Chiquitin se había dormido dulcemente en brazos de su papá, acunado por el sonido de los azotes en la habitación contigua. Al recobrar la conciencia a la mañana siguiente, tuvo la sensación de que la noche aún no había pasado, porque volvían a escucharse los ruidos característicos de una azotaina en la habitación de al lado. Papi también estaba despierto, ya que Chiquitín notaba su mano acariciándole el culito desnudo, aunque con mucha suavidad para no despertarlo. El joven se desperezó; no había duda, su primo Misha estaba recibiendo otra vez una buena zurra; a los chasquidos de la palma de la mano castigando la carne desnuda, se añadían los quejidos y sollozos del muchacho.
Chiquitin decidió dar a conocer que ya estaba despierto; se giró y miró cara a cara a Papi, que tenía los ojos abiertos. Papi sonrió, lo rodeó con sus brazos y le dio un largo beso en los labios.
“Buenos días, Chiqui, ¿has dormido bien?”
“Hola, Papi. Muy bien, la cama que nos pone tío Sergio es muy cómoda”
Papi no dijo nada más. Se entretuvo en estrechar fuerte a su niño desnudo y acariciarlo, mientras escuchaba la larga azotaina que tenía lugar en el otro cuarto. Esa zurra y las que habían tenido lugar el día anterior le trajeron muchos recuerdos de cuando él era un papá novato, como lo era ahora Sergio. Empezó a recordar los primeros días de cuando le trajeron a Chiquitín a casa, recién adoptado. Habían sido complicados, lo cierto es que su sobrino Misha parecía más dócil, o tal vez Sergio al ser tío tuviera más experiencia con jovencitos que la que tenía él cuando se convirtió en papá. El caso es que doblegar a Chiquitín había llevado su tiempo; para el chico era un cambio grande pasar de considerarse un hombrecito, como se consideran los niños con 17 años, a volver a ser tratado y controlado como un pequeñín: disciplina, castigos, y muchos, muchos azotes ...
Hubo muchas batallas que Papi fue ganando poco a poco: el comer a su hora, acostarse temprano, obedecer a Papi, vestir con ropa de niño y pantaloncitos cortos, dejarse bañar, dejarse afeitar todo el cuerpo, complacer a Papi en la cama, besar y dejarse besar, acariciar y dejarse acariciar, sonreir, ser dulce ..... ninguno de esos puntos se consiguió antes de muchas palizas largas y concienzudas. El primer mes en casa de Papi, Chiquitín lo pasó desnudo de cintura para abajo, sin usar pantalones ni calzoncillos, en parte porque era una humillación muy buena para someterlo y enseñarle a ser dócil, sobre todo cuando tenía que estar desnudo delante de los amigos de Papi y dejarse acariciar y sobar por ellos; por otra, era lo más práctico ante el enorme número de veces que Papi tenía que ponerlo sobre sus rodillas y azotarlo.
Fueron días duros, pero también muy bonitos, que a Papi le gustaba recordar ahora. Al cabo de un par de meses, Chiquitín se había convertido en el niño sumiso y dulce que tenía entre sus brazos. Pero ese comportamiento por lo general bueno (a pesar de un sinfín de travesuras que recibían su rápido castigo) le había hecho a Papi abandonar viejas costumbres, como la de atar a su hijo, como estaba haciendo ahora Sergio con Misha. Le vinieron a la mente los largos castigos de Chiquitín atado a la mesa del salón totalmente desnudo, con las piernas abiertas y el culito y los genitales afeitados totalmente expuestos. Que delicia amordazar a Chiquitin, azotar con parsimonia las nalgas ofrecidas e indefensas, escuchar los quejidos amortiguados por la mordaza, contemplar el tono cada vez más rojo que iba adquiriendo el culete del niño .... Sí, había que volver a las viejas costumbres y atar a Chiquitín más a menudo.
“¿En qué piensas, Papi?”
Papi volvió a la realidad; los recuerdos le habían producido una gigantesca erección. Condujo la mano de Chiquitín para que resolviera esa contingencia; mientras se abandonaba a los placeres de las caricias manuales y orales de su hijo, se dio cuenta de que los azotes habían terminado por fin en la habitación de al lado. Se preguntaba cual habría sido la causa del castigo.
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La excitación de compartir la cama por primera vez con su niño recién adoptado impidió a Tío Sergio dormir a pierna suelta, como era su costumbre. A primera hora de la mañana comprobó que las cuerdas que ataban a Misha a la cama no estuvieran tensas; efectivamente, el muchacho no tenía más que pequeñas marcas en la piel a consecuencia de las ataduras. El movimiento de su papá adoptivo despertó a Misha, que sí había dormido como un bendito después del agitado día que había pasado la noche antes. Cuantos cambios en la vida del joven: un nuevo país, un nuevo idioma que aún no entendía, una nueva familia, un nuevo papá .... y una nueva disciplina muy estricta, en la que Tío Sergio pensaba seguirle introduciendo a conciencia.
Misha abrió los ojos encontrándose cara a cara con su nuevo papá. Lo miró con una timidez que se disipó un poco ante la amplia sonrisa de Tío Sergio, que lo atrajo hacia sí y lo abrazó. Tío Sergio se permitió disfrutar de su nene durante un buen rato de besitos, mimos y caricias. Al principio Misha, muy tímido, se dejaba simplemente besar y acariciar, pero cuando su papá le aflojó las cuerdas y dejó de estar atado, tomó más parte activa. Y fue ahí cuando Tío Sergio se encontró con que su hijo no era tan inhibido como hacía ver. Echando de menos las placenteras caricias que había recibido la noche anterior, Misha dirigió la mano de su papá a su colita, que estaba ya algo crecida, indicando que le apetecía repetir.
Grave error, porque Tío Sergio no aprobaba ni mucho menos una actitud tan descarada en un jovencito. Una de las reglas principales en su relación íntima con su hijo sería que papá llevaría siempre la iniciativa, y que Misha, que con 18 años no era más que un niño, no tenía derecho a jugar con su colita, ni a decidir cuando tenía su papá que jugar con ella. Papá jugaría y le daría placer, pero sólo cuando lo creyera conveniente. Sorprendido ante esta actitud tan osada, a Tío Sergio le llevó pocos segundos decidir que Misha debía ser castigado para que aprendiera rápido las reglas del juego.
Así pues, el recién estrenado papá se puso muy serio, se incorporó hasta sentarse en la cama, y colocó el cuerpo desnudito de un atónito Misha sobre sus rodillas en posición de castigo. El muchacho pasó de forma casi instantánea de la expectativa de un gran placer a la de una buena azotaina; cuando sintió el impacto de la mano justiciera de Tío Sergio sobre su culito se dio cuenta de lo atrevido e inadecuado de su comportamiento. Si hubiera sabido hablar la lengua de su papá, le habría pedido perdón por su descaro y, aún entendiendo la necesidad de los azotes, habría solicitado clemencia. No sabemos cuanto caso le habría hecho Tío Sergio, pero la realidad era que los sollozos en un idioma incomprensible de Misha no aplacaron en absoluto la ira del hermano pequeño de Papi. Sólo el rojo y el calor en el culete de su hijo lo calmaron y convencieron para dar por finalizados los azotes, muchos minutos después.
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Papi tiró de las sábanas destapando a Chiquitín, que todavía remoloneaba a pesar de que se le había permitido quedarse un rato retozando en cama. En ese tiempo, Papi se había duchado, vestido y puesto muy guapo y elegante, corbata incluida, para impresionar a su nuevo sobrinito y darle una imagen seria. Chiquitín en cambio seguía desnudito: su redondo y apetitoso culete apareció ante los ojos de Papi, y también ante su mano, que le propinó un buen par de azotes para levantarlo de la cama.
“¡Arriba, no seas vago!”
“Papi, ¿qué prisa hay?”, respondió el chiquillo con cara de fastidio.
“Pues estamos ocupados, jovencito. Tu tío y tu primo nos estarán esperando para desayunar; y ahora ponte en posición de inspección”
“Jooo, ¿para qué?”
“¡No contestes! ¿Quieres un bofetón o qué? En posición te he dicho”
De mala gana, Chiquitín se colocó a cuatro patas sobre la cama y separó bien las piernas.
“A ver ... inclínate más, con el culete bien en pompa”
Chiquitín bajó la cabeza y subió más el culito, de forma que el ojete y los genitales quedaran perfectamente a la vista para una completa inspección ocular. Papi observó y palpó las zonas más íntimas de su niño en busca de pelos. Un fino vello empezaba ya a hacerse notar.
“Después del desayuno os daremos un buen afeitado”
“¿Afeitarnos, Papiiii?”
“No me mires con esa cara de tonto. Pues claro que hay que afeitaros; ¿no has visto que el primito tiene mucho vello? Y tú empiezas a tener por aquí” Papi recorrió el periné del joven; “Y por aquí”, añadió introduciendo el brazo entre las piernas de Chiquitín para palpar los testículos y la zona púbica.
“Nooo, Papi, tengo muy poquito” A Chiquitín le hacía muy poca gracia tener que afeitarse; aparte de que escocía, el afeitado incluía casi siempre una buena azotaina primero, para que no hiciera travesuras y se estuviera tranquilo y quieto mientras le pasaban la cuchilla.
“¿Pero quién te ha pedido a ti opinión? Tú a obedecer y punto; y ahora vamos a desayunar” Papi dio por zanjada la discusión con una palmada en el culito en pompa.
“Papiiiii ...”
“Creo que traje la cuchilla de afeitar ... debe estar por aquí” Papi abrió la maleta que había traído de casa, pero no la encontró. “Ah, creo que lo guardé ahí en el cajón. Cógelo, ¿quieres, Chiqui? Tiene que estar ahí el kit de afeitado: la espuma, la cuchilla, la loción para después, y el cepillo de madera para la zurra antes”
“Nooo, Papi, el cepillo noooo ....”
“Claro que sí, primero una azotaina para que te estés quieto, que si no luego te mueves y te hago pupa con la cuchilla. Abre el cajón, Chiqui”
“Papi, no, el cepillo no”
“Chiqui, abre el cajón”
“No”
“Chiquitín, que te la cargas. Abre el cajón”
“No quiero”¨
Papi se dirigió raudo hacia el joven antes de darle tiempo a escapar. Con que poniéndose tonto mientras tío Sergio y el primito esperaban, y además en un día en que tenía que darle ejemplo al nuevo niño de la familia. Pues se iba a enterar: lo agarró con fuerza, y se sentó en la cama mientras colocaba su cuerpo desnudo sobre sus rodillas.
“Ya te la has ganado. Ahora sí que nadie te libra de una paliza”
“Papiiii, noooo ...”
Pero Papi ya lo tenía bien agarrado con la mano izquierda. En cuanto a la mano derecha, empezó a levantarse a gran altura para luego caer pesadamente sobre el culete desnudo y carnoso de Chiquitín.
PLAS. “Aaaaayyy ...”
“El tito Sergio” PLAS “nos está esperando” PLAS. “El primito Misha” PLAS “también nos espera” PLAS “y mientras tanto” PLAS “el señorito” PLAS “quejándose y discutiendo con Papi” PLAS. “No se discute con Papi” PLAS. “A Papi se le obedece”. PLAS PLAS “SE LE OBEDECE” PLAS PLAS “A LA PRIMERA” PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS ....
Diez minutos más tarde, Chiquitín tenía ya el culito de un rojo bastante aceptable. Papi acariciaba las nalgas calientes mientras el muchacho lloriqueaba en voz baja, mostrándose de nuevo sumiso. No obstante, no vendrían mal unos cuantos azotes más. Y todavía mejor si se los daba delante de Misha, para que el recién llegado a la familia viera la mucha importancia que los mayores le daban a la disciplina de los jóvenes en esa casa. Dicho y hecho, Papi levantó a Chiquitín de sus rodillas con cuidado pero con autoridad, lo tomó de la oreja y lo llevó desnudo y con el culito colorado hacia la cocina.
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La irrupción de Papi elegantemente vestido seguido de un avergonzado Chiquitín desnudito y de la oreja dejó estupefacto a Misha, que desayunaba vestido solo con un calzoncillito; no extrañó tanto a tío Sergio, ya acostumbrado a ver escenas similares entre su hermano y su sobrino. Tras saludar, Papi colocó una silla en medio de la cocina para disponer de sitio en el que poner a Chiquitín sobre sus rodillas. Tío Sergio y Misha sabían ya que el pequeño había cobrado por el ruido que se oía desde la habitación, pero aunque no supieran nada, el rojo del culete hablaba por sí solo.
Divertido por la humillación extra que suponía para Chiquitín el que hubiera testigos de su castigo, Papi recomenzó la zurra con energía y expresión sonriente. El joven, por su parte, se limitó a sollozar, a avergonzarse imaginando las miradas de tío Sergio y el primito Misha clavadas en su trasero desnudo y rojo, y también, dentro de lo malo, a alegrarse de que Papi no se hubiera traído el cepillo que estaba en el cajón.
Un rato después, la paz volvía a reinar en la cocina; Papi consolaba con besitos y abrazaba fuerte a Chiquitín, que, sentado sobre las rodillas paternas, volvía a mostrarse mimoso y encantador. La mano que había zurrado el culete del joven ahora acariciaba con ternura las nalgas rojas y muy calientes. Tras achucharlo un poco, Papi lo levantó y le mandó que saludara como es debido a su tito.
“Buenos días, tío Sergio”
“Buenos días bonito, dame un beso grande” Tío Sergio abrazó también el bonito cuerpo desnudo de su sobrino y le palpó el trasero. “Que caliente te han puesto el culete, Chiquitín. ¿Qué trastada has hecho?”
“Desobedecer a Papi” El pequeño bajó la cabeza avergonzado.
“Eso está muy mal, y Papi ha hecho bien en castigarte”
“Ya lo sé”
“Venga, ahora a desayunar. Pon un cojín en la silla, que te hará falta.
¿Quieres galletas con la leche?”
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Tras la zurra recibida, a Chiquitín ni se le pasó por la cabeza protestar cuando, tras un rico desayuno, tito Sergio lo tomó a él de una mano y a Misha de la otra, y se los llevó hacia el salón, donde Papi esperaba con todo preparado para el afeitado: un cubo de agua, espuma, las cuchillas, toallas .... y un buen par de paletas para zurrar y unas cuerdas que le hicieron tragar saliva.
“Tito, ¿nos vais a atar?”
“Sí, Chiquitín, para que os esteis muy quietos. Piensa que para Misha es su primer afeitado, y si no está atado le haremos pupa”
“Pero yo no me voy a mover”
“Ya sé que no, pero tienes que dar ejemplo y dejarte atar como un niño bueno, para que Misha no se asuste y vea lo que tiene que hacer. ¿Te vas a portar bien?”
“Sí, tío Sergio” Chiquitín no estaba muy convencido, pero sabía lo que le pasaría si seguía poniendo peros y aún le escocía el culito, así que agachó la cabeza y se dejó hacer.
Tío Sergio lo inclinó sobre la mesa y le ató las manos y los pies. Papi sonrió al ver a su niñito bien sujeto, con las piernas bien abiertas: entre las nalgas muy rojas asomaban, adornados de un débil vello que pronto desaparecería, el ojete, el periné y los testículos de Chiquitín, totalmente expuestos y a su alcance, como lo había deseado esa mañana.
Por su parte, Misha, al ver a su primo atado, se temía que fuera a ser testigo, o peor aún, testigo y víctima, de una nueva paliza con las palas que había sobre la mesa. Su temor fue en aumento al ver que Tío Sergio, una vez colocado Chiquitín en posición, se dirigía ahora hacía él y le bajaba el calzoncillo.
El pequeño intentó resistirse, y Papi ayudó a Tío Sergio a regañarle y a colocarle sobre la mesa al lado de Chiquitín. Una vez bien atado, tío Sergio le explicó que había que castigarle por no ser dócil. Aunque Misha no podía entender las palabras, seguramente sí captó el mensaje, porque dejó por un momento de forcejear y refunfuñar, esperando tal vez evitar la azotaina.
No obstante, tío Sergio sabía que, si no recibía una buena zurra, el muchacho no se estaría quieto y callado durante mucho rato, y lo que era más importante, no aprendería a estarlo para las próximas veces que hubiera que afeitarlo. Así que observó y acarició con deseo el hermoso culito de su hijo, expuesto y abierto como el de Chiquitín, antes de proceder con los azotes. El primer manotazo, seguido de un no menos sonoro Ay, hizo retumbar la mesa.
Tras una serie de azotes con la mano de calentamiento, tío Sergio tomó la pala de madera cuando el trasero de Misha empezaba a pasar del rosa a un rojo más intenso. Los quejidos del joven se triplicaron al sentir el impacto de la madera en las nalgas; aunque supieran que el muchacho, aún no acostumbrado a las azotainas como Chiquitín, lo estaba pasando mal, tío Sergio y Papi sabían que era importante para su educación castigarlo fuerte la primera vez que se le afeitaba. Además, el placer de zurrar aquel culito y dominar a ese jovenzuelo tan guapo eran mayores que el remordimiento que pudieran sentir. Con una gran erección, tío Sergio continuó haciendo buen uso de la pala, mientras Papi llenaba de espuma la entrepierna y el culito de Chiquitín.
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Tío Sergio disfrutaba del momento; tras casi una hora de trabajo, no quedaba ni rastro de vello sobre el cuerpo de Misha. Ahora por fin su niño, sin pelitos, estaba totalmente desnudo para él. Tras los azotes, el jovencito había estado de lo más dulce y sumiso y se había dejado afeitar primero por atrás, el culito, los genitales y las piernas, luego la parte delantera de los muslos, y finalmente el torso y los brazos. Más que satisfecho del resultado, su papá acariciaba el cuerpo suave y húmedo de la ducha que le había quitado los pelitos y los restos de espuma. Desde que tío Sergio había empezado a acariciarlo después de la azotaina, Misha había desarrollado una gran erección que no había perdido intensidad durante todo aquel rato, ni antes, ni durante ni después del baño. Su papá contribuía a excitarle frotando su colita con sacudidas a veces fuertes a veces suaves, acariciando sus testículos, su periné y su ojete. El muchacho se entregaba a las caricias con una devoción que a su papá le complacía, pero también le asustaba un poco. Misha parecía ser muy vicioso de los placeres del cuerpo; tío Sergio estaba más que dispuesto a tener mucho cuidado en castigarle ante cualquier intento de dejarse dominar por estos impulsos; el pequeño debía aprender a disfrutar entregándose a su papá o al hombre maduro que estuviera a su cargo, y no a su propia voluptuosidad. Pero tampoco se podía exigir tanto en un solo día; Misha, en menos de 24 horas, consentía en dejarse bañar, vestir, desnudar, azotar y acariciar, protagonizando pocos intentos de fuga, lo cual ya era mucho.
Así pues, tío Sergio iba a consentir que el jovencito prolongara su placer hasta el final. Lo sentó en sus rodillas y, mientras le besaba con ardor hundiéndole la lengua en la boca, lo masturbó intensamente hasta producirlo un violento orgasmo. El resultado de tanto éxtasis ensució de nuevo al niño y supuso más trabajo para su papá, que lo mandó otra vez a la bañera. Una vez sequito de nuevo, lo llevó otra vez al salón con Chiquitín y Papi, lo tumbó sobre sus rodillas y le dio una pequeña azotaina para castigarle por su naturaleza viciosa. El muchacho, que aún tenía el culito escocido de la pala, protestó, pero los quejidos se convirtieron en gemidos de casi placer cuando tío Sergio fue transformando paulatinamente los azotes en relajantes palmadas.
Papi y Chiquitín, por su parte, contemplaban interesados el espectáculo. En el caso del pequeño, interesado y envidioso. Aunque Papi también le acariciaba la colita, no se le veía intención de suministrarle el placer que se le había concedido a su primo. Y Chiquitín sabía que no debía pedirlo, si no quería una nueva zurra que interrumpiera la recuperación de su culete, que también había probado la pala, aunque menos por venir ya caliente antes del afeitado.
Los papás sacaron a los niños de sus rodillas y les dieron permiso para jugar un rato; más tarde llegaría la hora de la lección de español de Misha. Papi descansaba mientras tío Sergio vestía a los chicos. Los dos irían iguales, con camisa blanca, corbata, jersey de cuello redondo y un pantaloncito muy corto y muy estrecho, dejando al descubierto las piernas largas y anchas, pero carentes de vello.
“Tío Sergio, ¿castigarás a Misha con la vara si no se sabe la lección?”, inquirió Chiquitín mientras le metían la camisa por debajo del pantaloncito y se lo abrochaban.
“Pues depende de lo travieso que sea y de si colabora para aprender o no. Solo si es muy, muy malo”
“¿Y si no?”
“Si no le pegaré con la mano cuando se equivoque. Salvo que se equivoque mucho, y entonces cogeré la regla”
Misha, aunque no entendía nada, comprendía que hablaban de él y les miraba atento, tal vez temiéndose lo que estaban diciendo.
“¿Puedo ver como le tomas la lección a Misha, tío Sergio?”
“¿Quieres?”
“Claro, sobre todo si le vas a pegar con la regla”
“No te preocupes, que también estarás allí, jovencito” intervino Papi de improviso. “Os daremos clases a los dos”
“¡A mi no, Papi! ¡Estamos en fin de semana!”
“Pues es un buen momento para tomarte la lección a ver que tal vas. Ya te queda poco para los exámenes”
“Estooo, no he traído los apuntes, Papi”
“No te preocupes, me he acordado yo de traerlos. Espero que te los sepas bien; si no, le daremos buen uso a la vara que la agencia de adopciones le ha regalado a Tío Sergio”
“Pe ... pero ... la vara de Tío Sergio es para Misha”
“No importa, Chiquitín. Se la presto encantado a tu Papi; si a ti te gusta ver como castigo a Misha, seguro que a él también le hace gracia ver como te azotan con la vara”
Tío Sergio sonreía divertido, y más al ver como le cambiaba la cara a su sobrino. No quedaba ya mucho para el examen de ingreso como aprendiz en la empresa de Papi, así que éste le tomaba la lección a Chiquitín al menos dos días a la semana. El traviesillo era bueno en matemáticas y contabilidad, pero el organigrama de la empresa le aburría y no era capaz de aprendérselo. Bueno, sí se lo estaba aprendiendo, pero a base de vara. Y ahora tendría una lección extra esa misma mañana ....
“Venga, ahora id a jugar por ahí. Y dentro de un par de horas aquí como un clavo para empezar las clases”
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Chiquitín no se había relajado demasiado en el rato libre; se había puesto a estudiar como un loco las últimas lecciones para librarse de la vara, mientras Misha miraba la tele con curiosidad y sin entender por qué su primo no quería jugar.
“Si supieras la zurra que te espera, tú tampoco estarías pensando en jugar” le dijo. Como era evidente que su primo no entendía las palabras, Chiquitín movió la mano como hacen los papis cuando amenazan con calentar a los niños, y a continuación se tocó el culete y puso cara de dolor, queriendo decir que si no estudiaba se llevaría una azotaina. Misha puso cara de circunstancias; ahora sí parecía haberlo entendido.
Finalmente llegó la hora, y Chiquitín cogió de la mano a Misha para no llegar tarde al salón. Papi y Tío Sergio sonrieron contentos de la puntualidad de los niños, muy guapos con su corbatita y su pantalón corto, pero pronto se pusieron serios otra vez. La mesa camilla haría las veces de pupitre, y dos sillas y una pequeña pizarra completaban el aula improvisada. Tío Sergio sacó un cuadernillo de caligrafía con las letras del alfabeto latino, mientras Papi repasaba los apuntes sobre el funcionamiento de la empresa, buscando qué preguntarle a Chiquitín.
Tío Sergio comenzó. Puso delante de Misha la primera página del cuadernillo y señaló con la regla.
“Esto es la A. Aaaaaa. Repite”
Por gestos indicó a Misha que repitiera el sonido.
“Aaaaa”
“Bien. Ahora escribe” le puso el lápiz en la mano. “Vamos, escribe”
Misha comprendió y dibujó algo razonablemente parecido a una a. Tío Sergio le sonrió y le acarició el pelo.
“Bien, ahora la E” Se la señaló en el dibujo. “Eeeee ...”
Chiquitín se rió. La clase era divertida por la obviedad. Por un momento tuvo miedo de que Papi le diera un tirón de orejas por faltar al respeto, pero todos sonreían, niños y mayores. Tío Sergio repitió el juego con todas las vocales, que Misha fue escribiendo una por una.
“Muy bien, y ahora dos a la vez. A-E”
Misha se confundió al escribirlas, ya se le habían olvidado. Dibujó una I en lugar de una E. El error le valió un tironcillo de orejas.
“No, Misha, eso es la I. Otra vez”
Ahora sí acertó.
“Bien, ahora I-O-U”
La I salió bien, pero hubo errores en la O y en la U, que le valieron sendos cachetes débiles. Ahora Misha ya no sonreía ni tío Sergio tampoco. El muchacho empezó a tomárselo más en serio, pero le costaba escribir en letras latinas y no en las de su alfabeto; todavía recibió una colleja y un tirón de orejas más antes de pasar a las consonantes.
La P fue la primera consonante que aprendió Misha, para poder escribir “papá”. Durante un rato fue un alumno aplicado y aprendió varias letras, pero luego comenzó a aburrirse, mirar el reloj de pared y hacer pucheros. Tío Sergio no iba a consentir que perdiera el interés.
Un cachete no tan flojo como los primeros animó a Misha a dejar de mirar el reloj y concentrarse más. Pero pronto volvió a las andadas, y se equivocó al escribir “casa”. Tío Sergio lo levantó con un buen tirón de orejas y le propinó un azote sobre la parte trasera del pantaloncito.
Misha hizo un puchero mientras se volvía a sentar y escribía, ahora sin errores. Llegada la hora de escribir su primera palabra de seis letras, “patata” le pareció demasiado esfuerzo y cogió el cuaderno y lo apartó. Tío Sergio le dio un cachete en la mano y le acercó el cuaderno de nuevo. Pero el jovencito lo volvió a apartar, y cuando tío Sergio iba a dárselo de nuevo, le tomó la mano para impedírselo, forcejeando.
El papá de Misha no iba a consentir tal insubordinación. Lo levantó tomándolo de las dos orejas, y lo inclinó sobre la mesa. Tomó la regla y le colocó el cuadernillo delante de los ojos.
“Lee las letras”
El niño comprendió que debía leer.
“Be”
“C, es una ce”
Con un sonoro PLAS, la regla impactó sobre el culito de Misha. “Uuuy, ce, ce”
Tío Sergio le indicó con un gesto que siguiera.
“Pe”
“Es una ese”
PLAS. PLAS.
“AAAy. Ese”
“¡Siguiente!”
“De”
PLAS. PLAS.
“Muy mal, tendremos que volver a empezar con las vocales. Ahora verás”
Tío Sergio le desabrochó el pantaloncito y se lo bajó hasta sacárselo por los pies. El calzoncillo corrió la misma suerte. Misha se quedó desnudo de cintura para abajo, con su bonito culete indefenso ante la regla.
Un buen rato después, un lloriqueante Misha, con el culo al rojo vivo por los reglazos, se sabía ya la mitad de las letras del alfabeto. Tío Sergio disfrutaba enormemente con la clase, y con los excelentes resultados de su método pedagógico. Puso al fin el cuaderno a un lado, abrazó tiernamente a su hijo, y lo llevó con cariño de cara a la pared, donde tuvo que exhibir su culete castigado. Cuando intentó girarse, tío Sergio lo volvió a poner en su sitio con un par de azotes extra. Misha comprendió perfectamente lo que le ocurriría si no estaba quieto.
Ahora era el turno de Chiquitín, que hasta ahora se lo había pasado en grande contemplando el castigo de su primito, y pensando que al final sólo le iban a tomar la lección a él. No obstante, Papi lo sacó de su error.
“Muy bien, Chiquitín, ahora me vas a hablar de las funciones de un gerente”
“Papi, pero ... ya es tarde, es hora de comer”
“UUUyy” Un buen tirón de orejas le quitó las ganas de replicar.
“Funciones del gerente, Chiquitín”
“Papi, eso ya era de la lección de la semana pasada”
“Por eso precisamente te lo tendrías que saber mejor que lo último. Los niños buenos se repasan todas las lecciones; los traviesos intentan adivinar que preguntas les van a hacer”
“Pero yo lo que me estudié fue lo de las nóminas y la elección del presidente”
“AAAAyyy” Nuevo tirón de orejas.
“Funciones del gerente, Chiquitín”
“Pues las funciones del gerente son ... esto ... la gerencia ....”
En menos de cinco minutos, Chiquitín estaba inclinado sobre la mesa, con los pantaloncitos y los calzoncillos esparcidos por el suelo. Desnudito de cintura para abajo, igual que su primo, tres preciosas líneas rojas horizontales aparecían dibujadas en su culete. Papi empuñaba la vara dispuesto a hacerle una cuarta marca.
“Hay que estudiar todos los días, Chiquitín, y repasarse las lecciones”
“Sí, Papi” ZAS “Uuuuy”
“Los niños que no estudian deben ser castigados”
ZAS “AAAyyy”. Ya eran cinco las marquitas que cruzaban ambas nalgas.
“Para los niños malos y traviesos, la vara en el culo”
ZAS. “Aaaaaah”
Seis marcas. El miembro de Papi estaba a punto de estallar dentro de sus pantalones. Cuando el médico de Chiquitín le regaló una vara aconsejándole que era la mejor medicina para los niños, Papi no sospechaba que fuera a convertirse en tan poco tiempo en su instrumento favorito. También Tío Sergio tomaba buena nota, soñando en usarla en su día con Misha. Todavía tendría que pasar tiempo, porque si el culete del niñito extranjero se había puesto tan rojo con una reglita de nada, es que aún le faltaba para poder aguantar una buena zurra como la que se estaba llevando su sobrino. Bien merecida, además.
“Chiquitín, ¿cuántos van?”
“Catorce, Papi” ZAS. “Aaaaau. Quince”
El culete de Chiquitín estaba precioso, cubierto de arriba a abajo de finas líneas rojas longitudinales. Papi decidió que por hoy llegaría; seguro que el niño estudiaría mucho más para el día siguiente.
“Y ahora, allí de cara a la pared con el primito”
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Papi veía ahora cumplido otro de sus sueños. Tener dos culitos desnudos a su disposición sobre sus piernas bien abiertas, con un niño inclinado sobre cada una de ellas. Pero no estaba castigándolos, sino aplicándoles cremita para aliviar el rojo de las nalgas. Con el culito más calmado, los jóvenes se quedaron más relajados y tiernos que nunca, y Papi les dio por turnos muchos besitos y caricias que ambos devolvieron con creces, mientras sentaban los culetes todavía calientes sobre sus rodillas. Ante las quejas de Chiquitín, los mayores accedieron a poner un poco más de cremita y a permitir que los niños comieran desnuditos de cintura para abajo, para que no les rozara el calzoncillo, y con un cojín en la silla. No vendría mal mimar esos culitos; Papi dirigió una mirada cómplice a Tío Sergio, que seguramente estaba pensando lo mismo que él: que todavía quedaba mucho día por delante y muchas ocasiones para calentarlos de nuevo.