitales de Chiquitín estaban generosamente expuestos ante todos los presentes mientras el barbero esperaba a que quedase libre una de las tumbonas para realizar el trabajo sobre la parte delantera del muchacho. Mientras tanto, Papi charlaba animadamente con otro papá, intercambiando consejos sobre educación y disciplina.

El afeitado de la zona genital concluyó con una loción de masaje untada de forma magistral por el barbero. Papi y su nuevo amigo rieron por lo bajo al ver la gigantesca erección que los manoseos del empleado provocaron en Chiquitín. Aunque uno de los chavales había tenido ya la misma reacción anteriormente, Chiquitín se puso muy colorado, lo cual aumentó los comentarios irónicos de los papás presentes.

Tras haberlo afeitado y manoseado a gusto, el barbero desató a Chiquitín, le regaló un caramelo, le acarició la cabeza, y lo envió junto a Papi con una sonora palmada en el culete, todavía rojo y caliente. Papi le ayudó a vestirse, se despidió de los otros papás y ambos pasaron a la otra sala, en la cual un Chiquitín muy tranquilo y obediente pasó por su corte de pelo sin rechistar.

Muy orgulloso de lo bien que se había portado Chiquitín y de lo guapo que había quedado, Papi le compró pastelitos en el camino de vuelta a casa. No obstante, la insistencia por querer comer uno antes de la cena le valió al pequeño un tirón de orejas y un par de azotes en el medio de la calle. Algunos transeúntes se extrañaron ante la escena, pero a otros muchos les resultó muy familiar, cada vez era más normal que los papás castigaran a los chicos en público. Papi no tuvo que volver a reñir a Chiquitín, que fue cogido de su mano el resto del viaje de vuelta sin rechistar ni volver a mencionar los pasteles.

Por la noche, Papi cumplió su promesa de hacerle a Chiquitín muchas caricias. A pesar de lo bien que se lo pasó, el pequeño no pudo evitar comparar la mano ciertamente hábil pero sin duda amateur de Papi con la experiencia profesional del barbero, cuyas habilidades masturbatorias eran sin duda superiores. No obstante, el jovencito eyaculó con fuerza ante las artes de su papá, y a continuación compensó el esfuerzo paterno a su vez con un trabajo manual que Papi agradeció mucho. Muy obediente, Chiquitín no tuvo inconveniente en utilizar también su boquita en determinados momentos para proporcionarle placer a Papi. Satisfecho y relajado, el papá se durmió acurrucando entre sus brazos a un Chiquitín desnudo que se sentía feliz, seguro e ilusionado por el fin de semana que iban a pasar en el chalet de Don Daniel. Eso sí, el culito seguía picándole un poco.

RUTH, RECIBE UNA AZOTAINA DEL DIRECTOR

—¡Levántate! —Cuando ella se levanta, cruzo la habitación. Mi paso es lento y digno. Me siento en el sofá haciendo que los muelles crujan ru...