El director del colegio, Robert Brown, a pesar de su juventud ya tenía una experiencia de seis años en su puesto, y sabía cómo manejar casos difíciles como éste. En esos momentos
miraba con rostro serio y desaprobador a la alumna que estaba sentada ante su mesa. - Señorita,- dijo con su tono de voz más severo,- su comportamiento es totalmente inaceptable. Sus padres hacen un esfuerzo para pagarle la mejor educación, ¿y así es como usted se lo agradece? Ya es la segunda vez esta semana que es sorprendida haciendo novillos. ¿No tiene nada que decir? La muchacha no parecía dispuesta a decir nada. A sus trece años, Kathy Symons ya había estado más de una vez en el despacho del director, pero su atmósfera seria e intimidatoria le seguía afectando como el primer día: Miraba fijamente al suelo y se mordía los labios, mientras jugueteaba nerviosamente con un mechón de su cabello pelirrojo. - Ya lo suponía,- suspiró Robert.- No hay mucho que decir en su favor, realmente. Estoy empezando a cansarme de verla por mi despacho, ¿sabe? Hace tres días estuvo usted aquí y creo recordar que accedí a imponerle un castigo leve a cambio de que me prometiera tomarse con más seriedad sus responsabilidades. No me parece que se haya tomado usted muy en serio esa promesa, pero le aseguro que esta vez intentaré causarle una mayor impresión. - Veamos...,- dijo tras pasar un rato ojeando el abultado expediente disciplinario de su alumna.- Ante un caso de reincidencia en una falta grave en una misma semana, el castigo normal para las alumnas de su edad sería una suspensión de un día, pero realmente no me gusta la idea de que pierda horas de clase justo antes de los exámenes. Además, siempre me ha parecido un contrasentido castigar con una expulsión de clase a las alumnas que hacen novillos. Así que voy a ofrecerle una alternativa: Puede escoger el castigo oficial o puede optar por el castigo que normalmente se reserva para las alumnas más jóvenes. ¿Qué prefiere? El rostro pecoso de Kathy se ruborizó visiblemente al preguntar: - ¿El castigo que normalmente se reserva
para las más jóvenes? ¿Se refiere a...? - A esó exactamente me refiero, señorita. Puede usted elegir entre la suspensión o una buena azotaina. ¡Vamos! No tengo tiempo que perder. ¿Qué es lo que prefiere? La chica se revolvió indecisa en su asientos. No era extraña a los castigos corporales que el director del colegio solía imponer a las alumnas más jóvenes, pero desde luego no esperaba volver a recibirlos a su edad. Por otra parte, tampoco le resultaba más agradable la perspectiva de tener que decirles a sus padres que la habían expulsado del colegio durante un día debido a su reiterado mal comportamiento. - ¿Y bien? - Yo... Yo elijo la azotaina, señor Brown,- consiguió decir Kathy con un hilillo de voz, ruborizándose aún más. Es una pena que una jovencita tan encantadora esté siempre metiéndose en líos, pensó Robert. - Muy bien,- dijo Robert mientras se ponía en pie.- Pues acabemos cuanto antes, por favor. Pase por aquí. Se acercó a la sólida silla de respaldo recto que utilizaba habitualmente para estos menesteres y la colocó en el centro de la habitación. - Vamos, no se haga de rogar,- dijo señalando con impaciencia a Kathy.- Acérquese aquí. Robert se sentó e le hizo un gesto con la mano a Kathy para que se aproximara más. En cuanto la tuvo a su derecha, sin más ceremonia le puso la mano en la espalda y la empujó suavemente para que se tendiera sobre sus rodillas. - Había esperado no volverla a ver en esta situación,- le dijo, desaprobador, mientras le plegaba la parte posterior de la falda para dejar al descubierto un bonito trasero enfundado en las braguitas blancas que prescribía el uniforme del colegio.- Pero está visto que éste es el único lenguaje que usted entiende. Ya va siendo hora de que crezca un poco y se comporte como
la pequeña dama que es, y no como una niña traviesa que necesita que le calienten el trasero para comportarse. Le sujetó con una mano las muñecas y sin más elevó el brazo y descargó enérgicamente la palma de la mano sobre las nalgas de la niña. Ella se puso rígida y soltó un gritito de dolor, pero Robert no se conmovió lo más mínimo y continuó el castigo sin pausa. - No, no te quejes tanto,- le riñó, sin dejar en ningún momento de azotarla.- Supongo que no esperarías que los azotes fueran tan suaves como cuando tenías 9 años, ¿verdad? Y aun así tienes suerte, porque te merecerías que fuera mucho más duro contigo. Estoy planteándome pedirle a tus profesores que me informen diariamente de tu comportamiento y repetir este intercambio de pareceres cada vez que no sea satisfactorio. Kathy no se sentía afortunada, precisamente. El señor Brown estaba pegando más fuerte de lo que ella recordaba, y las bragas apenas proporcionaban protección frente a los vigorosos azotes. Y eso por no hablar de la vergüenza que sentía al estar allí boca abajo sobre las rodillas de su joven y atractivo director, con las bragas expuestas y recibiendo ese castigo tan infantil. Sin poderlo evitar, Kathy empezó a llorar. - Por favor, no me pegue más,- suplicó.- ¡Duele mucho! - Eso espero,- contestó Robert, inexorable.- De poco serviría si no doliese, ¿no es cierto? No pienses que me gusta tener que castigaros. De hecho creo que a mí me duele tanto como a vosotras. Pero es cierto eso de que quien bien te quiere te hará llorar. Más vale unos azotes a tiempo cuando lo necesitáis que tener que lamentarse luego. Pero la pobre Kathy ya no lo escuchaba, pues estaba demasiado ocupada llorando y sacudiendo las piernas, tratando de escapar del dolor que parecía aumentar por momentos. El castigo continuó aún un buen rato. Los azotes se sucedían a razón de uno cada dos segundos. Al cabo de un rato Kathy dejó de luchar y resistirse y simplemente se quedó allí tendida, llorando a moco tendido y resignada a que la azotaina no iba a detenerse hasta que al director le pareciese conveniente. Por fin, Robert decidió que Kathy ya había recibido el mensaje con total claridad y los azotes se hicieron menos frecuentes hasta que finalmente se detuvieron por completo. A pesar de ello, Kathy siguió llorando durante un buen rato con la misma intensidad. Nunca había recibido una azotaina tan severa, y aún sentía como si su trasero estuviera ardiendo. Robert la dejó permanecer allí unos minutos hasta que se hubo tranquilizado un poco. Realmente había sido bastante duro con ella. Hasta podía sentir el calor de las nalgas castigadas a través del fino tejido de las bragas. Y su mano le dolía bastante. Pero cualquier otra cosa hubiera sido una pérdida de tiempo, reflexionó. - Bueno, ya está. Ya ha terminado todo,- trató de consolarla. La ayudó a incorporarse y le prestó su pañuelo para que se enjugara las lágrimas, a pesar de que ella todavía seguía llorando. A Robert, quizá por motivo de su juventud, le gustaba mantener las distancias con sus alumnas y evitar las familiaridades, para que no le perdieran el respeto, pero en momentos como éste se permitía hacer una excepción, así que abrazó suavemente a Kathy hasta que ésta se calmó un poco. - Ya está, señorita Symons, no llore más. A partir de ahora trate de que no tengamos que volver a repetir este castigo... Vamos, creo que ya conoce el procedimiento. Colóquese en aquel rincón de cara a la pared y con las manos sobre la cabeza. Kathy tuvo que quedarse en el rincón durante veinte minutos, hasta que finalmente el director la dejó marchar, no sin antes recordarle que debía cambiar su actitud si quería evitar una repetición del castigo. |