Era sábado. Papi se había levantado tarde, había salido a dar una vuelta con Chiquitín en una deliciosa mañana soleada, y ahora estaba en la cocina preparando la comida, algo que le agradaba y le relajaba. Chiquitín se había portado razonablemente bien todo el tiempo, aunque como siempre había hecho falta darle una buena azotaina para que se levantara de la cama y ambos pudieran aprovechar la mañana. Ahora habría que prestarle atención para que no atacara el postre antes de tiempo .... efectivamente, al darse la vuelta Papi pilló a Chiquitín a punto de llevarse a la boca un trozo del pastel de chocolate aún a medio preparar.
Un buen tirón de orejas disuadió al muchacho de sus intenciones.
“Aaaaay, perdón papi”
“Va a ser mejor que salgas de la cocina, o acabarás con el culo caliente”
“Pero tengo que ayudarte a poner la mesa”
“Ya me ayudarás cuando la comida esté lista” Papi giró al muchacho en dirección a la puerta de la cocina, y le dio un par de palmadas fuertes en el culete a modo de empujón. “Hala, al salón a ver la tele”
Chiquitín aceptó a regañadientes cuando sonó el teléfono.
“Yo lo cojo, yo lo cojo”
“Noo, Chiquitín, lo coge papá”
Tras secarse las manos en el trapo de cocina, Papi descolgó el teléfono.
“¿Diga?” La cara de Papi se iluminó. “Hombre, Sergio, que tal, cuanto tiempo”
“¿Es el tío Sergio? ¿Es el tío Sergio? Quiero hablar con él”
“Sí, sí, todo bien, Chiquitín muy bien, aquí haciendo travesuras como siempre. ¿Tú que tal?”
“Quiero hablar con él, quiero hablar con él”
“Niño, estate quieto. Sergio, espera un momento”
Otro tirón de orejas y un nuevo par de azotes lograron que Chiquitín se separara unos cuantos metros de Papi, dejándole hablar tranquilamente con su hermano.
“¿Todo bien entonces? Oye, hace mucho que no os veo a ti y a Chiquitín”
“Tienes razón. Tenemos que vernos un día. ¿Por qué no vienes por aquí mañana?”
“Estaría bien, pero tengo otra idea. Papá me llamó y me dijo que necesitabas un canguro para esta noche”
“Aah, sí, jeje. Bueno, estoy invitado a una cena con compañeros del trabajo y tal” Miró con cierto aire de culpa a Chiquitín, que aunque a varios metros de distancia no perdía ripio de la conversación. “Aun no se lo había comentado al niño porque no sé si ir, no tengo con quien dejarlo. Papá también tiene una cena hoy, los abuelos ahora también hacen su vida, ya sabes”
Chiquitín, exaltado, abrió la boca dispuesto a proponer miles de ideas, pero la expresión seria de su papá le calló rapidamente. A Papi no le gustaba que le interrumpieran cuando hablaba por teléfono.
“Dejarlo solo ni de broma, este es un traste y se quedará hasta las tantas jugando a la consola, o en internet. Ya sabes como soy, me gusta que esté bañadito a las nueve y media y en la cama a las diez. Y, a ser posible, bien escarmentado para que no haga de las suyas. Y un canguro de los buenos, que imponga mano dura, cuesta un ojo de la cara”
“Pues aquí tienes al tío Sergio para ayudarte”
“Mmmm, pero ......, tú tendrás tus planes para hoy. Un sábado por la noche ......”
“Hombre, algo que hacer siempre hay. Pero en serio que prefiero cuidar de mi sobrino”
“Ya, mmm ...... Te lo agradezco mucho, pero no sé. No te lo tomes a mal, pero es que eres muy blando con el chico. Ya sabes que yo tengo mi idea de cómo hay que educarle y ....”
“Nooo, tú dame una oportunidad. Esta noche no me va a tomar el pelo como otras veces, jeje. De verdad, es importante para mi. Ya te explicaré por qué. Tú vete a tu cena y no te preocupes por nada”
“No sé, no estoy seguro. En serio que te lo agradezco ....”
“Nada, nada. ¿Te parece bien si voy por allí a las ocho?”
Papi instruía a su hermano pequeño sobre como mantener a raya a Chiquitín.
“No esperes a que desobedezca cuatro veces seguidas ni a que te ponga de los nervios. Hay que castigarle ya al principio, cuando está tanteando el terreno. Tú le mandas hacer cualquier cosa, y él tiene que obedecer. Ya, rápido, sin poner ningún pero, sin que se lo tengas que repetir. La primera cosa que le tengas que repetir, tiene que ir acompañada de un tirón de orejas; o de un azote. Y si aún así no obedece, entonces hay que darle ya una azotaina en condiciones. Y no de cualquier manera; en el culo desnudo; y pegando fuerte. Cuando empiece a lloriquear y a protestar, pégale un par de azotes bien bien fuertes y verás como se calla. Y no dudes en utilizar el cepillo. Mira”
Papi cogió el cepillo y se lo entregó a su hermano, que lo tomó, lo observó y lo palpó con curiosidad.
“Unos cuantos azotes bien dados con el cepillo, y lo tendrás como una malva para toda la noche. Tampoco te pases, claro; pero no creo que le hagas daño de verdad, está muy acostumbrado. Tiene que quedarle todo el culito de un rojo intenso, muy intenso. Y en los muslos también tienes que pegarle; duele más y es todavía más efectivo. Después, eso sí, muchos mimos. Chiquitín es un chico muy bueno y muy dulce, y no lo digo porque sea mi hijo”
Papi sonreía ahora con ternura, y tío Sergio también.
“Hay que darle muchos besitos y muchas caricias, y él las devuelve con creces. Y hace todo lo que tú le dices. Pero hay que tener cuidado con eso; precisamente, como es tan dulce y tan cariñoso, como te descuides acaba tomándote el pelo y haciendo lo que le da la gana. Y él sabe que es verdad, así que en el fondo agradece que lo castigues; los canguros a los que aprecia más, son los más severos con él, los que más le pegan. De hecho el favorito es su abuelo; y ya sabes como es papá, que palizas daba. Y a su nieto le pega igual de fuerte que a nosotros de jóvenes. Y Chiquitín le quiere un montón, está encantado con él. Primero una buena zurra, luego muchos besos y mimos, y él se queda encantado y duerme feliz toda la noche”
Papi notó en su hermano menor una actitud muy distinta a la de otras veces. Las otras ocasiones en las que se había quedado a cargo de Chiquitín, adoptaba una expresión de suficiencia y hasta de cierto escepticismo ante los consejos de su hermano mayor. Sin embargo, ahora observaba a Papi con mucha atención cuando hablaba.
Sergio, hasta el momento, había sido un desastre como canguro. No sabía imponer disciplina, y Chiquitín se aprovechaba del carácter afable y dulce de su tío para recibir de él muchos mimos y escabullirse de los castigos que merecía. Papi recordaba una ocasión en la que había llegado a casa pasada la una de la mañana, y Chiquitín todavía estaba en pie. Bueno, estaba echado sobre las rodillas de Sergio, de hecho, recibiendo una azotaina por negarse a ponerse el pijama e irse a la cama a pesar de lo tardísimo que era. Todo el salón era un desastre, el suelo estaba sucio y lleno de migas porque Sergio había dejado a su sobrino cenar mientras veía la tele; la ropa de vestir de Chiquitín estaba esparcida por el suelo, así como el pijama. El muchacho estaba desnudo sobre el regazo de su tío recibiendo al fin la azotaina que debería haberse llevado muchas horas antes. Pero ni siquiera en ese momento Sergio supo ser firme. Se dejó conmover por los falsos llantos de Chiquitín e interrumpió el castigo cuando el color de las nalgas del muchacho era todavía un rosa más bien pálido. Papi no había dicho nada para que su hermano no se sintiera humillado, pero cuando éste se marchó, Chiquitín recibió de su papá unos merecidos azotes en condiciones, dados con la zapatilla de suela más dura y rugosa que tenía Papi. A continuación, desnudo, lloroso, y con las nalgas ahora sí muy rojas y calientes, el joven había tenido que limpiar todo el estropicio.
Sin embargo el interés que ahora mostraba su hermano menor por la disciplina tal vez significara que algo había cambiado y que Sergio quería aprender de sus errores en el pasado. De todas formas, nada se perdía con probar. Papi disfrutaría de su cena y, si Chiquitín hacía de las suyas, sería debidamente castigado a su vuelta.
“Oye, ¿y qué me tenías que contar? ¿Por qué era importante que te quedaras hoy con Chiquitín?”
“Ah, jeje. Pues sí que hay una razón, pero es un poco pronto para hablar de ello. Espero decírtelo dentro de unos días”
“Con que guardando secretos con tu hermano mayor, ¿eh? Eso está muy mal, hermanito” Papi sonreía con ironía, y Sergio le devolvía otra sonrisa medio enigmática, medio avergonzada.
En ese momento apareció Chiquitín, que hasta entonces había permanecido en su habitación ajeno a la visita; el pequeño se echó a los brazos de su tío y lo llenó de besos.
“Ja, ja. ¿Qué tal Chiquitín? Estás muy guapo, como siempre”
“Tú también estás muy guapo, tío Sergio”, contestó el muchacho tirando ligeramente de la corbata de su tío.
“Muchas gracias. Me he puesto elegante para venir a cuidar de mi sobrinito”
Papi intervino.
“Bueno, pues os tengo que dejar ya. Un beso, Chiquitín. Muuuuua. Ya sabes, a portarse bien” “Y si no se porta bien, ya sabes lo que tienes que hacer”, añadió guiñándole el ojo a su hermano.
Al quedarse solos, tío Sergio cogió a Chiquitín de la mano y se lo llevó hacia el sofá. Allí sentó al muchacho sobre sus rodillas y empezó a disfrutar de sus besos y carantoñas.
“Mmmm, muy bien, Chiquitín. Veo que sabes recibir a tu tío tan bien como siempre. Así, que niño tan bueno. A ver, abre los labios un poquito. Así, muy bien”
Tío Sergio introdujo la lengua en la boca de Chiquitín mientras lo estrechaba contra su pecho y le acariciaba las piernas.
“Papi sigue afeitándote las piernas, que suaves están. Y sigue haciéndote llevar pantalones muy cortos que te marcan bien el culito. Así me gusta. Como te cuida tu papá para que estés guapo; y para que sea fácil meterte mano”
Los besos y mimos continuaron durante unos minutos. Asomando la mano por dentro del pantaloncito de Chiquitín, tío Sergio le acarició suavemente las nalgas y luego el sexo, que, como era habitual en el chico, estaba tan duro como el de su tío. Mientras, el sobrino le besaba y le lamía el cuello y por detrás de las orejas, sus puntos débiles. Tío Sergio estaba en la gloria, pero no era el momento para seguir adelante; ya habría tiempo para jugar por la noche, cuando Chiquitín estuviera bañado y metido en cama. Así pues, separó al pequeño un poco para hablarle.
“Bueno, Chiquitín, tenemos trabajo que hacer. Dentro de un rato hay que darte de cenar, bañarte, ponerte el pijama y mandarte a la camita. ¿Vas a ser un niño bueno y colaborar con tu tío?”
Chiquitín puso cierta cara de fastidio.
“Aún es muy temprano, tío Sergio. ¿Puedo jugar un rato con la consola?”
“Papi quiere que estés en cama a las diez. Así que para eso hay que cenar a las nueve. Tienes media hora para jugar a la consola; ni un minuto más”
“A las nueve es muy temprano, tío Sergio. La última vez me dejaste jugar hasta mucho más tarde”
“Si Papi ha dicho que cenas a las nueve, cenarás a las nueve”
“Pero .....”
“Chiquitín, no discutas”
“La última vez .......”
El tirón de orejas pilló a Chiquitín totalmente por sorpresa.
“Te he dicho que NO me discutas, jovencito. Has perdido ya un minuto discutiendo, te quedan veintinueve para jugar. Si a las nueve en punto no estás en la cocina cenando, te llevaré yo mismo hasta allí con el culito rojo como un tomate. ¿Está claro?”
El muchacho, atónito, no contestaba. Su tío tuvo que retorcerle más la oreja para que reaccionase.
“Aaaay. Sí tío Sergio, a las nueve en la cocina. Que sí, pero suéltame la oreja, por favor. Aaaay”
Chiquitín se llevó la mano a la oreja ardiente. ¿Qué le había pasado a tío Sergio? Antes no era así.
Tío Sergio levantó al joven de su regazo.
“Venga, a jugar. Y ya sabes, a las nueve ¿en donde?”
“Ya séeee”
Una fuerte y dolorosa palmada en el muslo desnudo informó a Chiquitín de que su tío esperaba otro tipo de respuesta.
“En .... en la cocina, tío Sergio, para la cena”
“Eso está mejor”
Chiquitín entró como una tromba en la cocina.
“¿Hay pizza, tío Sergio?”
Sin mediar palabra, tío Sergio cogió al joven de la oreja y lo arrastró hacia sí. Antes de que Chiquitín tuviera tiempo de reaccionar, se vio inclinado sobre la pierna de su tío, que había colocado el pie sobre una de las sillas de la cocina. Además, tío Sergio tiró hacia arriba de su pantalón para ceñirlo todavía más sobre el trasero del chico y dejar todo el muslo, e incluso la parte inferior de las nalgas, al aire.
“¿A qué hora había que estar aquí, jovencito?”
“Pues ..... ahora, tío Sergio”
“Ahora no” respondió tío Sergio descargando un manotazo sobre el trasero de su sobrino. ZAS. “Hace diez minutos” ZAS. “Uno”, ZAS, “dos”, ZAS, “tres”, ZAS, “cuatro”, ZAS, “cinco”, ZAS, “seis”, ZAS, “siete”, ZAS, “ocho”, ZAS, “nueve”, ZAS, “diez”, ZAS.
A continuación, la mano de tío Sergio dejó momentáneamente de castigar las nalgas de Chiquitín, protegidas por el pantaloncito, y comenzó a atacar con fuerza la parte superior de los muslos desnudos.
“Si yo te digo”, ZAS, “que estés a una hora”, ZAS, “digo a esa hora”, ZAS, “no diez minutos después”, ZAS. “¿Estamos?” ZAS.
“Uuuuuy, síííí, tío Sergio” “Noooo, en los muslitos no, aaaaaay” “Perdóóóón ....”
Tío Sergio levantó al muchacho, acalorado y avergonzado. Chiquitín se llevó las manos a sus doloridos muslos y a las no menos escocidas nalgas. La expresión de su tío había cambiado por completo y volvía a ser el hombre encantador que su sobrino recordaba de las otras veces. Le acariciaba el pelo y le miraba con dulzura. Chiquitín sonrió a pesar de los azotes que acababa de recibir.
“Muy bien, Chiquitín. Ahora siéntate a la mesa”
“Sí, tío Sergio”
El muchacho se sentó rápidamente. Tío Sergio sonrió al ver lo obediente que era tras la azotaina.
“¿Hay pizza, tío Sergio?”
“No, Chiquitín. Tu papi me dijo que últimamente estás comiendo muchas pizzas y porquerías. Hoy cenaremos verduras”
“¿VERDURAS? Que rollo, yo quiero pizza”
La mirada de tío Sergio cambió en un segundo: ahora indicaba que el jovencito estaba pisando un terreno peligroso.
“Chiquitín, no me gustan los niños caprichosos. La cena está muy rica y vas a comértela toda”
El pequeño abrió la boca para protestar de nuevo, pero la expresión glacial de su tío mientras le llenaba el plato le sugirió que era mejor mantenerla cerrada.
“Hala, come y calla. Y no hagas muecas de niño malcriado. Está muy rico”
“Pero yo no .....”
“¿Pero qué Chiquitín? ¿Quieres que te dé una zurra de verdad? Lo de antes no fueron más que unos cachetes”
“No, tío Sergio”
Chiquitín bajó la cabeza y empezó a comer, aunque de mala gana. Tío Sergio sonrió y empezó a comer él también.
Tío Sergio acabó rápido su plato y se sirvió más. Sin embargo, Chiquitín había apartado el suyo antes de acabarlo.
“Chiquitín, tienes que acabarte eso”
“No me gusta, tío Sergio. ¿No hay postre?”
“Para los niños que no se lo comen todo, no”
“Pero .... lo comí casi todo. No quiero más. Y hay que acabar el pastel que hizo Papi a mediodía”
“Si quieres pastel, tienes que acabarte eso. Si no, te irás a la cama sin postre”
“Tío Sergio ...... tú antes no eras así. Quiero postre, por favor”
“Chiquitín, estás empezando a ponerte muy pesado. No te lo aviso más. Acábate eso si quieres postre”
“Pues no me da la gana de acabarlo”
Chiquitín, muy enfadado, dejó los cubiertos sobre la mesa de forma brusca, haciendo ruido.
Sólo tardó en arrepentirse de esa muestra de mala educación unos segundos, el tiempo que le llevó a tío Sergio levantarse, ir hacia él, y cogerlo de la oreja.
“Nooo, tío Sergio, perdón. Uuuuy, de la oreja no”
Tío Sergio le hizo levantarse arrastrándolo por la oreja. A continuación, giró una silla para poder sentarse en ella, y empezó a desabrochar el pantalón de su sobrino.
“Tío Sergio, no, perdón, me lo comeré todo”
“Te voy a enseñar yo a ser maleducado”
Guiado por las manos de tío Sergio, el pantalón de Chiquitín bajó hasta las rodillas. A continuación, el hombre, haciendo caso omiso de las protestas del jovencito, lo colocó sobre su regazo. Las protestas de Chiquitín aumentaron cuando su tío empezó a bajarle también los calzoncillos.
Las nalgas desnudas del muchacho aparecieron apetitosamente carnosas ante los ojos de su tío, dispuesto a hacerlas enrojecer, y a disfrutar mucho con ello. El culo de Chiquitín era todavía más precioso de lo que lo recordaba. Con una gran erección, tío Sergio bajó los pantaloncitos y la ropa interior hasta sacarlos de los pies del muchacho. Desnudo de cintura para abajo, ya solo faltaba tirar hacia arriba del jersey y la camisa para que la retaguardia de Chiquitín quedase totalmente lista para una larga y dolorosa sesión de castigo. Tío Sergio lo hizo, se colocó cómodo en la silla, y levantó la mano dispuesto a comenzar.
“Por favor, tío Sergio, no me pegues, no, por favoooor”
La mano de tío Sergio cayó por fin golpeando el trasero desnudo de Chiquitín.
PLAS. “Has estado” PLAS “portándote como un niño mimado” PLAS “y consentido” PLAS “durante toda la noche” PLAS “y no me gustan” PLAS “los niños mimados” PLAS “ni consentidos”, PLAS “me gustan los niños” PLAS “obedientes” PLAS “que hacen lo que se les dice” PLAS “y que no les dan rabietas” PLAS “ni son maleducados” PLAS; “esos modales en la mesa” PLAS “no te los voy a consentir,” PLAS “jovencito” PLAS. “A los niños” PLAS “desobedientes” PLAS “hay que pegarles en el culo” PLAS “bien fuerte” PLAS
Los azotes se prolongaron durante un buen rato, animados por la regañina de tío Sergio y, como no, por los lloriqueos y lamentos de Chiquitín. Pero esta vez su tío no hizo caso de las quejas del travieso sobrino y siguió calentando su bonito culete como el muchacho se merecía. Las nalgas habían cogido ya un bonito tono rosado que se iba volviendo más intenso a cada azote. Pero para llegar al rojo púrpura que tío Sergio quería conseguir para que Chiquitín se portase bien el resto de la noche, su mano, que empezaba ya a dolerle un poco, no sería suficiente.
Así pues, tío Sergio, interrumpió momentáneamente el justo castigo que estaba aplicando. Mientras acariciaba con una mano el caliente culito de su sobrino, con otra tomó una gran cuchara de madera que le sería muy útil durante la segunda parte de la azotaina.
“Perdón, tío Sergio, seré bueno, te lo ..... AAAAAy” “Nooo, con el cucharón nooooo, uuuuy”
Los azotes con la cuchara tomaron al pequeño por sorpresa. La dura madera de la concavidad del instrumento impactaba con fuerza sobre áreas muy pequeñas de las nalgas de Chiquitín, de ahí la intensidad del golpe y los quejidos de dolor del muchacho. Sus lamentos conmovían a tío Sergio, pero también le excitaban, así que el hombre castigó con severidad las zonas más delicadas de las nalgas de su sobrino, así como los muslos. Los lamentos y sollozos se redoblaron.
“Aaaaaay, nooooo, por favor, en el muslo no, aaaaaay ........”
Tío Sergio se aplicó durante los minutos siguientes en el castigo, y no estuvo satisfecho hasta que el culito de Chiquitín quedó de un tono rojo muy intenso y muy uniforme, desde el comienzo de las nalgas hasta la mitad de los muslos. Al finalizar los azotes, mantuvo al muchacho sobre sus rodillas un buen rato, masajeándole suavemente las nalgas ardientes. Chiquitín jadeaba e intentaba recuperarse de la azotaina y de la gran quemazón que sentía en su trasero.
Al cabo de un rato, el chico fue invitado dulcemente por su tío a levantarse de su regazo. Tío Sergio se levantó también y abrazó largamente a Chiquitín acariciándole el pelo.
“Bueno, bueno, ahora seguro que te vas a portar muy bien, ¿verdad que sí? Así me gusta, que seas obediente. Por haber sido tan travieso te vas a quedar sin postre; ahora vamos a ir a bañarte. Espero que no des ningún problema y no tener que calentarte otra vez”
Cogió a Chiquitín de la mano, y el joven le siguió hacia el cuarto de baño sin atreverse a decir ni pío. Una vez allí, el sobrino tampoco opuso ninguna resistencia a que le quitaran el resto de la ropa y lo metieran en la ducha. Chiquitín miró a su tío con cara de duda; la idea de que lo bañara alguien distinto de Papi no le gustaba nada; iba a decir algo pero pensó, con acierto, que era mejor callarse y no hacer ningún tipo de protesta.
Tío Sergio abrió el agua caliente; Chiquitín lanzó un pequeño grito cuando su tío lo hizo girar y el chorro impactó sobre su culete dolorido. Una fuerte palmada le convenció de que debía seguir callado.
A continuación el tío se ocupó de su sobrino con esmero, prescindiendo de la esponja y enjabonando con sus propias manos cada centímetro del cuerpo de Chiquitín. Al cabo de un rato el jovencito abandonó su expresión seria y abatida y rió bajo las cosquillas que le hacía su tío. Se portó además muy bien y no protestó durante la limpieza del culete, que todavía seguía muy rojo y sensible. Tras la limpieza exterior, tío Sergio inclinó bien al muchacho para proceder a la limpieza del interior del ojete; sonrió satisfecho al ver que Chiquitín separaba voluntariamente las piernas y no protestaba mientras le introducía el dedo enjabonado.
No obstante, el tío quiso averiguar si su sobrino había aprendido realmente a obedecerle. Para ello, tomó el pesado cepillo de castigo de Papi, de cerdas duras, con la intención de someter a Chiquitín a un segundo enjabonado más severo. En ese momento quedó patente que el jovencito aún no había aprendido a ser realmente obediente y sumiso como un buen niño.
“Aaaaay, tío Sergio, nooooo, ese es el cepillo de castigo, ese no, que dueleeee ......”
Chiquitín no paraba de moverse impidiendo que su tío lo cepillara. Estaba claro que todavía era necesaria una última lección. Tío Sergio dio media vuelta a su sobrino, lo hizo inclinarse de nuevo, y le ordenó otra vez separar las piernas, ahora con la intención de darle una nueva azotaina.
La dura madera del cepillo de castigo causó un gran impacto sobre el trasero todavía colorado de Chiquitín. El muchacho gritaba, sollozaba e intentaba moverse, pero no pudo evitar el castigo que necesitaba para ser, por fin, un niño realmente obediente el resto de la noche.
“No te muevas o será peor, jovencito ..... el culete bien en pompa .... vas a aprender a obedecer ...... los niños buenos no protestan ..... mira lo que les pasa a los niños protestones ......”
Unos cuantos impactos del cepillo después, el color de la parte inferior de las nalgas y la zona superior de los muslos había pasado a un rojo oscuro, y los sollozos de Chiquitín se habían convertido en un llanto sostenido. Muy satisfecho y con una gran erección, tío Sergio contempló el bello espectáculo del culito desnudo de su sobrino puesto en pompa, intensamente rojo y con los genitales y el ojete bien a la vista. Sintió una gran ternura por el muchacho, y sin decir palabra le permitió incorporarse, lo sacó de la bañera, lo envolvió en la toalla, y lo secó con gran suavidad, sobre todo al rozar las nalgas y los muslos.
Poco a poco, Chiquitín fue dejando de llorar, a pesar del gran escozor en su trasero. Había comprendido que debía obedecer a su tío igual que a su papá. Y lo comprendió todavía mejor al ver la recompensa de ser bueno: tío Sergio lo llevó a la habitación, lo abrazó, y empezó a llenarlo de besos y caricias. Chiquitín se apretó con fuerza contra su tío, y los dos rieron contentos mientras se tumbaban en la cama para continuar con los mimos.
Chiquitín se había convertido en el chico más obediente y cariñoso del mundo, y seguiría siéndolo mientras tuviera el culete caliente, pensó su tío. Tío Sergio premió ese buen comportamiento, con caricias en la pilila de Chiquitín, que había desarrollado una gran erección. El muchacho se dejó hacer, y luego correspondió a su vez a su tío con caricias con la mano y la boca hasta que cada uno tuvo su orgasmo.
Antes de dormir, tío Sergio aplicó una buena dosis de crema sobre las nalgas de Chiquitín, al ver lo rojas y calientes que todavía estaban. No había duda de que el pequeño no daría ningún problema a lo largo de la noche. La operación canguro había sido todo un éxito.
Cuando volvió Papi, le sorprendió encontrarse la casa en orden y en silencio cuando no era tarde, sobre todo después de lo que había ocurrido las otras veces que Chiquitín se había quedado solo con Sergio. Papi saludó a su hermano menor y a continuación subió a la habitación. Chiquitín dormía tranquilo en cama. Papi apartó un poco las sábanas, observó el cuerpo desnudo de su hijo, y encontró la explicación a tanta calma en el color rojo intenso que tenían sus nalgas. Sonrió complacido; Sergio había hecho un buen trabajo.
Papi felicitó a su hermano antes de que éste se fuera a su casa, y no pudo evitar preguntarle la causa de ese cambio de parecer tan positivo respecto de la educación de los jóvenes.
Tío Sergio, contento por la eficacia de sus métodos educativos, se animó a contarle a Papi su pequeño secreto.
“Es que me he decidido a adoptar a un chico jovencito como hiciste tú con Chiquitín. Ahora estoy decidido a hacerlo, porque veo que puedo ser un buen papá, enseñarle disciplina, y hacer que me obedezca y que se comporte como un niño bueno”
Sorprendido, Papi abrazó a su hermano y lo felicitó.
“Estoy convencido de que serás un muy buen papá”
“Me he pasado los últimos meses ejercitándome, he sido profesor particular y monitor de boy scouts en mi tiempo libre. Siempre con chicos cuyos papás apoyaban la disciplina tradicional”
“Por eso has aprendido a zurrar tan bien un culito”
“La verdad es que he practicado mucho”, respondió tío Sergio sonriendo.
Papi y tío Sergio estuvieron hablando hasta muy tarde; cuando Papi subió a la habitación y se acostó al lado de Chiquitín, intentó no despertar al pequeño, pero fue inútil.
“Papi ......”
“¿Sí, Chiquitín?”
“¿La próxima vez que no estés podré quedarme también con tío Sergio?”
Papi sonrió, abrazó al muchacho y lo apretó contra sí, acariciándole el culete. Todavía estaba calentito.