miércoles, 11 de septiembre de 2024

FIN DE SEMANA CON EL JEFE DE PAPÁ 1

 Chiquitín se levantó de las rodillas de Papi con cuidado para no despertarle. Papi estaba cansado y se había quedado dormido en el sofá, en una siesta involuntaria después de comer. Sentir todavía un picorcillo en el culete de los azotes recibidos el día anterior hacía que Chiquitín se portara bien y no pensara en travesuras. Había sido un hijito muy dulce y obediente con Papi, que como premio lo había sentado en sus rodillas para hacerle mimitos hasta que se quedó amodorrado.

Superando la tentación de hacer el vago, Chiquitín fue a hacer la maleta y preparar las cosas para irse de fin de semana con el jefe de Papi. La idea de volver a ver a aquel señor tan atractivo y tan dominante producía en el muchacho una sensación ambigua, mezcla de deseo y de miedo, no muy distinta a la que le causaban los azotes en el culo de su papá. Además estaba la oportunidad de hacerse amigo de Danielito, el hijo del jefe, y de jugar con él. Claro que también tendría la molestia de que, para agradar al jefe, Papi lo vestiría con pantalones muy cortos, prácticamente sin pernera, y muy ceñidos; tan ceñidos que no podría llevar calzoncillos, por lo que la tela del pantalón le picaría en la cadera, y sobre todo en el culete.

Chiquitín dudaba si despertar a Papi o no. Papi no había dormido mucho la noche anterior porque ambos habían estado jugando y haciéndose caricias en la cama durante mucho rato. Despertar a Papi de su siesta podría ponerle de mal humor; no despertarle y que por culpa de eso el jefe pudiera llegar a recogerles en coche y encontrar a Papi durmiendo, podría también significar una azotaina para Chiquitín. Afortunadamente, Papi abrió los ojos en ese momento y se desperezó con una cariñosa sonrisa, sacando a su nene de una duda cada vez más tenebrosa.

"¿Qué hora es, Chiquitín? Hay que hacer la maleta"

"Ya la tengo preparada, Papi"

"¿De verdad? Que niño más bueno. A ver si está todo ....."

Papi se levantó e inspeccionó la maleta que había preparado Chiquitín.

"Mmmm, parece que está bien, no has puesto calzoncillos para ti, bien hecho, no los necesitas. Tampoco te hará falta pijama, dormirás desnudito" Sacó el pijama que había puesto el muchacho en la maleta, y se lo dio para que lo devolviera al armario. "Muy bien, has puesto un pantalón de los cortos y estrechos, pero tienes que ponerte ya otro de esos ahora"

"Sí papi, ya lo tengo listo" Tras guardar el pijama en el armario, Chiquitín volvió con un minipantalón.

"Muy bien, quítate el que llevas ahora y el calzoncillito. De paso ven aquí, te voy a hacer una inspección de culete"

Sin rechistar, Chiquitín se desnudó de cintura para abajo, fue al lado de Papi, que había vuelto a sentarse en el sofá, y se colocó boca abajo sobre sus rodillas, para que Papi pudiera observar y tocarle el culito desnudo con detenimiento.

"Tienes algunos puntos un poco rojos. Deben de ser de la pala"

El día anterior Chiquitín había recibido una buena zurra con pala y regla en la barbería, para que se estuviera quietecito mientras le afeitaban el vello púbico.

"¿Te molestan, quieres que les pongamos cremita?" Preguntó Papi mientras acariciaba el culito con suavidad.

"No, Papi, no hay problema"

"Has sido un niño muy bueno preparando la maleta. Así me gusta"

Chiquitín se sentía muy a gusto. Habría deseado que Papi le hiciera caricias en la colita como le había hecho la noche anterior, pero sabía que tenía que esperar a que su papá lo considerara conveniente, no podía pedirlo; caso de hacerlo, se llevaría una buena zurra, sobre todo teniendo en cuenta que estaba colocado sobre las rodillas de Papi, con el culito en una posición ideal para recibir caricias, pero también y sobre todo para recibir azotes. Papi notó la erección del muchacho y se imaginó lo que pasaba por la cabeza de su nene en ese momento, pero no le gustaba satisfacer esos deseos con tanta frecuencia, temía volverlo débil y vicioso en lugar de disciplinado.

Pensar en disciplina le recordó a Papi una cosa importante.

"Chiquitín, has olvidado poner en la maleta una cosa muy necesaria: tus instrumentos de castigo"

"Nooooo, Papi, me voy a portar muy bien, no harán falta"

Papi sonrió.

"¿Que vas a estar todo el fin de semana sin hacer ninguna travesura? Eso no se lo cree nadie. Seguro que voy a tener que darte muchos azotes; y sabes que cuando la travesura es gorda, la mano de Papi no es suficiente para castigarte. Voy a llevarme como mínimo un buen cepillo y una buena pala, aparte de la zapatilla y el cinturón"

"Papi, por favoooooor"

"A callar, Chiquitín" Papi acompañó las palabras de un azote sobre el culito desnudo que tenía sobre sus rodillas. "No repliques más si no quieres ir en el coche de Don Daniel con el culo caliente. Ponte los pantaloncitos y mete en la maleta el cepillo y la pala"

"Sí Papi" Chiquitín se levantó de las rodillas de su papá, se colocó el pantaloncito minúsculo y se dirigió al armarito de los instrumentos de castigo, de donde sacó con cara de circunstancias una pesada pala y un todavía más doloroso cepillo, ambos de una madera muy resistente. Papi sonrió con satisfacción al verse obedecido, y también al ver como el pantaloncito marcaba las bonitas nalgas de Chiquitín. Se acercó al pequeño y lo abrazó, acariciando con una mano el cabello del muchacho, y con la otra el culito tapado sólo por el fino pantalón.

"Este fin de semana tienes que demostrarle al jefe que eres un chico muy bueno y muy bien educado. Cuando él o yo te digamos cualquier cosa, debes obedecer a la primera. Al menor síntoma de rebeldía, serás castigado por cualquiera de los dos. Sabes que a los niños malos se les bajan los pantalones y se les pega en el culito, y que eso duele, así que pórtate bien. ¿Entendido?"

"¿Entonces el jefe también me puede pegar?"

"Si eres travieso, seguro que sí. No se anda con bromas"

"¿Y tú también le pegarás a Danielito?"

Una interesante perspectiva, en la que hasta entonces apenas había reparado, se abría ante los ojos de Papi.

"Pues claro que sí. Si se porta mal y su papá no está cerca, tendré que ser yo quien le dé una buena azotaina"

"¿En el culo desnudo?"

"Por supuesto. A los chicos hay que pegarles en el culito desnudo cuando son traviesos. Hasta que se ponga muy rojo"

"A mi no, Papi. Voy a ser muy bueno"

Papi bajó la cabeza para que Chiquitín pudiera darle un beso.

Cuando llegó el jefe con el coche, todo estaba preparado. Tras avisar a los chicos que se portaran bien, Papi y Don Daniel les permitieron sentarse juntos detrás. Danielito estaba taciturno al principio; Chiquitín sabía por experiencia que la forma de revolverse incómodo en el asiento que tenía su compañero de viaje se debía seguramente al picor en el culete producido por alguna azotaina reciente.

A medida que avanzaba el viaje, el escozor de su trasero, ceñido por un pantalón tan corto y tan apretado como el de Chiquitín, iba disminuyendo, y Danielito se volvía más alegre. Enseguida fue evidente que los dos muchachos hacían buenas migas.

Al llegar a la casa del jefe y tras dejar sus cosas en la habitación, Chiquitín le pidió permiso a Papi para ir a jugar con su nuevo amigo; Papi no puso objeción pero hacía falta también el consentimiento de Don Daniel. Así que, con Chiquitín cogido de la mano de Papi, ambos se dirigieron al salón, donde el jefe tomaba tranquilamente una copa mientras Danielito ojeaba una revista con aire aburrido.

La cara del jefe se iluminó al ver a Chiquitín. Separó las piernas y se dio una palmada en el muslo para indicarle al joven que se sentara sobre sus rodillas. Chiquitín así lo hizo; el jefe lo rodeó con un brazo mientras le acariciaba las piernas desnudas con la mano que le quedaba libre.

"¿Qué tal, Chiquitín? ¿Te gusta la habitación?"

"Sí, mucho" Contestó tímidamente el muchacho mientras el jefe le masajeaba el muslo.

"Todavía queda tiempo antes de la cena, seguramente a los niños les gustaría ver los alrededores" Propuso Papi.

"Buena idea, pero preferiría quedarme aquí a acabarme mi copa. Danielito, ¿por qué no le enseñas a Chiquitín el jardín mientras su papá y yo nos quedamos en casa?"

El muchacho aceptó encantado la idea.

"Claro papá"

"Pero a ver si vas a hacer alguna trastada de las tuyas. Solo el jardín, terminantemente prohibido salir al bosque. Y teneis que estar de vuelta en una hora para poner la mesa y ayudar con la cena"

"Sí, papá, volveremos enseguida" Respondió el pequeño levantándose y colocándose al lado de su padre.

"De acuerdo. En marcha entonces" El jefe levantó con cuidado a Chiquitín de sus rodillas y le indicó el camino con una palmada en el culete. Su hijo también se llevó otra palmada antes de dirigirse a la puerta que daba al jardín.

"Y ya sabeis, nada de salir de la propiedad" Recordó el jefe.

Una vez fuera, Danielito le echó una carrera a Chiquitín, y los dos jovencitos salieron corriendo entre risas hasta un extremo del gran jardín que rodeaba la casa, donde ya no estaban a la vista de sus padres.

Danielito comprobó que nadie podía verles y miró a Chiquitín con aire pícaro.

"¿Quieres que te enseñe mi escondite secreto?"

"Pues claro"

Danielito cogió a su amigo del brazo y lo guió a buen paso hasta llegar a la puerta trasera del jardín.

"Oye, no podemos salir del jardín. Si salimos nos castigarán"

Danielito volvió a dirigir su mirada pícara en dirección a Chiquitín.

"¿Tú te vas a chivar?"

Sin esperar respuesta, el muchacho abrió con cuidado la verja para que no chirriara y condujo a Chiquitín fuera, cerrando de nuevo la cancilla. Una vez fuera miró a Chiquitín con aire misterioso y echó a correr. Chiquitín le siguió por en medio del bosque.

En un descuido, Chiquitín se dio cuenta de que había perdido el rastro de su amigo y se encontraba en medio de los árboles sin saber en que dirección ir. No se oian ya las pisadas de Danielito. Ya no corría. ¿Le estaba gastando una broma? ¿Y si ahora él volvía a casa y les decía a los mayores que Chiquitín se había ido solo al bosque? Menuda azotaina que se iba a llevar; y chivarse de que salir al bosque había sido idea de Danielito no le iba a salvar del castigo. Chiquitín empezó a andar en todas las direcciones buscando algún rastro que le indicara el camino de vuelta a la casa. Estaba en un lugar muy tupido del bosque, y le costaba saber por donde había entrado.

De repente oyó un ruido cerca de un árbol. Se acercó hasta allí y estuvo atento a ver si el ruido se repetía.

Entonces notó que lo cogían por la espalda. Iba a gritar pero enseguida se dio cuenta de que era Danielito, el cual, con mucha habilidad, le había tomado por las manos y se las había atado con una cuerda, prácticamente antes de que Chiquitín pudiera reaccionar. Tiró de la cuerda tensándola. Chiquitín dio un pequeño grito mientras el otro muchacho ataba la cuerda a una rama del árbol, estirándola más.

Ahora Chiquitín se encontraba con los brazos hacia arriba, inmovilizados.

"¿Qué haces? Suéltame, imbécil"

"Yo de ti no insultaría. Estás en una posición bastante complicada" Respondió Danielito con una sonrisa más maliciosa que nunca.

Chiquitín todavía podía mover las piernas e intentó darle una patada. Esto provocó la risa del otro muchacho, que acercándose por atrás y agarrándolo por la cintura, le obligó a subir una pierna y poner el pie al alcance de otro trozo de cuerda. Cuando se dio cuenta, Chiquitín estaba estirado e inmovilizado, atado de pies y manos.

"Suéltame o empiezo a gritar"

Danielito impidió el alarido tapando la boca de Chiquitín con la suya e introduciendo la lengua en ella de forma brusca. Chiquitín intentó rechazarle pero no pudo. La lengua juguetona de Danielito le acariciaba todas las partes de la boca, mientras su mano se deslizaba hacia la entrepierna de Chiquitín. A su pesar, el muchacho atado empezó a desarrollar una gran erección.

Cuando la lengua de Danielito salió por fin de su boca, Chiquitín se quedó mirándolo sin saber como reaccionar, si sonreir o si pedir ayuda. Antes de que pudiera tomar una decisión, el otro muchacho limitó sus opciones colocando una mordaza alrededor de su boca.

"Mmmmmmm"

"Venga, no te esfuerces. Si lo vas a pasar muy bien. De hecho lo estás pasando bien ya"

Danielito desabrochó el botón del pantalón de un aterrorizado Chiquitín. Vio con evidente deleite la incipiente erección que Chiquitín volvía a tener, ahora ya no intuida bajo el pantalón sino a la vista. El muchacho observó con detenimiento y palpó tanto los genitales afeitados de Chiquitín como sus nalgas.

"Este es mi escondrijo. ¿Te gusta? Está perdido en el bosque y nadie puede verlo desde fuera. Traigo aquí a los niños malos que desobedecen a sus papás; a los niños que se merecen unos buenos azotes"

Rodeando con un brazo el torso de Chiquitín, Danielito empezó a descargar con su mano libre manotazos sobre las nalgas desnudas de Chiquitín, que emitía gritos ahogados por la mordaza. Con gran deleite en lo que hacía, el muchacho azotó el bonito trasero que se ofrecía ante él hasta que cogió un tono bien sonrosado.

Mientras acariciaba el escocido culo de su amigo, Danielito sintió cierta lástima al contemplar el rostro congestionado y los ojos llorosos de Chiquitín. Aunque el pequeño estaba más que acostumbrado al castigo corporal, nunca había sido azotado de manera tan repentina e inesperada. Para consolarlo, Danielito empezó a darle besitos tiernos en las partes de la cara no tapadas por la mordaza. Chiquitín al principio se resistía, pero pronto olvidó los azotes y se dejó llevar, sobre todo cuando Danielito empezó a manipular su colita con gran habilidad.

Solo unos pocos minutos de caricias hicieron falta para que Chiquitín tuviera uno de los mejores orgasmos de su vida. Tras eyacular, el muchacho notó el agarrotamiento en los músculos por estar atado. Danielito le quitó la mordaza y lo liberó; mientras lo cubría de besos, le dio un pequeño masaje en brazos y piernas para que recuperaran la movilidad.

Los dos muchachos se tumbaron en el suelo abrazados. Por fin Chiquitín tuvo fuerzas para subirse el pantaloncito y hablar.

"Eres un cabrón ¿sabes?" Dijo sonriendo.

"Solo me gusta jugar. Igual que a ti"

"Si Papi descubre que he eyaculado me zurrará"

"¿No te deja desahogarte?"

"Sólo si me lo hace él"

"Igual que mi papá entonces. Pero ¿por qué lo va a notar?"

"Se da cuenta enseguida. Cuando me toca en la colita y tarda en ponérseme dura es porque he estado jugando con ella. Entonces los azotes están garantizados. Y hablando de azotes, ¿tengo el culito rojo?"

Danielito se giró hacia él y le dio media vuelta con cierta brusquedad. Le bajó el pantaloncito y examinó su culete desnudo, que solo tenía las marcas de haber estado acostado sobre la hierba. Le dio unas palmadas sonoras pero cariñosas.

"No, está perfectamente. No te pegué fuerte; y veo que tu papá tampoco. Yo sí que me llevé hoy una zurra de las buenas"

Mientras se subía de nuevo el pantaloncito, Chiquitín recordó como Danielito se removía en su asiento del coche.

"¿Sí? ¿Todavía te escuece?"

"Ya solo noto el hormigueo. Pero me escocía mucho hasta hace un rato"

"A ver"

Ahora fue Chiquitín quien empujó al otro joven para que se diera la vuelta. El propio Danielito se bajó el pantalón y mostró sus nalgas desnudas a su amigo. Podían apreciarse en ellas varias marcas rosáceas finas en sentido longitudinal. Chiquitín siguió el curso de las marcas acariciándolas.

"¿Con qué te pegaron?"

"Con una vara. Fui travieso a la hora de hacer la maleta. Casi llegamos tarde por mi culpa, así que papá me castigó"

Chiquitín nunca había probado la vara. Papi le había amenazado muchas veces con comprar una, pero hasta ahora nunca había cumplido su promesa. Debía de ser muy dolorosa. El pequeño siguió acariciando el culito de su compañero, que ronroneaba por el placer de las caricias. Observando aquellas nalgas tan deliciosas, Chiquitín comprendió por primera vez a los papás. Si él fuera el papá de Danielito, también zurraría ese culete.

"¿Te pega mucho tu papá?"

"Casi todos los días cobro; si no es papá, es Ricardo, el mayordomo, que se encarga de vigilarme cuando él no está. Azotes, tirones de orejas, de rodillas, de cara a la pared, encerrado en casa ... siempre castigado. A veces pienso en escaparme de casa. ¿Tú no?"

Chiquitín se sorprendió ante la pregunta y pensó un poco.

"A veces pienso en escapar cuando sé que me espera una azotaina de las gordas. Pero ¿qué iba a hacer sin mi papi?"

"A veces los papás son malos"

"No, Papi no es malo. Solo estricto; es lo que dice él siempre, pero es que es verdad. Él siempre me dice lo que tengo que hacer; que es lo mejor para mi, lo que más me conviene. Pero no soy obediente y entonces me castiga"

Danielito refunfuñó. Lo cierto es que Chiquitín tenía toda la razón y decía cosas sensatas, pero le daba rabia oír la verdad, que se merecía todos los azotes que le daba su papá. Le hizo además sentirse culpable por haber desobedecido y haber salido fuera de los límites del jardín.

"Deberíamos volver a casa, ¿no te parece? Tenemos que ayudar a mi papá y al tuyo con la cena"

"Cierto, vamos"

Chiquitín dejó de acariciar el culito de su amigo y empezó a ponerse en pie cuando sonó un gran trueno. Una lluvia torrencial empezó a caer. Ellos estaban guarecidos bajo la espesa capa de ramas que tenían encima pero ¿cómo volver a casa sin mojarse? Llegar mojados probaría que habían estado fuera del jardín desobedeciendo las órdenes de sus papás.

Mientras, en casa Papi y el jefe llamaban a los chicos desde todas las ventanas que daban al jardín.

"Que raro, ¿cómo no vienen?"

"Está claro que no están en el jardín. Han desobedecido y se han ido al bosque. Danielito me ha engañado otra vez; nunca me puedo fiar de él. Menudo sinvergueenza"

Papi también estaba enfadado.

"Pues Chiquitín no se le queda atrás; tanta culpa tienen uno como el otro. Cuando lo pille le voy a calentar el culo a base de bien"

El jefe miró el reloj y su cara adquirió una expresión de todavía más enfado.

"Y además va a ser hora de preparar la cena, van a llegar tarde. Yo también le voy a poner el culo como un tomate a mi hijo; voy a buscar la pala"

La lluvia no cesaba. Guarecidos del agua bajo las ramas del árbol, Chiquitín y Danielito empezaban, no obstante, a sentir el frío. Su preocupación iba en aumento. Las alternativas que se les ofrecían era aparecer en casa empapados o llegar mucho más tarde de la hora prevista. Se miraron; ambos parecieron llegar a la misma conclusión y salieron corriendo bajo la lluvia. El agua les calaba, y tanto hacer el recorrido en línea recta como acelerar se hacía difícil por lo tupido del bosque. Chiquitín iba detrás de Danielito, que conocía mejor el camino. Sin embargo, la lluvia hizo dudar al guía, que se frenó un momento por miedo a haberse equivocado de dirección. La parada fue demasiado brusca para Chiquitín, que tropezó con su amigo. Los dos cayeron de forma aparatosa al suelo; la caída no fue muy dolorosa pero ambos muchachos quedaron prácticamente cubiertos de barro con una apariencia bastante lamentable. Los dos se echaron a reír, por no llorar más que otra cosa. Embadurnados y prácticamente sin nada que perder, porque el castigo era más inevitable que nunca, reemprendieron el camino a casa sin prisa, aunque también sin pausa.

Tanto Papi como el jefe tuvieron que reprimir la risa al ver desde la puerta a sus retoños con un aspecto tan desaliñado como cómico; pero el enfado por la desobediencia de los chicos les hizo recobrar rápidamente la compostura. El jefe tenía ya la pala en la mano, pero la apariencia de los chicos obligaba a posponer el castigo ante la necesidad de lavarlos y ponerlos limpios.

"Habrá que darles un buen baño antes de nada" Comentó Papi.

"Sí, pero entonces ¿a qué hora vamos a cenar?"

"Puedo encargarme yo de la cena si usted se ocupa de bañar a los niños"

La mirada del jefe se iluminó ante la idea. Papi acababa de marcarse un buen tanto; se iba a quitar el placer de castigar él mismo a Chiquitín como se merecía, pero el jefe le agradecería la amabilidad de encargarse de preparar una buena cena.

"Eres muy amable" – por primera vez se dirigía a Papi tuteándolo, una excelente señal- "soy un pésimo cocinero. En cambio creo que soy un buen guardián cuidando jovencitos"

Con bastante susto, Chiquitín y Danielito entraron finalmente en casa. Papi fue a su encuentro y agarró a cada uno por una oreja.

"AAAAAyyy"

"UUUuuyyy"

"Así que de excursión por el bosque. Y llegando tarde y hechos una sopa"

"Lo siento Papi. AAAyyy"

"Ahora sí que lo vais a sentir" Arrastrándolos por la oreja, Papi los condujo hasta en frente de Don Daniel, que dirigió una mirada penetrante hacia los muchachos, los cuales no pudieron menos de agachar la cabeza.

"Mirad como vais, da asco veros. Ya os estáis desnudando y marchando para la bañera. ¡Venga!"

Los dos chicos obedecieron sin rechistar. Los zapatos y los calcetines empapados de barro, la camisa, la camiseta, y finalmente los pantaloncitos formaron sendos montones en el suelo. Completamente desnudos, los muchachos seguían sin atreverse a mirar a Don Daniel.

De nuevo sintieron la fuerza de una mano estrujándoles la oreja, en esta ocasión guiándolos hacia el cuarto de baño. Considerando que la situación estaba bajo control, Papi se dirigió a la cocina. En su camino hacia el lavabo, Papi reparó en las tenues marcas de azotes que había sobre el delicioso culete de Danielito. Pronto habría nuevas marcas sobre esas nalgas; desde luego no le gustaría estar en el pellejo de aquellos granujillas.

Con aspereza y sin miramientos, el jefe metió a los dos jóvenes en la bañera. Se subió las mangas de la camisa con expresión amenazadora.

"Estais muy sucios. Habrá que frotaros bien"

Se dirigió a la pared enfrente de la bañera y tomó un gigantesco cepillo de cerdas muy gruesas. Danielito dio muestras de reconocerlo y lo miró con cara de horror.

"No, papá, el cepillo grande no. Por favor"

Chiquitín se inquietó casi tanto como Danielito al ver el imponente cepillo. En su caso se sumaba además el temor hacia lo desconocido.

"Más vale que te calles y no lo empeores todavía más. Dadle al agua. Bien caliente"

Danielito abrió el grifo del agua caliente con fuerza. El agua, casi hirviendo, les reconfortó del frío pasado a la intemperie durante unos pocos segundos, pero enseguida ambos muchachos intentaban escaparse del calor abrasador, sin mucho éxito, porque al ser dos en la bañera no tenían gran libertad de movimiento.

"UUUyyyy, quema"

"AAAAyyy, ya vale, ya vale"

Don Daniel dejó pasar un rato de gritos y saltitos de dolor de los muchachos antes de dar permiso para cerrar el grifo. Los chicos quedaron colorados, sensibles, y con los poros muy abiertos, un estado ideal para los severos planes del papá de Danielito.

Insensible ante las quejas de los jóvenes, el jefe cubrió las espesas cerdas del cepillo con abundante jabón, y a continuación las frotó contra otro cepillo más fino para hacer espuma. Con el instrumento espumeante en la mano derecha, tomó a su aterrorizado hijo con la izquierda y empezó a frotarle con fuerza el brazo y el pecho. Los gemidos sofocados de Danielito empezaron tan pronto notó el rugoso y áspero contacto de las cerdas sobre su carne casi escaldada.

"Uuuuuh, ooooh, ayyyyyy"

Con los dientes apretados, Don Daniel frotaba y frotaba con gran empeño. El barro del campo abandonó rápidamente la piel del muchacho, que empezó a adoptar un tono rojizo. Los brazos, el cuello y el pecho de Danielito sufrieron la acometida de las temibles púas del cepillo durante un rato que para el chico se hizo muy largo.

"Venga. Media vuelta"

Entumecido y con los ojos llorosos de escozor, Danielito obedeció, presentando ante su progenitor la espalda, que pronto empezó a notar el escozor de la operación de limpieza llevada a cabo por su papá. El muchacho empezó a gemir y a dar botes con mayor fuerza, lo que hizo que Don Daniel abandonara su actitud templada de concentración ante su labor.

"¡Estate quieto! Ya que te gusta tanto quejarte, te voy a dar motivos"

Asiendo con fuerza al muchacho por la espalda con la mano libre, le obligó a inclinarse hacia delante hasta casi doblarse. Danielito pegó las manos a la pared para mantener el equilibrio, mientras su indefenso y desnudo culete quedaba perfectamente expuesto ante su enfadado papá.

Don Daniel giró en su mano el cepillo, y las espesas y abrasivas cerdas fueron sustituidas por una gran superficie plana de madera dura y resistente; superficie que pronto impactó con fuerza sobre el trasero desnudo y mojado del muchacho. Al primer azote, que dejó una clara huella sobre la nalga izquierda, le sucedieron rápidamente un segundo, un tercero, un cuarto, y en resumen una tremenda azotaina que disparó las quejas y gemidos del muchacho, además de teñir en poco tiempo sus posaderas de un tono rojo muy intenso.

Tan repentinamente como la había comenzado, el jefe detuvo la tunda y dejó incorporarse a un sollozante Danielito. El muchacho, que tenía ahora el trasero más rojo que la espalda, no se atrevió a poner objeción al cepillo, que volvía a escocer sus omoplatos con sus gruesas cerdas.

No obstante, cuando Don Daniel dirigió el temible instrumento de limpieza hacia sus escocidas nalgas, el joven no pudo evitar dar un grito y un salto intentando escapar. Este desliz fue rápidamente corregido por su papá. Enseguida el chico se vio de nuevo inclinado y recibiendo una segunda tanda de azotes en el culito.

"Separa más las piernas"

El joven tuvo que obedecer y dejar que su papá le castigara bien la sensible zona inferior de las nalgas y la cara superior de los muslos. Lo cierto es que era difícil elegir entre el escozor de las púas y el de los azotes del mango; el cepillo de baño de doble uso, como instrumento de limpieza estricta y también de castigo, que Don Daniel había comprado en una tienda especializada en artículos de disciplina para chicos desobedientes, se había convertido en uno de sus instrumentos predilectos por su gran eficacia.

La segunda azotaina dio lugar a un Danielito lloroso que ya no se atrevía a quejarse del picor del cepillo; su papá pudo entonces entregarse con fervor al trabajo de acabar el cepillado. Naturalmente las zonas más delicadas de la piel del muchacho no podían frotarse de esa manera. Don Daniel soltó el cepillo y se enjabonó bien la mano para lavar con cuidado la colita y los genitales de su hijo. A continuación le dio de nuevo la vuelta y le hizo inclinarse de nuevo, esta vez para enjabonar bien el interior del culito del pequeño.

"Bien, uno listo. Pasemos al segundo"

Chiquitín, que había asistido horrorizado a toda la escena, estaba demasiado asustado para intentar escapar o reaccionar. Solo pudo gemir y protestar cuando empezó a sentir el contacto ardiente de las púas.

El agua, ahora agradablemente tibia, descubrió la piel sonrosada y escocida de los dos muchachos. Naturalmente, la zona más intensamente colorada era la de las nalgas y la parte posterior de los muslos, en donde era evidente la huella de los muchos azotes recibidos. Papi, que entró en el baño en ese momento, admiró el trabajo hecho por su jefe, y no tardó en identificar al enorme cepillo que descansaba sobre la repisa del lavabo como el causante del tono rojo intenso de los culetes de los niños. No pudo evitar enternecerse ante el llanto de Chiquitín; aunque había sido frotado y azotado con menos severidad que Danielito, su humillación era mayor, puesto que, a diferencia del caso de su amigo, no había sido su papá quien lo había bañado, quien le había reñido, quien le había dado una buena azotaina con un grande y doloroso cepillo de madera, quien le había lavado la colita, ni quien le había introducido un dedo enjabonado en el ojete.

Ver a su papi fue un importante alivio después de la dura experiencia. Papi lo envolvió en una toalla y lo guió hasta el salón, mientras el jefe hacía lo propio con su hijo. Una vez allí, cada papá secó con delicadeza a su niño y, una vez sequito, le quitó la toalla y lo sentó desnudo en sus rodillas para darle besos y mimitos. Cuando los chavales estaban ya tranquilos y no lloraban, Don Daniel recordó el vacío en su estómago y miró interrogativo a Papi.

"La cena ya está lista" Confirmó Papi.

"Estupendo. No vale la pena que los niños se vuelvan a vestir ¿verdad?"

"Claro que no, que se queden así hasta que se acuesten" Papi levantó a Chiquitín de sus rodillas y le observó el culete, que seguía muy rojo. "Aunque sé de dos que necesitarán un cojín en la silla", añadió sonriendo.

Como complemento a su castigo, Chiquitín y Danielito no tomaron postre y tuvieron que permanecer un buen rato de cara a la pared, sin permiso para acariciarse el culito y mitigar el escozor, en el salón, mientras sus papás tomaban una copa tranquilamente.

Al cabo de un rato, Don Daniel, previa consulta a Papi, les levantó el castigo. Los pequeños, mientras se frotaban con expresión dolorida las nalgas, pidieron permiso para jugar con la consola. Era difícil decirles que no ante la forma tan dulce y respetuosa en que lo pidieron, así que los papás accedieron.

Como aún les era incómodo estar sentados, jugaron de rodillas, inclinados sobre la mesa del centro del salón en la que estaban colocados los mandos. Los papás centraron cada vez más su atención en el hermoso espectáculo que tenían delante, dos culos rojitos colocados en pompa. Entre las nalgas colgaban los genitales depilados de los chicos, que se hacían claramente visibles cuando estos abrían las piernas buscando una posición más cómoda. También entonces el ano, igualmente afeitado (en el caso de Chiquitín, el día anterior), quedaba a la vista.

"Una posición ideal para una buena zurra", no pudo dejar de observar Papi.

Don Daniel sonrió. Miraba absorto las grupas de los chicos; llegado un momento, no pudo evitar ponerse cómodo y liberar el enorme bulto que había en sus pantalones. Cuando la verga apareció en total erección ante los ojos de Papi, mientras los muchachos estaban distraídos jugando, el jefe pareció recordar que Papi estaba en la sala y se mostró turbado.

"Oh, lo siento, he sido un grosero"

"No, lo cierto es que a mi también me apetecía hacerlo", sonrió Papi.

"Ya lo veo" El jefe dirigió la vista hacia el bulto en los pantalones de su empleado y ahora amigo. "Adelante, no tengas vergueenza"

"Muchas gracias"

Papi se sintió complacido ante la muestra de confianza de su jefe, y ante la comodidad de liberar por fin su miembro, tan erecto como el de Don Daniel.

"La cena estaba deliciosa. Te mereces una recompensa", dijo el jefe. "¡Dani!"

El muchacho, totalmente sumido en el juego con la consola, se sobresaltó un poco y miró hacia atrás, con su culito todavía expuesto en pompa ante los mayores. Al ver las colitas tan gordas que tenían su papá y el de Chiquitín, ya se imaginó cual era su obligación.

"Sí, papá"

"Ya ves que el papá de Chiquitín está un poco tenso. Sé un buen chico y alívialo"

"Sí, papá"

Estaba claro lo beneficiosas que eran las azotainas y lo bien que se portaban los chicos cuando tenían el culo caliente; Danielito se dirigió a cuatro patas hacia donde estaba sentado Papi sin rechistar ni protestar por haber interrumpido el juego con la consola. Al llegar frente a Papi, se puso de rodillas ante él y sumiso, sin mirarle a la cara, cogió su colita con la mano y empezó a acariciarla de forma muy dulce con la mano experta que antes había probado Chiquitín.

"Buf, muchas gracias, Don Daniel, es usted muy amable. Y Danielito también" Agradeció Papi, cuyo gozo era evidente.

Chiquitín veía la escena y se preguntaba si debía corresponder haciéndole caricias al jefe de Papi. A pesar de lo entretenido que estaba, su progenitor se encargó de sacarle de la duda.

"Chiquitín, mmmm, pregúntale a Don Daniel si quiere, mmmm, que le hagas mimitos"

La mirada de Don Daniel le respondió sobradamente. Chiquitín se dirigió hacia él, también a cuatro patas, mientras Papi descubría las habilidades orales de Danielito.

Papi y su jefe estaban quedándose amodorrados, cada uno con el hijo del otro sentado sobre sus rodillas. Don Daniel vio que Chiquitín quería decir algo y no se atrevía.

"¿Qué pasa Chiquitín?"

Papi se dio cuenta.

"Pobrecito, aun le escuece el culete por los azotes y quiere cremita. ¿A que sí?"

Chiquitín asintió un poco avergonzado.

"Seguramente a Danielito tampoco le vendrá mal" respondió el jefe mirando a su hijo. "¿Vas a buscarla, por favor?"

"Sí, papá" Danielito se levantó de las rodillas de Papi, que le dio una suave palmada en el culo mientras el chico desaparecía en búsqueda de la crema. Volvió al poco rato.

"Dásela al papá de Chiquitín" le ordenó Don Daniel.

Papi recibió la crema hidratante y se dio una palmada en el muslo para indicarle al muchacho que se tumbara sobre sus rodillas. Danielito así lo hizo y Papi extendió sobre sus nalgas aún bastante escocidas una cantidad generosa de crema. Tras varios minutos de suave masaje, el culito solamente estaba ya un poco sonrosado, y el chico se veía contento y tranquilo.

A continuación fue Chiquitín quien se colocó sobre las rodillas de Papi para recibir su cremita, mientras el jefe cogía a Danielito de la mano y se lo llevaba ya a la cama.

Papi se acostó también al poco rato, con Chiquitín muy relajado apretado contra su pecho. Mientras se dormía, acarició las nalgas desnudas de su hijo, recordando el tacto también suave de las de Danielito. Su último pensamiento antes de dormirse fue si al día siguiente tendría ocasión de darle alguna azotaina al hijo de su jefe.

RUTH, RECIBE UNA AZOTAINA DEL DIRECTOR

—¡Levántate! —Cuando ella se levanta, cruzo la habitación. Mi paso es lento y digno. Me siento en el sofá haciendo que los muelles crujan ru...