miércoles, 11 de septiembre de 2024

LA NUEVA TIENDA 2

 Como solía ocurrir después de una gran azotaina, esa noche Chiquitín se abrazó con fuerza a Papi antes de dormirse, mientras éste le acariciaba el culito todavía caliente. A la mañana temprano, Papi sintió ruidos y notó que Chiquitín se había levantado; pero era sábado y no tenía que madrugar, así que se volvió a quedar dormido sin problema. Más tarde, cuando por fin se despertó, Chiquitín estaba a su lado. El pequeño dormía siempre desnudo cuando se quedaba en la cama de Papi, así que su progenitor estiró la mano y acarició las nalgas del pequeño, que ronroneó y acabó despertándose.

"Buenos días, Papi".

Papi notaba algo raro. Chiquitín se había levantado y se había dejado bañar sin ninguna queja; eso era algo muy extraño: incluso el día después de una zurra intensa con el cepillo como la de la tarde anterior, el muchacho siempre se comportaba mal durante el baño; Papi ya daba por irremediable una nueva azotaina que, sorprendentemente, no tuvo lugar porque Chiquitín se comportó de forma irreprochable, incluso mientras Papi le lavaba la colita y el culo, todavía ligeramente dolorido. Papi sabía bien que los niños como Chiquitín sólo tenían un comportamiento tan bueno cuando saben que han hecho algo malo.

Después de desayunar, Papi se dio cuenta de lo que había pasado cuando recordó que tras la azotaina no había guardado el cepillo en el armario de los castigos. Fue a buscarlo y no se lo encontró en el sofá donde lo había dejado. Al ver a Chiquitín, supo que el pequeño ya sabía que Papi sabía. Sin más explicaciones, lo cogió de la oreja.

"AAAAyyyyy"

"¿Dónde está el cepillo?"

"Aayyyy. No lo sé, papi. AAAAAAAyyyy"

"No mientas o te dejo sin orejas. ¿Dónde lo has puesto?"

"Que te digo que no lo sé".

Que mal mentía. Papi abrió el armario de los castigos y sacó de él una regla de 40 cm y una pala de ping-pong, ambas de madera y ambas muy dolorosas cuando se aplican al culito de un niño malo.

"Papi, que te digo que no sé. AAAAAyyyy"

Papi volvió a sentarse en el sofá igual que la tarde anterior. Cogió con aire muy serio la pala y empezó a darse golpes de prueba en una mano. Chiquitín, desayunado y vestido con su jersey y su pantaloncito corto, le miraba a punto de echarse a llorar, con evidente cara de culpabilidad.

"Chiquitín, será mejor que me digas lo antes posible donde está el cepillo. Si no, tendré que someterte a un interrogatorio; será más largo y más doloroso que el castigo".

"Noooo, Papi"

"Entonces dime dónde has escondido el cepillo"

Chiquitín no se atrevía a responder. Miraba la regla con cara de duda y de dolor anticipado.

"CHIQUITIN, ¿DNDE HAS ESCONDIDO EL CEPILLO?"

La cara del muchacho se contrajo en un mohín. Dudó, empezó a balbucear algo pero al final no dijo nada.

Que no se atreviera a confesar su travesura enfadó mucho a Papi. Cogió al muchacho, lo colocó sobre sus rodillas, y empezó a darle azotes con la mano sobre el pantaloncito. Chiquitín empezó inmediatamente a protestar y gimotear.

Estaba claro que su niñito merecía una zurra mucho mayor que unos cuantos azotes con la mano sobre la ropa. Así que Papi buscó el botón de los pantalones de Chiquitín para bajárselos. El muchacho, consciente de lo justo y merecido del castigo que iba a recibir, sólo se atrevió a gemir débilmente mientras Papi le bajaba los cortísimos pantalones. Los slips corrieron a continuación la misma suerte. Papi los bajó hasta medio muslo descubriendo completamente las nalgas de Chiquitín, todavía levemente coloradas de la azotaina del día anterior.

Asiendo fuertemente el costado del joven con su mano izquierda, Papi cogió la regla con la derecha y comenzó a golpear su culito con fuerza. Marcas rojas empezaron a cruzar por arriba y por debajo ambas nalgas; el resultado fue el que Papi esperaba.

"AAAAAYYYYY, Papi, por favor"

"Fui yo, fui yoooooo"

Papi dio todavía dos azotes fuertes con la pesada regla de madera antes de detenerse. Puso la regla a un lado con intención de seguir usándola a continuación. Levantó al dolorido muchacho y lo sentó sobre sus rodillas. Lo miró con cara severa; Chiquitín no fue capaz de aguantarle la mirada.

"Haber tardado tanto en confesarlo te va a costar muchos azotes extra. ¿Dónde has escondido el cepillo?"

"No lo escondí, Papi"

"Chiquitiiiiiin, ¿cómo que no lo escondiste?"

"No lo escondí, lo tiré" – respondió Chiquitín en una voz apenas audible.

La cara de Papi se crispó.

"¿CMO QUE LO TIRASTE? ¿DNDE LO TIRASTE?"

"A la basura, Papi. Lo siento. Me dolía mucho el culito y ...."

Papi estaba estupefacto. Chiquitín había tirado a la basura un cepillo muy caro. Y muy difícil de conseguir; apenas se fabricaban ya cepillos grandes de madera adecuados para zurrar. ¿Dónde iba a encontrar una herramienta tan buena para la disciplina del pequeño? ¡¡Y lo había tirado a la basura!!

Chiquitín temblaba al ver lo excitado que se estaba poniendo Papi. El momento que el pequeño temía no tardó mucho en llegar; en menos de lo que se tarda en decirlo, volvía a estar en la posición anterior sobre las rodillas de Papi. Su desnudo y ofrecido culete no tardó en volver a sentir toda la fuerza de la pesada regla de madera.

"AAAAAyyy"

"UUUUUyy, perdón Papi"

"AAAAAAAh"

Los azotes caían de forma rápida y frenética. Papi estaba fuera de sí y pegaba con todas sus fuerzas, no en el estilo metódico en el que solía darle a Chiquitín sus azotes. La sucesión de golpes rápidos y fuertes llevó no sólo a los previsibles gritos de dolor del joven: inesperadamente, la regla se partió en el culete de forma estrepitosa; Papi se quedó con un pequeño trozo en la mano mientras el resto salía disparado.

Vaya día; después del cepillo, Papi volvía a perder otro valioso instrumento de castigo. Sin embargo el incidente sirvió para tranquilizarle; decidió tomárselo con filosofía. Mientras, Chiquitín, con el culito tenso, dolorido y muy colorado, no se atrevía a abrir la boca.

Sin alterarse, Papi tomó la pala de ping-pong y reanudó el merecido castigo del pequeño a un ritmo normal. Los azotes y los correspondientes lamentos de Chiquitín se prolongaron durante mucho, mucho rato.

Chiquitín lloriqueaba desde la esquina de la habitación, donde Papi lo tenía castigado de cara a la pared desde hacía media hora. Su culito, que el muchacho no se atrevía a acariciarse por temor a una nueva paliza, seguía de un intenso rojo escarlata. Los pantalones y los calzoncillos estaban en el suelo, más o menos en el mismo lugar donde habían permanecido durante la tarde anterior. Papi contemplaba al muchacho con tranquilidad, la preocupación por la pérdida de dos valiosos instrumentos para azotar había dado paso a una esperanza. Recordó que en la oficina su jefe le había comentado que habían abierto una nueva tienda cerca de su barrio, una tienda de instrumentos de disciplina para jovencitos.

"Ya era hora de que en esta ciudad los padres amantes de la educación tradicional empezáramos a tener puntos de encuentro. Conozco al dueño de la tienda y le ayudé a poner el negocio. Debe usted ir a verla; ya verá que poco tarda en volver a visitarla. Allí encontrará todo lo que necesita para educar a Chiquitín. A un precio razonable; además la tienda cuenta con un área de castigo para los jóvenes, de manera que si el muchacho no se comporta se puede llevar sus azotes allí mismo".

Papi llevaría a Chiquitín a dar un paseo esa misma tarde. E irían de compras.

RUTH, RECIBE UNA AZOTAINA DEL DIRECTOR

—¡Levántate! —Cuando ella se levanta, cruzo la habitación. Mi paso es lento y digno. Me siento en el sofá haciendo que los muelles crujan ru...