Casandra estaba más que feliz con el trabajo que su amiga Valeria llegaba a hacer a su casa, con eso solamente tenía que centrarse en darles un baño a René y a Eduardo como si realmente fueran bebitos, acción que sí disfrutaba; y en lo último del día, cambiarles el pañal sin importar que estuviesen hechos pipí o popó. Todo ese tiempo le daba la ventaja de poder dedicarse a su trabajo en el negocio de producir más de mil pañales al día para surtir la demanda mundial.
Diego igual hacía algunas cosas con el cuidado de sus dos hijos que usaban pañales en todo momento de su vida, como buen padre, se aseguraba que todo estuviera presente en casa.
Jimena seguía sin sentir atracción a ponerse pañales, ella únicamente se mantenía dispuesta para ayudar en el momento de los cambios a sus dos hermanos, pues le gustaba mucho sentir el cambio de aromas en el cuarto de cada uno, cuando el aire pasaba de oler a cosas de bebés y aromas sensibles a pipí mezclada con popó en las pompas de sus dos queridos hermanos. También le gustaba mucho ver cómo el pene de René pasaba de estar flácido a estar erecto con las manipulaciones de su madre o Valeria. Igual se admiraba que pasaba lo mismo con el pene de Eduardo, pero el del chiquillo no se ponía tan erecto, solamente se mantenía flácido.
Después que René descubrió que en su vieja escuela primaria los alumnos, los que consideraba sus compañeritos, se habían manifestado para usar pañales libremente en las clases, se había vuelto el joven más feliz de la tierra. Sus hermosos ojos le brillaban como una estrella; se sentía atento para todo, hacía los comportamientos que debía hacer cuando estaba con Valeria o su madre, pues pensaba que si a los otros niños que ni conocía les gustaban los pañales como a él, significaba que estaban “conectados” de alguna forma como seres humanos. Eso le agradaba mucho, le mataba de pasión. Todas esas imágenes de chicos y chicas usando pañales le habían hecho aumentar el potencial de su imaginación, pues cuando tenía los momentos libres para darse una ducha, se daba una rica masturbación, lenta y placentera en la que las expulsiones de su semen le hacían sentir ricas cosquillas hasta en lo profundo de su piel. Usar todo el potencial de su cuerpo joven le hacía sentirse el chico más dichoso de la tierra, pues por su castigo ya no tendría que irse a comprar pañales ni hacer esfuerzos para usarlos. Pero sí tenía que cuidarse de las personas, a quienes sospechaba que cuando iban de paseo le quedaban mirando sus crecidas pompas.
Mejor aún más, cuando descubrió que los chicos de su vieja escuela primaria el Instituto Benforth querían usar pañales, René le dijo a su madre que retomara el proyecto de renovar el local, la instalación donde anteriormente se planificó la sede de la fábrica de los pañales, para que ahí pudiera tomar sus clases de forma normal siendo libre con los pañales y además, sirviera como lugar de entretenimiento para los chicos del Instituto Benforth al salir a la 1 de la tarde. Esa idea le gustó a Casandra; mejor para ella aún, el lugar tendría uso, pues contaba con una piscina vacía llena de cajas y refacciones de las máquinas; también tenía grandes espacios y jardineras; sin duda todo lo bueno para él para estudiar por las mañanas con profesores personales y la compañía de muchísimos chicos después de las dos de la tarde.
Eduardo estaba muerto de sorpresa por ese convenio. A pesar de no estudiar en el Instituto Benforth le emocionaba el hecho que llegaran más chicos de diversas edades a usar pañales como él.
Cuando Casandra, Diego y los tres chicos planificaron todo, entonces Cas se fue con René al Instituto Benforth, para hablar con la directora Margarita Brizuela Pinto los temas del convenio que querían tratar.
Después de la conversación y los tratos a los que llegaron, René y Eduardo se unieron a los trabajadores en la nueva sede de estancia secreta. Sin que les importara que los señores les vieran los pañales bajo la ropa al caminar y agacharse para levantar las cosas viejas, sacaron todo lo viejo, echándolo al camión de basura que llegó en diversas ocasiones.
Al cabo de una semana y media, en la que Diego invirtió un buen capital para renovar el sitio, todo quedó a la perfección. Pasó de verse como un lugar de terror y viejo, a ser todo un hotel cinco estrellas. La piscina tenia agua limpia y todo lo elemental. Las jardineras lucían limpias y llenas de plantas prontas a dar flores. Por el convenio con el Instituto Benforth, se construyó un cuarto nuevo, privado con cinco pequeñas camas, para que ahí los chicos pudieran ser cambiados de pañales. De igual forma, fabricaron pañales a cantidad, cajas y cajas, de diversas tallas y tamaños, con materiales amigables con el planeta tierra; un surtido era para el Instituto de los chicos que demandaban pañales suficientes, y otro surtido para la estancia, que aún no tenía nombre. René y sus hermanos estaban en eso.
Fue que al día de la apertura, era un día lunes. Casandra se levantó de forma habitual, tomó su café en la mesa con su esposo Diego. Los dos no tenían la misma prisa como los otros días. Puesto que ni Eduardo ni Jimena irían a la escuela primaria donde iban. Ahora a ellos dos los habían sacado de donde estuvieron para que pudieran estudiar en la sede que construyeron, con sus profesores personales de acuerdo al nivel. René y Eduardo podrían usar sus pañales como querían todo el día, incluso a la vista de sus profesores. Jimena estaría de compañera de mini escuela de Eduardo, pero seguía sin desear ponerse uno.
Cuando dieron las ocho y media de la mañana, Cas fue a preparar a sus chicos para la escuela personal.
Subió como era costumbre al cuarto de Eduardo y Jimena.
Al llegar, se aproximó al chiquillo, quien dormía boca abajo y le despojó las sábanas. Eduardo permitió que su madre le retirara el pantalón de pijama, llegando al pañal cubierto por su calzoncillo de tela. Cas se lo despojó también, deslizándolo por sus piernas y pies. El amarillo del pañal con el que Eduardo durmió era intenso, llegaba hasta sus pompas y había absorbido bien, pero liberaba sus aromas a pipí mezclada con el talco.
Cas le abrió las cintas rápidamente para proceder, revelando el pene del chiquillo. Éste conservaba manchas de talco y crema en las entrepiernas. Con las toallitas húmedas le limpió esas partes, levantando también sus piernas sobre su pecho, pasando la mano por sus pompas, retirando todas las manchas de talco y crema.
Cuando le tuvo limpia esa piel, entonces procedió a dejarlo así unos momentos, pues quería que su cuerpo reposara un poco de traer el pañal toda la noche. Seguido se fue a ver a su amado jovencillo.
René estaba en su cuarto, conservando un poco de sueño en sus ojos, y como siempre, terminando de hacerse popó en el pañal. No lo había mojado mucho por la noche, por lo que tenía espacio seco para retener la nueva carga de pipí y el largo segmento de popó que se estableció en la línea que se hacía en sus pompas.
Su madre Casandra llegó y al indicarle que ya era hora de irse a la escuela privada, el joven dijo:
─Mami, me hice popó… el señor colita está sucio─.
A Casandra le encantó el estilo de comunicación que su joven mostró en ese momento. Le dio mucha ternura escuchar que estaba sucio. Ella le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Y le dijo:
─Oh no te preocupes, mi niñito, mi Renito, vamos a limpiarte todo. Haber dame lugar─.
Así que René procedió a ponerse en la posición del cambio de pañal, boca arriba y con las piernas un poco abiertas. Cas le retiró la ropa, junto con su calzón, los que tenían impregnados los olores a suciedad. Luego abrió las cintas, bajando la parte frontal. Como siempre, le retiró las manchas que más se pegaban a la piel de su joven. Con trozos de papel higiénico le limpiaba sus entrepiernas, sus testículos. Seguido le levantó las piernas, teniendo las pompas sucias. También se las limpió hasta que no quedó ninguna mancha.
De tanta manipulación en esas partes, el pene de René se puso erecto, y gracias a eso, Cas le puso bajar su prepucio para limpiar alguna mancha de pipí alojada ahí, las que le daban un poco de mal olor.
Cuando lo tuvo listo, le dio un calzón de tela limpio, el cual era de figuritas, de los que le compró el día en que todo el castigo de René había comenzado. El chico se fue caminando hasta la cocina usando su ropa interior, sin nada de pena ni incomodidades, pues ya no tenía nada que ocultarles a sus familiares.
En la cocina todos comieron tranquilos sus huevos revueltos con salchichas, sus plátanos con miel, sobre todo, mucha papaya. Se relajaron para comer, pero atentos al objetivo de estar listos para la hora de entrada a la escuela personal.
Para los tres hermanos era bueno, no tenían que llevar uniformes, solo la ropa que quisieran, incluso ir con pañales a la vista o bajo cualquier prenda. No tendrían que seguir las anteriores tareas, o las que tuvieron hasta último momento. Y ahora entrarían a las diez de la mañana, saldrían a la una y media, con la promesa de siempre ir en perfectas notas.
Poco tiempo después, a René y Eduardo les pusieron sus pañales de la forma habitual. René llevaba el pantalón deportivo, el que usaba cuando iba a la escuela normal; se puso una playera fresca. El pañal se le marcaba bastante en sus pompas, parecía que llevaban una toalla.
Eduardo llevaba su pañal bajo una bermuda corta con tela de cuadros, de igual forma una playera fresca.
Jimena iba como una niña normal. Como si fueran a salir a cualquier parte.
Abordaron el auto y partieron.
Al llegar…
La sorpresa por ver el lugar no les envolvía su ser, pero sí sentían nervios como de primera por conocer a sus profesores, quienes además, sabían el secreto, el secreto del porqué estudiaban en privado y lo que marcaba un bulto entre sus piernas y sus pompas.
Los tres hermanos se alegraron cuando vieron a Valeria, quien estaría a cargo de los cambios de pañales para los dos hermanos.
Entraron al lugar y todo lucía como se quedó. Solo la sala donde estaban los libros de todo tipo de consulta había sido limpiada el día anterior. Pasaron a tomar lugar en las mesas donde sus profesores les darían sus clases. Eduardo y Jimena seguirían juntos en una mesa; René se fue a otra, pues su nivel era secundaria.
Después, llegaron los dos profesores que atenderían a los tres hermanos. Eran dos mujeres, amigas de Valeria porque se saludaron felices.
Una de las dos se fue con René y la otra con los dos chiquillos.
La experiencia de ver a una maestra que les enseñaría de todas las materias era raro, se sentían como nuevos, pero era emocionante.
Al comenzar, Eduardo y Jimena se quedaron en su mesa, saludándose con su profesora. Igual René.
Conversaron un rato a su debido tiempo, se conocieron y por ese día y horas, escucharon las formas de trabajar. No mencionaron las idas al baño, puesto que eso fue mencionado en el contrato con los padres de los tres que lo podrían hacer en el pañal, a excepción de Jimena, solo ella podría ir al sanitario destinado a las profesoras.
Para los tres hermanos hubo un poco de decepción con el hecho que tendrían sus profesores personalizados, pues en la última hora del día, antes de finalizar, habían anotado nuevas tareas: cuestionarios, sumas de fracciones, exposiciones en el lugar, lecturas, de todo un poco. Pero lo que les consoló la vida, era que podían usar sus pañales en el sitio, sin penas ni dudas…